No
por más anunciada es menos dolorosa. Sin embargo, la historia del Musac cumple
todos los requisitos para tener un final previsible y demasiado próximo. Sólo
la escandalosa suma presupuestaria invertida en una arquitectura faraónica y
burdas colecciones podría justificar mantener vivo al monstruo. Por lo demás,
no es más que un proyecto fallido desde sus propios orígenes por mucho que
alaben su capacidad proyectiva en lo internacional y sus grandes logros en el
cínico mundo del arte contemporáneo. Es un principio lógico en cualquier
arquitectura: no existe construcción alguna que se sustente en pie si no
existen los pilares suficientemente sólidos para sustentar una mastodóntica
estructura como el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León.
En
museología existe un principio básico que exige la articulación de los vectores
necesarios para justificar la existencia de cualquier museo: las colecciones,
el público y el continente. Es precisamente labor del museo y de su personal
articular el necesario mensaje que ha de partir de la colección para hacerlo atractivo
y comprensible para el público, considerando la amplia variedad de este
término. Por lo tanto, todo museo necesita estos tres factores constitutivos y,
especialmente, los dos primeros: una colección sobre la que nacer y un público
al que satisfacer en su demanda cultural e intelectual.
Primer
pecado del Musac: desde un principio se planteó un mausoleo gigantesco sin nada
que contener en su interior. No existía una colección plena que justificase la
creación de un museo de arte contemporáneo. El proyecto, desde su concepción
más primigenia, se convirtió en un sueño megalómano de los responsables
políticos de turno que dieron rienda suelta al ego de unos arquitectos para que
levantasen una alabanza a sus propias grandezas. Todo ello, sin embargo, vacío
de contenido. En la compleja historia museística de este país, hemos asistido a
un hecho irónico y que nos sitúa ante la mediocridad de los gestores que suelen
tomar las riendas de la política cultural de nuestras instituciones: la
creación de un museo hueco, sin nada que ofrecer.
Se
insiste hasta la saciedad en las burbujas que desde 2008 han ido estallando una
detrás de otras. Y no nos acordamos de esa gran burbuja museística que sembró
España de este tipo de instituciones. Algunas de profundo calado, como el Museo
de la Aceituna
Rellena de Calpe. Se ha considerado que todo era digno de
convertirse en museable, absolutamente todo. Y en esta especie de orgía
museística, el arte contemporáneo y la etnografía (término empleado para
disfrazar el folklore más chabacano y vulgar propio de cada pueblo) se
convirtieron en los abanderados de una nueva era de los museos, instituciones
que crecían por doquier y en cualquier punto de la geografía. El
Ministerio de Educación y Cultura pone a disposición de los
ciudadanos y ciudadanas un directorio de museos. Si lanzamos la búsqueda con
las palabras “arte contemporáneo” el resultado es ensordecedor: 137 museos o
colecciones museográficas dedicadas al arte contemporáneo. Desde la madre de
todas, el Reina Sofía madrileño, pasando por el IVAM valenciano, centro antes
pionero y primigenio y hoy convertido en un burdo solar para uso y disfrute
despótico y pedestre de su actual dueña; el Centro de Arte Dos de Mayo, el
Macba, el ARTIUM, Es Baluard, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, el
Centro Atlántico de Arte Moderno… Cualquier pueblo, por pequeño que fuese, con
serias aspiraciones a figurar en la nómina cool
de la modernidad tenía que tener su centro de arte contemporáneo. Y así hasta
137 instituciones. A todas luces, un exceso de oferta para, quizás, no tanta
demanda.
Sin
embargo, está dentro de la capacidad política convertir en mera falta este
primer pecado capital. Todas las denuncias sobre el hundimiento del Musac
parecen apuntar a la gestión política que se está haciendo de la institución. Los
asuntos culturales en Castilla y León pasan necesariamente por manos de una
Fundación, eufemismo administrativo que junto al de empresa pública se utiliza
para designar a toda aquella institución en la que el político o política de
turno puede colocar a sus allegados o allegados de sus allegados a dedo y sin
necesidad de pasar por los necesarios controles públicos en cuanto a legalidad,
objetividad y eficacia. Por lo visto, en los asuntos culturales es fácil colocar
a personajes y personajillos desprovistos de toda capacidad profesional con un
mínimo de responsabilidad. Por desgracia, es algo profundamente arraigado en el
panorama museístico nacional y, por supuesto, no iba a suceder lo contrario en
Castilla y León.
La
gestión política no ha hecho más que apuntillar un proyecto destinado al
fracaso desde sus mismos orígenes. El presuntuoso proyecto que debía revitalizar
la vida cultural de una ciudad y toda una comunidad quedó convertido en mera
hoguera de las vanidades donde, uno tras otro, muchos profesionales convencidos
de su labor fueron chocando contra los muros de la incompetencia política y
administrativa. Sin embargo, el único consuelo que sobrevivirá en las calles
leonesas será la de disponer de un gigantesco y colorido almacén vacío
convertido en monumento a lo más granado de nuestros dirigentes y gestores.
Luis Pérez Armiño
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