sábado, 9 de agosto de 2014

Ensayos tipológicos (3 de 3)

Habíamos dejado al museo en calidad de tipología arquitectónica que podría definir al siglo XX.

Nada más lejos de la realidad. Al fin y al cabo, como en muchos otros ámbitos, la arquitectura contemporánea se ha caracterizado por un grado de crecimiento y diversificación incontenible. Han surgido multitud de nuevas tipologías mientras que otras ya existentes se han transformado y repensado una y otra vez. En toda esa marea arquitectónica, donde se une lo nuevo y lo antiguo en una bacanal muchas veces de difícil esclarecimiento, el museo es un elemento más que nada de acuerdo a la corriente (o mejor dicho, a las corrientes).

Hay otra tipología edilicia que me parece más representativa de la realidad moderna del siglo XX. En este caso, es una tipología universal (al igual que el museo) que por obra y gracia de la labor civilizadora de Europa se ha extendido al resto de continentes (de la misma manera que el museo). De hecho, han sido muchas las culturas y civilizaciones que han adoptado esta tipología con especial entusiasmo, aunque nunca sin llegar al grado de desarrollo práctico y teórico como el demostrado en el viejo continente. En este caso, me refiero a una tipología muy particular que puede adquirir multitud de manifestaciones (como hace el museo): es el campo de concentración.

Como tal, los campos de internamiento de prisioneros constituyen un hecho universal que no obedece a una pauta temporal determinada. Si bien es cierto que el siglo XX instaura el campo de detención masivo como una realidad propia. Su puesta en marcha, su desarrollo y su efectividad no alcanzan en ningún otro momento histórico los hitos alcanzados en el reciente pasado siglo. A nivel académico, se entiende que la acepción moderna del campo de concentración surgiría con motivo de los conflictos coloniales que vivió España a finales del siglo XIX en Cuba y Filipinas y alcanzaría su punto de mayor desarrollo gracias al ingenio alemán a mediados de siglo, durante la Segunda Guerra Mundial. El campo de concentración, demostración arquitectónica de las bondades humanas, no puede someterse solo a estos dos ejemplos, ni siquiera a la magnitud del exterminio nazi; los campos de concentración, entendidos como arquitecturas destinadas a la reclusión masiva de cualquier grupo oponente por las más diversas causas, han existido en todos los continentes: se han documentado en Estados Unidos, en Sudamérica, en Asia… El campo de concentración es un hecho universal.

Y, sin duda, resume mejor que cualquier otra tipología la verdadera esencia de la especie humana. Los museos pretenden convertirse en templos sacrosantos de los logros de la humanidad. Sin embargo, los campos de concentración presumen de haber obtenido ese mérito mucho antes y de una forma menos deliberada. Todo el odio del que ha sido capaz el hombre se ha resumido en esas arquitecturas, muchas de ellas eventuales, que han jalonado todos y cada uno de los rincones de nuestro planeta. Y su efecto pernicioso se ha hecho notar a millones y millones de personas. Por lo tanto, su alcance, podríamos asegurar, ha sido mucho mayor que el de todos los museos del mundo juntos. Los campos de concentración obedecen siempre a una idea preconcebida. 

Deben resolver multitud de problemas derivados de su propia gestión mediante concienzudos proyectos que resuelvan, a bajo coste, todos estos inconvenientes. Los campos de concentración son auténticas células arquitectónicas donde el ser humano se encuentra sometido a la brutalidad más desconcertante de la que son capaces sus propios congéneres.

Desde el punto de vista meramente funcional y espacial, es la única tipología arquitectónica existente que no tiene salida. Solo una única entrada donde pretenden hacernos creer que el trabajo nos hará libres.
Luis Pérez Armiño

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