domingo, 30 de noviembre de 2014

Año jubilar de Sor Juana Inés, madre meretriz de la calle de los Derechos

1. Terremoto

Una a uno, todos los abogados colocaron sus piezas encima del tablero. Decidieron celebrar el natalicio del nuevo gestor mediante una solemne promesa. Cada uno de ellos debía adquirir el compromiso de no finalizar la partida hasta no haber agotado todos los movimientos posibles. Cada uno de ellos juraba por su honor jugar cada uno de sus fichas disponibles. El foco de luz disminuía y se centraba sobre el tablero donde todos los peones habían formado sus respectivas líneas. El gestor, celebrado y honrado en aquel sacrificio lúdico, golpeó con fiereza el centro del tablero y la desolación se convirtió en la nueva regla.

2. Retirada de escultura

El director de la obra dedicó sus mejores esfuerzos a la zona de galerías. Su palacio se levantaba en uno de los lugares más aventajados de la ciudad. A los pies del lienzo sur de la gran muralla que rodeaba la ciudad. Uno de los puntos más seguros de aquella maloliente urbe cuajada en barro y excrementos. Su teléfono sonó a primera hora de la mañana. Le anunciaban la llegada a la sala de honores de un calendario de fechas permanentes. Nunca las decisiones debían dejarse por sentadas en aquel fatídico espacio donde no corría el tiempo. Las medidas eran inútiles, sin sentido alguno. No existía dimensión. Solo un órgano que emitía un leve quejido agudo y breve que se prolongaba años y años. Desde la calle, algunos curiosos apoyan sus sucias cabezas sobre las paredes de aquel extraño y negro palacio. Los ojos se aventuran más allá de las mirillas. Incluso, algunos, afirman con solemnidad que el viento por los pasillos emite un sonido lastimero que dice entre susurros: “En tránsito…”

3. Puntos negros. Zonas ajardinadas

Todos los usuarios demandaron la más cruda realidad. Según los dictámenes de la consejería correspondiente, el derecho de autonomía debía restringirse a situaciones muy concretas y a momentos determinados del día. Por supuesta, se decretó el toque de queda nocturno. Desde la puesta de sol hasta el amanecer. Así los confirmaron los informes favorables de la jurisprudencia y de la costumbre, siempre aceptada como ley desde los orígenes. Todos los espacios circundantes y los edificios más emblemáticos serían sometidos a un programa de especial vigilancia y cuidado. Los monumentos, desde hacía generaciones, eran espacios reservados de rondas interiores privilegiadas. Los monumentos ya no eran edificios, solo mausoleos donde dormitaban los locos.

4. Cultura rectora como medianera necesaria

Cuando necesites la urgencia del conflicto, convoca a los mayores artistas. La incomodidad de la situación nunca podrá agravarse ante la presencia desmedida del escultor vanidoso y egoísta que reclama su parte del botín. Ni todas las palabrerías ya escritas y aceptadas como buenas podrán convertirse en parte interesada, ni las donaciones desinteresadas se erigirán en abogado
defensor de las causas perdidas. Los consejos ya no pueden reconocerse como agrias soluciones ni nunca podrán resolver las grietas de una defensa famélica mal entendida. Las señales se refieren a la permanencia de las interpretaciones y las voluntades que subrayan la incuestionable necedad que otorga el tiempo despiadado. El alcalde golpeó con un gesto seco y habilidoso dando por finalizada la sesión. A veintiuno de octubre de dos mil tres.

5. El haiku de la cueva

La posibilidad de contemplar el fondo concluyó cuando la pintura se convirtió en una ecuación matemática.

Benjamin Redneck 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Imitaciones Transformadas en Verdades

1. Un vino entre sollozos 

Las etiquetas indicaban el precio que había señalado el propietario. Algunas de las botellas procedían de una de sus mejores bodegas. Se encontraba a unos pocos kilómetros de Burdeos. En una finca privada y fuertemente vigilada. Nadie, excepto los trabajadores, ciegos y mudos, podían acceder a aquel reino misterioso del vino. En aquella época los agentes comerciales del propietario se lamentaban de una añada especialmente agria. Uno de ellos, de nombre Bill y apellido Frericks, lloraba entre trago y trago de aquel ácido caldo. El propietario, rojo de la ira, agarró al desdichado Bill por la pechera y con un gesto poderoso le arrojó a una de las cubas más grandes de la bodega. Se murmura que en aquella cuba todavía se escuchan los lejanos sollozos de Bill. 

2. La vanguardia como primera apuesta 

Desde hacía años ejercía con diligencia su cargo de rector. Sin embargo, su pasión verdadera discurría por otros derroteros. Desde su más tierna infancia leía y releía tebeos. Había convertido sus sueños en una inmensa pinacoteca llena de diálogos imposibles y llamativas escenas. Su hermano Gillian siempre le había animado para que diese rienda suelta a su gran amor; le animaba a que dibujase las historias que rondaban por su cabeza. Nunca pudo hacerlo. Más poderoso y pesado eran los consejos que recibía de su padre, empeñado en convertir a aquel joven, escuálido y tímido, en un hombre de provecho y bien considerado en los influyentes círculos de sociedad que su progenitor siempre pretendió frecuentar. Pasados los años, sus manos pasaron de ser un potencial centro de creación a convertirse en una previsible herramienta que satisfacía demandas ajenas y que lograba con suma facilidad la aprobación de sus superiores. Tanta dedicación desembocó en un reconocido cargo de rector de una universidad provinciana. El pasado día 14 de noviembre, el juez encargado del levantamiento del cadáver del rector de la universidad provinciana confirmó la teoría de suicidio. El cuerpo fue localizado a primera hora de la mañana por su hermano Gillian. 

3. Grietas en la estación (del norte) 

El señor Demetrio Soriano estudió en el grupo escolar del norte. Uno de los más afamados y aventajados de la ciudad. Sus alumnos se encontraban entre lo más granado de la administración pública y dirigían los complicados resortes de la empresa privada con eficacia demostrada. Desde el año 1983, el señor Soriano ocupaba uno de los despachos privilegiados en la última planta del edificio central del Ministerio de Obras Públicas. Un lugar soleado y apetecible con vistas a los jardines que rodeaban el edificio. Su puesto suponía la gestión de todos los proyectos de rehabilitación de infraestructuras viarias. Un día, durante el mes de julio, agotado y sudoroso, levantó los ojos de la pantalla del ordenador. En una esquina de su despacho una pequeña grieta asomaba descarada. Se acercó, la observó con minuciosidad. Midió su anchura y longitud. Abrió la ventana y se arrojó al verde vacío de los jardines del Ministerio. 

4. Manuscritos entre muros 

El vídeo se había convertido en el ganador de esa estúpida agenda que debía ordenar sus preferencias y particulares aficiones. Regla fundamental: hacer algo poco provechoso y de escasa utilidad. El centro humano de su piel se había transformado en un manuscrito acartonado donde el moho campaba a sus anchas. Durante aquel viaje histórico pensaba llenar metros y metros de estanterías resguardadas para la memoria. Mientras, su piel se resquebrajaba y los hongos izaban victoriosos su bandera sobre la carne podrida.


Benjamin Redneck

lunes, 17 de noviembre de 2014

Baudelaire y la crítica de arte

El arte puede concebirse como un hecho cultural destinado a despertar en el espectador al que va orientado determinados sentimientos. Existe amplia literatura en torno a esta cuestión y sobre el fin último del objeto artístico. De la misma manera, se sostiene que en el arte se produce un proceso de interacción en el que juegan un papel fundamental tanto la propia obra de arte como el receptor de la misma, el espectador, un tema también profundamente tratado por la investigación. La literatura profesional en torno al arte, para algunos, nace dentro del panorama general del Renacimiento italiano; un tipo de escritos, la mayoría de ellos con una clara intención didáctica o reivindicativa. Habría que esperar hasta el siglo XVIII, y especialmente el XIX, para que este tipo de narrativa en torno al arte madurase y adquiriese la condición de la acepción moderna de la crítica como la plasmación de la opinión de autoridad de determinados expertos que en base a sus supuestos conocimientos podían dirigir los gustos estéticos de la sociedad a la que dirigen sus escritos.

A partir del siglo XVII se produce un interesante movimiento que traslada el eje estético desde la península italiana hasta la corte francesa de los borbones. Es en este siglo cuando las autoridades políticas francesas comprenden el poder disuasorio del lenguaje artístico que pretenden encauzar de acuerdo a las directrices de la recién creada academia de bellas artes. Esta es la institución que debe regir los principios artísticos del reino de Francia según unos postulados que, a día de hoy, consideraríamos extremadamente inamovibles. Se crea una suerte de arte institucional y oficializado que recibe los parabienes de las autoridades y de todos aquellos que disponen de la capacidad suficiente como para convertirse en consumidores de arte. Con el paso del tiempo, los Salones se convierten en el escaparate de todo el arte que nace en torno a esas anquilosadas instituciones empeñadas en una visión demasiado monolítica de lo que debe ser el arte. El caso español es especialmente revelador de esta situación, ya que después de las glorias del pasado, la pintura decimonónica se sumergió en un letargo en exceso formal y carente de la genialidad anterior de la escuela.

Paralelo al fenómeno de los Salones surge toda una literatura crítica del arte también muy en relación con el fenómeno periodístico, otro de los grandes hitos culturales del siglo XIX. La prensa parisina se llena de multitud de escritos y plumillas que ensalzan la grandeza de algunos pintores mientras que hunden las aspiraciones de otros muchos. Y en toda esa secuencia el arte ha de acomodarse al férreo dictado de la Academia, sólo transgredido a finales de ese mismo siglo en un proceso revolucionario que cambiaría para siempre la pintura.

Uno de los más apasionados críticos de arte del momento fue el poeta Charles Baudelaire (1821 – 1867). Siendo uno de los principales representantes de la poesía simbolista de la Francia decimonónica no pudo sustraerse del embrujo del hecho artístico, al que dedicó multitud de escritos y artículos en torno a la pintura de su tiempo de acuerdo a lo que podía contemplar en los Salones parisinos. Sobre esa base estableció todo un corpus teórico sobre su propia visión del arte, de sus aspiraciones y sus implicaciones. Baudelaire distinguía dos principios artísticos: uno externo, simple y fácil, asequible en cierto modo; frente a él, existía, sin embargo, un arte con mayúsculas, interno y sublime, casi sagrado, reservado tan sólo a la genialidad de los más grandes, de los verdaderos artistas.

Baudelaire, hombre de su tiempo, comprendió el vertiginoso nuevo camino que había emprendido la sociedad que le tocó vivir. El arte se encontraba inmerso en un proceso de regeneración que anunciaba nuevos tiempos de modernidad que implicarían un era novedosa y extraña. En definitiva, Occidente vivía los convulsos años de esa extraña transición en que se salía de la oscuridad de los tiempos antiguos mientras nuevas sombras se cernían sobre los pueblos de Europa en nombre de la modernidad y una industrialización deshumanizada. Un proceso que se enraíza en el tiempo y que en el siglo XIX muestra todas sus facetas descarnadas. Frente a esas convulsiones y la perspectiva de un nuevo mundo, surgen algunas voces que añoran Arcadias idílicas y pasadas como antiguos paraísos de eterna felicidad. No es de extrañar pues el odio profesado por el poeta Baudelaire a la fotografía, nueva técnica que concebía como el refugio de los pintores mediocres.

Las transiciones despiertan miedos y pasiones enfrentadas entre las promesas de un futuro esperanzador y los pasados gloriosos en exceso mitificados. Baudelaire defendía el genio que creía amenazado por el exceso de un cientificismo gris e inhumano que triunfaba a marchas forzadas en la vieja Europa alumbrando un nuevo mundo que ni él mismo, ni en su labor crítica ni como poeta, sería capaz de concebir.

Luis Pérez Armiño 

domingo, 9 de noviembre de 2014

El trabajo os hará libres

Es difícil calcular la hora cuando la niebla oculta el sol. Hace frío. Son los últimos días del mes de septiembre. Al mediodía la temperatura sube lo suficiente como para poder disfrutar de los últimos rayos de luz y del calor de un verano que se resiste a finalizar. Pero durante los primeros momentos de la madrugada el frío tenaz insiste en recordar, una y otra vez, que el verano se está acabando. Se acabaron las largas jornadas al sol, la tranquilidad sin prisa, el agotamiento del descanso ininterrumpido. El frío, húmedo y persistente, se mete entre la ropa y cala los huesos. Lo normal en una fría mañana de septiembre.

El sol se esconde tras las grises nubes. Es apenas un débil resplandor que insinúa su presencia. La humedad se incrusta en los tejados ofreciendo brillos imprevisibles. Las torres de las iglesias se pierden borrosas en el horizonte. Es una niebla de septiembre. Cuando avance la mañana desaparecerá y dejará sitio al sol de un verano sentenciado.

Es una hora temprana. Se distingue por los bostezos, las muecas de cansancio y hastío, y los ojos enrojecidos por la falta de sueño. El primer frío otoñal se impregna en cada persona. Una marea humana despertada violentamente, cada vez más densa, inunda las calles. Cientos, miles de hombres y mujeres, sin distinción alguna, aferrados a sus abrigos grises. Forman prietas columnas que marcan un ritmo despiadado y cruel envuelto en un grito sordo y vacío, escalofriante y deshumanizador. En las calles sólo se distingue el revuelo de los cláxones de los coches, lejanos silbidos y pitadas que imponen órdenes, el murmullo apagado de la muchedumbre gris y el cansino taconeo sobre los adoquines todavía húmedos. La muchedumbre se adentra en las fauces del infierno.

Bajo el aparente caos de rostros desconocidos, de ojos llorosos y narices congestionadas, de gafas empañadas por el vaho, existe una inquietante y aterradora ley que dispone el orden de la masa humana. En un estrecho andén se apelotonan las columnas de recién llegados. Parece que cada uno y cada una sabe el sitio que debe ocupar mientras espera la llegada del tren ante la mirada impasible de vigilantes, funcionarios y operarios. Un reloj marca de forma machacona los minutos que faltan para la llegada del próximo convoy. La espera es interminable. El ambiente se caldea en el andén. Una extraña mezcla de olores invade la atmósfera de la pequeña estación. Diez minutos…, cinco, cuatro, tres… uno… El tren ha llegado.

El gris convoy desfile lentamente ante la muchedumbre abarrotada ante el andén. Se adivina un rostro apático en el habitáculo destinado al conductor. En cuanto la máquina detiene su paso, se abren con un ruido ensordecedor las puertas de los vagones. Inmediatamente, la multitud irrumpe en los coches agolpándose en las entradas y en las ventanas que dan al exterior. Los vigilantes insisten cada vez más irritados. Si la gente se coloca al fondo de los vagones podrá entrar más personas. En medio del murmullo generalizado, cada vez más alto, se empiezan a escuchar los primeros gritos de protesta y las primeras órdenes de los vigilantes y de los operarios. En un extremo del
coche, en un rincón perdido, alguien recuerda que es una persona. Desde que se sumergió en aquel túnel oscuro y cálido, era sólo ganado. Ni más ni menos. Y como tal, los vagones se hacinaban hasta su máxima capacidad. 

A ojos de los funcionarios y administradores la cuestión era simple y evidente: optimizar cada transporte y cada convoy. Lo que sucediese dentro era algo irrelevante. Cuestión de cifras. Cada vagón podía contener hasta setenta personas de pie. Una al lado de la otra. Los cuerpos en excesivo contacto, respirando el aliento del compañero. Aferrándose a los brazos de desconocidos para no perder el equilibrio. El aire se condensa, el calor se hace cada vez más insoportable. Es un calor demasiado humano, maloliente y pegajoso. Se puede masticar. Las frentes se llenan de sudor y las caras se congestionan ante la angustia. En algunas partes del vagón es prácticamente imposible respirar. Las puertas se cierran de forma mecánica y sin contemplaciones. La ansiedad se apodera de algunos de los “pasajeros”. Es imposible no mirar a los ojos desorbitados de los compañeros de viaje.

Una anciana, llena de desesperación, golpea insistentemente la puerta con sus huesudas manos. Sus gritos no obtienen ninguna respuesta. Sólo indiferencia. Alguna mirada de compasión. Entre las gotas de sudor que caen desde su frente, se distingue una lágrima que recorre su mejilla desde sus ojos hundidos y grises. 

En el exterior, algunos operarios y vigilantes se pasean por el andén libre revisando uno a uno los vagones del convoy. No hay prisa. Los coches ya se encuentran a rebosar. Simple cuestión de cifras y optimización de unidades. La espera asfixiante en el interior es desesperante. Se hace interminable. Muchos son conscientes del destino de su viaje. Un matadero, lento y pernicioso. No van a una muerte rápida e indolora. Su agonía se prolongará durante días y semanas; meses e, incluso, años. La crueldad desquiciada que se complace en la lenta y dolorosa inquietud de la víctima.
Por fin, un pitido pone en marcha el convoy. El transporte coge velocidad mientras que para los pasajeros, hacinados en sus vagones, todo se vuelve oscuridad. 

Por fin, después de un desquiciante trayecto, de cuerpos apiñados y sudorosos, de tensiones y crispaciones, de nervios desquiciados y mentes destrozadas, angustias y ansiedades, la luz inunda el vagón hacinado. Una voz femenina, excesivamente metálica, inunda el tren que aminora su paso mientras se aproxima a su destino. “Próxima estación: Ópera. Atención: estación en curva. Al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”.

Las puertas se abren con un sonido descorazonador y vomitan su carga.

Luis Pérez Armiño 

domingo, 2 de noviembre de 2014

La necesaria documentación previa

El pasado 26 del presente mes dimos noticia de uno de los hallazgos arqueológicos más espectaculares que han tenido lugar en el ámbito académico en los últimos años. De forma somera, se describía la presencia de evidencias de dos estructuras que revelaban algunos datos sorprendentes: una elaborada simetría constructiva que podría indicar algún tipo de elemento implicado en la ordenación del territorio. Sin embargo, a la luz de los datos obtenidos, es difícil precisar su papel en su contexto cultural particular. Es más, es imposible arrojar luz sobre el grupo humano responsable aunque sí podemos considerar su enorme complejidad cultural. 

Ante la falta palpable de información, la correspondiente delegación territorial de arqueología ha decidido diseñar todo un proyecto de investigación que pueda aportar una información fidedigna, científicamente probada, sobre el significado último de los restos, al menos sus huellas, localizadas.

El protocolo previsto para este caso se encuentra recogido de forma precisa y detallada en los desarrollos teóricos y prácticos de la ciencia arqueológico; de hecho, las autoridades, conscientes de la trascendencia patrimonial de la actividad arqueológica, decidieron otorgar un soporte legislativo que asegurase la profesionalidad, cientificidad y rigor ético de la práctica profesional y académica. El objetivo buscado por los legisladores era la puesta en común de los resultados de la investigación arqueológica y su aprovechamiento público en beneficio de toda la sociedad. 

Todo hallazgo, sea cual sea su entidad, ha de ser comunicado a la autoridad pertinente. Si no tuviese lugar esta comunicación, el responsable incurrirá en una falta de omisión. En el asunto que nos trata se ha producido la debida comunicación a través de los cauces apropiados. La patrulla de desbroce informó de forma inmediata de la presencia de dos "huellas" de aspecto extraño que no eran de origen natural. Realizada la oportuna comunicación, registrada según se indica reglamentariamente, la oficina administrativa comunicada traslada el hallazgo a la delegación territorial competente de arqueología. Se inicia, entonces, si así se considera oportuno, el protocolo de intervención oportuna.

Por lo tanto, ante los informes técnicos que avalan la relativa importancia del hecho comunicado, se ha decidido iniciar la investigación de la zona afectada por los hallazgos mediante un concienzudo trabajo de documentación. 

La delegación cuenta, para estas ocasiones, con un personal específicamente designado para llevar a cabo esta "prospección" más propia del trabajo archivístico. En todo caso, se trata de un paso previo e ineludible de toda investigación arqueológica. Así, los resultados han sido poco esclarecedores: son muchas las referencias que se esconden bajo la descripción de "huellas cuadradas y redondas en el suelo". Desde sistemas de riego, a balizas de señalización. En cualquier caso, todos los resultados que aludían a algún tipo de actividad animal han sido descartados ya que en ningún caso se puede encontrar paralelos con la perfecta simetría de las huellas localizadas. Sin embargo, el sistema de riego ha de ser desechado debido a la naturaleza del terreno sobre el que se asienta: una zona de granito pulimentado. Este hecho revela una información complementaria que puede resultar fundamental para lograr la comprensión total del importante hallazgo arqueológico que no trae entre manos.


Luis Pérez Armiño