sábado, 31 de mayo de 2014

El descendimiento (I)

Lenny temblaba. Los escalofríos recorrían su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Era una corriente eléctrica desagradable e inquietante que sacudía su espalda con rítmicos espasmos. Su rostro palideció y el sudor hizo aparición en su frente. Sus manos se agitaban nerviosas, con una pasión enfermiza.

El ruido de las maquinarias se apagó en medio de un rumor sordo. Un sonido metálico recorrió la sala como un rayo invisible. Una voz femenina, desganada y castigada, repitió sin sentimiento alguno unos terribles versos que solo anunciaban malas noticias: "Operario CM - 6259T, acuda a la sala de recepción de paquetes". El mensaje se repitió hasta tres veces. Lenny estaba ensimismado, perdido en sus propios pensamientos. Tardó un instante en darse cuenta que él era el operario CM - 6259T. De hecho, fue su compañero quien le puso sobre aviso dándole fastidiosos codazos. Lenny se sabía su número de identificación de memoria. En la compañía todos los operarios eran conocidos exclusivamente por su número a ojos de la administración gestora. Decía la leyenda que muchos de esos números correspondían a antiguos trabajadores que, por unas causas u otras, habían fallecido. Totalmente falso: el número era correlativo, las dos primeras letras hacían mención al sector de trabajo y la última al turno correspondiente. Lo demás, simple azar y el orden de entrada en la fábrica. Nada más.

Lenny se tropezó con sus compañeros, con la cadena de montaje, con las herramientas y una carretilla llena de cartonajes varios. El conductor gritó un improperio al joven. Le recordó la necesidad de andarse con cien ojos en una sala repleta de peligrosa maquinaria y vehículos mastodónticos llevados por conductores que solían disfrutar de los buenos licores de la cantina. Después de esa advertencia sana respecto a las medidas básicas de prevención en cualquier instalación laboral, el hombre, entrado en años y con unos ojos repletos de alcohol, decidió dedicar unas bonitas palabras y sonoras menciones a la madre de Lenny. Evidentemente no conocía de nada a Lenny. Los compañeros más cercanos del joven sabían desde hace tiempo que la madre de Lenny había fallecido trágicamente cuando él era un niño enclenque y miedoso.
Lenny no se dio cuenta. O ni quiso. Prefería evitar problemas, más cuando le esperaban en la sala de recepción de paquetes. No tenía miedo; solo inquietud. Había algo para él. El resto de compañeros de turno miraban con la cabeza baja la procesión lastimera del joven Lenny.
Lenny entró en la sala. El infierno.

La sala de recepción de paquetes era un retiro dorado. Allí iban a parar los trabajadores que habían conseguido sobrevivir a la esclavitud de Public Felt Paper Co. La sala olía a moho viejo y penetrante. Era un lugar siniestro, de luces amarillentas y apagadas. Una escalera conducía a un profundo altillo donde los paquetes se ordenaban en estanterías de acuerdo a un riguroso sistema de clasificación y documentación. En la sala se agolpaban los ancianos de la empresa y las mujeres que ya no resultaban de interés para el señor Redneck.

Lenny entró con miedo. Se encontró ante el mostrador con John Young. Su mono de trabajo era de un rojo apagado. Le quedaba demasiado grande y formaba extraños pliegues que recorrían el cuerpo de John como un laberinto curvado y profundo. Estaba con Mary Klee, una de las encargadas del laboratorio de química de la compañía. Su rostro se perdía en una enorme máscara que le protegía de los gases perniciosos que ahogaban su puesto de trabajo. Salome Witt cerraba aquella triada. Lenny conocía bien a Salome, una compañera de trabajo de Pam aunque no la más allegada.

Nick Jewish fijó una mirada compasiva en Lenny. El joven se estremeció de nuevo. John le miró extrañado. Nick pidió a Lenny con un triste susurro y un gesto compasivo que se acercase.


Luis Pérez Armiño


jueves, 29 de mayo de 2014

Yo contra mí

Si por imaginar, me viese preso en un mundo esclavo,
prefiero, sin miedo y sin dudarlo, que me ampare la muerte,
pues en lo tocante a esa gran utopía llamada libertad,
no existe discurso posible, sentirlo es algo en mí inherente

Puede que por soñador me tomen, mas lícito es serlo,
peor condena hallaría en asesinar todas las ilusiones,
sacrificando con horrenda y macabra alevosía el alma,
convirtiéndome en un cadáver carente de pasiones

No hay condena más indigna que la traición a sí mismo,
además de traidor te conviertes en tú propio proscrito
y por más que busques con ahínco la ansiada redención
al final la lucha será vana, no hay descaso a tal delito

Es así que lucho día a día por ser fiel a mis instintos,
pues certeros o equívocos garantizan mi entereza,
evitando las tentaciones de este mundo perverso,
solo así, ganando la eterna lucha, obtendré grandeza  

Deseo ser libre para soñar, sentir y amar
y quizás lo sea, pero la brutalidad no me deja pensar 

sábado, 24 de mayo de 2014

Con el sudor de tu frente

El calor de Pooltron City es insoportable. El sol es abrasador y perfora los cráneos y ablanda los cerebros. El aire es irrespirable, cargado de suciedad y olor a podredumbre. Cada paso se convierte en un agotador suplicio, interminable, infinito. El mediodía se prolonga y ocupa las tardes. La vida se reduce a susurros apagados en las sombras.

Nadie sabía con exactitud cuándo se habían estropeado los sistemas de refrigeración en Public Felt Paper Co. Solo en determinados despachos, los que disponían de sus propios aparatos de aire acondicionado individuales, se respiraba un ambiente fresco y sano. El resto de la atmósfera de la fábrica era enfermizo y pegajoso. El calor de la maquinaria a pleno funcionamiento, la respiración jadeante de cientos de operarios, el sudor acumulado y el esfuerzo continuo. Una bruma perniciosa se levantaba sobre las cadenas de producción. La luz que se filtraba a través de los pequeños ventanales dejaba ver las extrañas comparsas de las partículas de polvo y suciedad en suspensión. Un afanado trabajador se limpiaba el sudor de la frente con el brazo e inhalaba una bocanada profunda y angustiada de ese aire enfermizo.

En verano los niveles de conflictividad de la Public Felt Paper Co. en su delegación regional de Pooltron City se disparaban. El más mínimo roce se convertía en motivo de luchas interminables y pendencieras. En las largas cadenas de montaje los hombres y mujeres se hacinaban en minúsculos puestos de responsabilidad bajo la orden de una tediosa y repetitiva actividad. El movimiento cansino y la temperatura asfixiante convertían el trabajo en un suplicio que se prolongaba durante horas y horas. Un mal gesto, un paso mal calculado o un pequeño despiste podían provocar un ligero roce con el compañero o la compañera de turno. Inmediatamente, los implicados se envolvían en un peligroso cruce de miradas llenas de odio y resentimiento. Llegar a la violencia carnal y despiadada era un paso más en la escala evolutiva de la conflictividad laboral de la empresa.

El reloj marcaba las cuatro en punto de la tarde. La peor hora del día en Public Felt Paper Co. Los grandes tejados de chapa ondulada se habían colocado de forma apresurada. En invierno el frío era insoportable y agarrotaba las manos; durante las primaveras y los otoños el viento se convierte en una amenaza; y en el verano toda la sala era una agobiante y sudorosa sauna donde se hacinaban los cuerpos sucios y malolientes de los trabajadores.

Lenny se afanaba en su trabajo con evidente desgana. Una sucesión monótona y constantemente repetitiva de gestos aprendidos como un autómata. Desde que ocupaba su puesto desarrollaba esa ridícula coreografía laboral como una máquina bien engrasada. Empezando desde el principio para acabar en el final. Sus días se repetían uno detrás de otro. En verano la tarea se volvía fastidiosa. El sudor se escurría por su frente y resbalaba por sus mechones pelirrojos cayendo pesados sobre el suelo, donde inmediatamente se evaporaban. El mono de trabajo se pegaba a su cuerpo y se amoldaba a sus formas. El sudor le molestaba en los ojos y un nuevo paso de baile se incorporaba a sus movimientos: el brazo limpiando su vista para poder continuar su trabajo. Odiaba su trabajo. Pero cumplía de forma escrupulosa con su tarea.

En torno a las cuatro de la tarde, la peor hora del día en la fábrica, el momento de más calor, un escalofrío gélido recorrió el espinazo de Lenny. Por un momento, se quedó paralizado mientras los cartones se amontonaban justa delante de su cara. La máquina seguía su curso. Pero las manos de Lenny no respondían. El sudor de su frente se volvió frío y viscoso. Un agudo dolor oprimía con fuerza su pecho y su cabeza se convirtió en un remolino sin sentido. Algo sucedía.


Luis Pérez Armiño 


sábado, 17 de mayo de 2014

Cuando Lenny encontró a Pam

Lenny Williams tenía asignado un puesto en la cadena de montaje en el turno de tarde. Acudía puntual a su puesto, todos los días de la semana, a las tres de la tarde. Incluso, era frecuente que se presentase en la cantina de la fábrica una hora antes, incluso dos; le gustaba comer con sus compañeros y se ahorraba tener que cocinar. Llevaba en Pooltron City los suficientes años como para haber tomado el pulso a la ciudad. Venía de un pequeño pueblo de la costa al sur de la ciudad con la intención de buscar algo de fortuna. En su haber, un currículum reducido y limitado, algún puesto de peón en barcos faeneros de poco calado y muchas horas dedicadas a actividades de las que no debía quedar constancia.


Lenny era de estatura normal; su rostro no ofrecía ningún rasgo distintivo. Su uniforme azul, siempre impoluto y debidamente planchado. Todos los compañeros envidiaban a Lenny; no comprendían cómo era capaz de mantener el mono de trabajo como si fuese nuevo, perfectamente limpio y con un azul resplandeciente.


Unos ojos grises muy vivos y el pelo pelirrojo alborotado, apagado por los años de estancia en el mismo centro de la ciudad. Se cuidaba su caballera con una obsesión maniaca. Por eso, cada vez que se incorporaba a su puesto se cubría la cabeza con un gran pañuelo blanco para evitar que se le ensuciase. Algún mechón lograba escapar y se asomaba por su frente. Su piel, antes morena gracias al mar y el salitre, se estaba apagando poco a poco en la oscuridad de Public Felt Paper Co.


Todos sus compañeros le recordaban por una sonrisa perenne y contagiosa, desde que entraba en la fábrica hasta que se iba. Bromeaba y hablaba con cualquier persona que quisiera escucharle con el mayor desparpajo posible de un joven que acaba de descubrir las luces, y los vicios, de la ciudad.


Pam Barnes trabajaba en el turno de mañana en la cadena de embalaje. Su uniforme verde indicaba su puesto en la compañía. Llevaba muy pocos años en Public Felt Paper Co. Un conocido de un familiar de un vecino le consiguió una entrevista con los responsables de recursos humanos de la compañía. Public Felt Paper Co. necesitaba nueva carnaza en sus cadenas. Ella se presentó sin demasiadas esperanzas. No creía que fuese a ser seleccionada. Demasiada formación y mucha experiencia en los más variados ámbitos laborales eran mal vistas por los responsables de selección de las grandes empresas. Desde muy joven, Pam fue capaz de compaginar estudios y trabajo. Con esfuerzo, un buen título universitario y un currículum abultado deberían abrirle las puertas de las mejores compañías de la ciudad. Nunca fue así.

Una lluviosa mañana cruzó el umbral de Public Felt Paper Co. Era un día gris, Pam se acomoda al paso silencioso y cansino de la masa humana que entraba a trabajar en el cambio de turno. Pam solo recuerda de aquel fatídico día el fondo gris.


Pam era una mujer joven, alta y muy delgada. Su cuerpo era bonito, con unas formas marcadas pero sin estridencias. Se movía con soltura y elegancia. Se recogía el pelo en una larga melena para poder trabajar cómodamente. Tenía unas manos muy largas, de dedos interminables y finos. En su frente se habían quedado marcada para siempre una preocupación profunda y oculta. En sus ojos marrones existía un pequeño poso de amargura indescifrable enmarcada por unas ojeras perennes. Era una mujer frágil e irresistible, llena de encanto.


De vez en cuando, rodeada de compañeras, en la cantina, en los vestuarios o en su puesto, Pam dejaba escapar una sonrisa tímida ante algún comentario de sus colegas. Entonces, su rostro blanco irradiaba una misteriosa luz, su boca roja se ensanchaba de forma prodigiosa dejando ver la dentadura blanca y sus ojos se convertían en dos magníficas llamas negras resplandecientes llenas de vida.

Lenny apuraba el último trago de su cerveza en la cantina de la fábrica. Estaba prohibido beber en horas de trabajo, asunto que no inquietaba lo más mínimo al joven. Algo llamó su atención al fondo de la sala. Allí estaba Pam con un grupo de compañeras hablando y riendo de forma animada. Desde ese día, Lenny nunca más pudo apartar la vista de Pam.


Luis Pérez Armiño



lunes, 12 de mayo de 2014

El ostracismo de Caronte: de los albores a las tinieblas


¿Será una mente perturbada la más objetiva para juzgar el mal que alumbra al hombre? ¿Es posible que la locura tome rédito del comportamiento humano y se trasforme en el camino a seguir? Quién sabe...

El ostracismo de Caronte nos introduce en el fantástico mundo de la mitología griega, a través de la particular visión de su protagonista. Cuentos y fábulas, en gran parte tristes y apocalípticos, que nos muestran la peor visión del hombre, pero que dejan abierta una puerta al optimismo.


Ya está a la venta el libro El ostracismo de Caronte: de los albores a las tinieblas. Los siguientes enlaces os llevarán a las librerías virtuales donde se puede adquirir, tanto en versión digital como en formato papel. La librería Bubok da la opción de comprar el libro en varios países latinoamericanos. Para aquel que desee adquirirlo con dedicatoria ponerse en contacto en elostracismodecaronte@gmail.com

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Muchas gracias por vuestra fidelidad a este blog, atentamente:

Andrés Calzada

sábado, 10 de mayo de 2014

Últimas voluntades o es de bien nacido ser agradecido

La muerte es un espectáculo.

Todos sabemos que algún día protagonizaremos ese espectáculo. Asunto diferente es saber cómo actuaremos el día que nos reclamen. Algunos se esconden y se tapan los ojos; no quieren ser testigos de su propia realidad. Otros prefieren adoptar una valentía impostada llena de falsedad; nadie puede permanecer inmutable a la idea de un infinito absoluto que asoma por la esquina. Pero muchos otros prefieren resignarse y aceptar un destino inevitable.

Todos nos convertiremos en actores y deberemos recitar nuestro último texto.

All That Jazz y Bob Fosse me reconciliaron con la idea de la muerte. El día que me toque espero hacerlo con mi traje lleno de lentejuelas brillantes, acompañado de un musculado cuerpo de baile y con una coreografía pegadiza. Lo único cierto es que la vida es un juego. Y cuando acaba, empieza la realidad. Y la única realidad que existe es la muerte (Bob Fosse dixit). Será entonces cuando entonemos nuestro adiós a la vida, a la felicidad y al amor para dar la bienvenida al vacío y a la soledad.

Siendo asunto tan vulgar y mundano, es difícil comprender la pasión y la expectación que genera. La presencia en las cercanías de un cadáver se convierte en reclamo inmediato para nuestro regocijo más morboso. La presencia de un cuerpo arrojado en la calle, un simple despojo desprovisto de vida y valor, provoca la aglomeración ingente de curiosos y entrometidos que desean contemplar la misma cara de la muerte. Quizás, el hecho de saber que nosotros algún día ocuparemos ese lugar y seremos el centro de atención de todas las miradas sea un aliciente excitante e indiscreto que nos impide cerrar los ojos ante la vista grotesca y deformada de la carne muerta.

Entre la repugnancia y la admiración de la vida culminada, del final previsto pero inesperado. Existe una atracción enfermiza. En una especie de macabro ritual. Los hombres necesitamos contemplar con nuestros propios ojos al amigo fallecido y al enemigo muerto. Sólo con su presencia palpable y cercana somos capaces de dar por finalizado un luto y una fase vital.

Los cadáveres siempre desaparecen en Public Felt Paper Co. Los actos con los muertos se resumen en una buena mordaza y los preparativos mínimos para asegurar la comodidad en el transporte del cuerpo hasta su lugar de descanso eterno. La única norma impuesta insiste en la necesaria visita del director de la compañía en su delegación regional que deberá levantar el cadáver. Es una de las tareas encomendadas al Sr. Redneck que cumple con mayor agrado. Cuando es solicitada su presencia ante la aparición de un muerto los sentimientos se arremolinan en el pecho de James. La curiosidad, la excitación, cierta repugnancia y una buena dosis de aprehensión. Todos los muertos son diferentes y ofrecen espectáculos diversos, algunos llenos de belleza y otros de inmundicia. Realizada la visita al cuerpo, los operarios seleccionados deben encargarse de la desaparición de los restos mortales. La fábrica dispone de un colector de tamaño descomunal. La fabricación de cartón exige unas cantidades de agua ingentes que posteriormente son desechadas. Ese colector suele convertirse en el último escenario de los muertos en Public Felt Paper Co.

El último fallecimiento en la delegación regional se correspondía con una muchacha joven que, se supone, debió de ser bonita. James fue inmediatamente avisado del hallazgo. Al parecer se trataba de una de las trabajadoras del sector de ensamblaje. El cuerpo descansaba convertido en un amasijo de sangre y carne golpeada y mancillada. James llegó a aquella sala de atmósfera irrespirable. Observó el cuerpo mutilado y ultrajado de la mujer. Con un gesto misterioso y unos pasos solemnes y meditados, se agachó sobre lo que se suponía que era la cabeza de la chica y dijo a su oído:

–Lo mejor de todo es que no tendrás que mentirme nunca más.

Luis Pérez Armiño 

lunes, 5 de mayo de 2014

Las dulces notas de Arión

Era un día despejado y el resplandor de la luna permitía contemplar el firmamento en todo su esplendor. Habían tenido una gratificante cena y padre e hijo decidieron, como colofón a tan placentera velada, salir a contemplar la inmensidad del cosmos. Ambos permanecían en silencio deleitándose con aquella majestuosa obra cuando el hijo decidió romper con la calma atraído por un singular y hermoso grupo de estrellas que le evocaban la figura de un delfín. Preguntó al padre acerca de tan extraña casualidad. El padre asintió y le comentó que efectivamente era un delfín y le narró la siguiente historia:   
Adornado por la gracia de Apolo, Arión se había convertido en un notable poeta y músico. Originario de la isla de Lesbos, pasó muchos años ofreciendo su arte en la corte de Periandro, rey de Corinto. Allí cosechó sus mayores éxitos y se granjeó la refutada fama. Todos respetaban y admiraban a Arión y eran pocos los que no quedaban admirados de la maestría que mostraba al interpretar sus composiciones. Fue la fascinación que causaba la que llevó al artista a tomar la determinación de mostrar a otras gentes el mayor tesoro que poseía, su inspiración, y se embarcó rumbo a la Magna Grecia.
Al igual que sucedía en Corinto, los habitantes de la Magna Gracia quedaron maravillados del notorio talento de Arión. Supo sacar buen provecho de ese don que Apolo le había concedido y amasó una cuantiosa fortuna. Pasado un tiempo, y con las arcas repletas de riquezas, el artista comenzó a añorar Corinto y decidió regresar. Al embarcarse en el puerto de Tarento cometió la imprudencia de hablar con ligereza, alertando de la fortuna que había adquirido a cuantos quisieron escuchar. Movidos por la codicia, los tripulantes resolvieron deshacerse del infortunado arrojándolo al mar, dejando huérfano su caudal y dispuesto a ser repartido. Pero Arión contaba con el favor de Apolo y la divinidad se le presentó en sueños advirtiéndole de las intenciones que tenían aquellos que le acompañaban en el viaje. Al día siguiente se enfrentó a los verdugos y les rogó que antes de llevar a cabo su macabro plan dejaran que interpretara una pieza de despedida. Fueron condescendientes con la última voluntad del músico y este entonó una canción en un tono tan dulce y agudo que atrajo a un delfín. Finalizada la soberbia composición fue él mismo el que se arrojó al mar, aferrándose al lomo del cetáceo que le condujo a la costa de Laconia, quedando el animal exahusto con su acto heroico y no teniendo fuerzas suficientes para regresar al mar, feneció. Arión tomó rumbo a la morada de Periandro.
La tripulación de la nave desconocía la milagrosa salvación de Arión y no hubo sospecha alguna cuando al llegar a Corinto se les interrogó acerca de la ausencia de músico; contestaron que al final había decidido quedarse en Tarento. Periandro les hizo jurar la veracidad de esa declaración y cuando hubieron terminado hizo llamar a Arión, que se presentó ante ellos con las mismas ropas que llevaba cuando se lanzó al mar. La sorpresa entre los tripulantes fue enorme; peor fue aun el castigo que recibieron. Periandro mandó construir un monumento en honor al delfín, a su nobleza y valentía.
Cuando murió Arión, Apolo colocó su figura junto con la de su salvador en el firmamento, dando lugar a la constelación del Delfín.

sábado, 3 de mayo de 2014

Protocolo de actuación en caso de emergencia



–Don Arturo, no reprima usted el vómito.

Presentación del Caso

Public Felt Paper Co. está bajo una vigilancia absoluta durante las veinticuatro horas del día. Nada escapa a las cámaras que son observadas escrupulosamente por los vigilantes desde la sala de control. Un circuito de televisión cerrado que recorre todos los recovecos de la fábrica. La alarma visual se activa en cuanto una cámara detecta cualquier indicio de peligro. El sistema informático de seguridad permite localizar las coordenadas de la amenaza en cuestión. En la sala de vigilancia, una alarma sonora indica a los guardias de turno el punto exacto donde se ha producido la incidencia. En ningún caso se especifica el motivo del aviso. Cualquier persona u objeto dentro del área que el sistema informático ha delimitado es susceptible de ser neutralizado mediante el uso de la fuerza.

Detección de la amenaza

Unos imperceptibles cuchicheos de una de las trabajadoras del sector de ensamblaje han activado la alarma. El sistema de reconocimiento facial ha detectado una supuesta actividad subversiva de una de los miembros de la plantilla laboral. Al parecer, la mujer en cuestión señalaba a una compañera la necesidad de exigir un sueldo acorde al de sus compañeros masculinos. En el código interno de la compañía este tipo de faltas están consideradas como “muy graves”. Sin embargo, por cuestión de orden público, es imposible actuar mediante el empleo de hombres uniformados. El protocolo diseñado por el Sr. Redneck prevé al detalle esta contingencia.

Primera fase. Identificación de la amenaza

El responsable de vigilancia debe identificar al trabajador o trabajadora sospechoso o sospechosa de actividades delictivas o sediciosas. Una vez identificado, se clasificará de acuerdo a su filiación sindical. De forma paralela, la seguridad de la compañía deberá apagar inmediatamente cualquier sistema de video – vigilancia que afecte a la zona amenazada. Comienza la segunda fase.

Segunda fase. Prevención de la amenaza

Los miembros de vigilancia puestos sobre aviso actuarán sobre la amenaza. El odio hacia el patrón es inmensurable; pero hacia el trabajador sedicioso es infinito. Los vigilantes se dirigirán a la zona señalada para neutralizar cualquier potencial amenaza.

Tercera fase. Comprobación de la amenaza

En estas situaciones, el protocolo prevé la eliminación, por innecesario, de este paso. Desde el momento que se activa el protocolo de actuación ante emergencia cualquier sospechoso es por definición culpable.

Cuarte fase. Eliminación de la amenaza

El éxito del protocolo reside en la gran libertad que concede a los actores implicados en su cumplimiento. Durante esta cuarta fase, el protocolo de actuación tiene previsto el libre albedrío de la demencia personal de cada sujeto implicado. El protocolo ha considerado y calculado las probabilidades infinitas de crueldad que anidan en cada cerebro humano. James no tuvo que molestarse mucho tiempo en la redacción de este punto. Solo tenía que dejar que el viento soplase. Dentro de cada uno, pequeño y agazapado, hay un tímido asesino dispuesto a llenarse las manos de sangre. Lo único que hay que procurar es despertar a la bestia dormida, hacerla enfadar y lanzarla sobre la víctima. Todo se resolverá en cuestión de unos sádicos minutos.

Quinta fase. Comprobación de los resultados

De repente, de un día para otro y sin que nadie sepa cómo, aparece en una olvidada sala de la compañía el cuerpo amoratado de una mujer joven. Su rostro se cubre de magulladuras y de sangre resaca. La cara, con uno de los pómulos grotescamente hundido, es una masa deforme. Es difícil identificar a la víctima. Desnuda, son evidentes los signos de una violación brutal en la que han debido participar varios individuos. En una de sus manos, algunas uñas han desaparecido; en la otra, uno de los dedos se ha convertido en un grotesco muñón que desprende un olor punzante y desagradable. Todo parece indicar que el dedo no ha sido seccionado de forma limpia, sino arrancado. Su costillar se hunde bajo un océano amoratado y se pueden adivinar unas cuantas costillas rotas. En su pecho son todavía perceptibles las muchas marcas de cigarros apagados con saña sobre aquella delicada piel. Una cicatriz carbonizada era el único recuerdo de la soga de alambre que cubrió su cuello. Dos grotescos agujeros indican el lugar exacto donde antes había una nariz. Por supuesto, las orejas formarán parte ahora del tesoro de algún sádico torturador. En la boca, una bolsa de plástico esconde la pérdida de varias piezas dentales y ocupa el espacio de la lengua cortada. Uno de los ojos se pierde en los párpados todavía hinchados. El otro desapareció dejando una profunda y oscura cuenca que ya no mira hacia ningún lugar. La joven había sido rapada.

–Vomite, don Arturo. No se reprima. Si se vuelve a tragar su vómito, los ácidos del estómago van a corroerle las entrañas y le matarán poco a poco por dentro. Vomite, no tenga miedo y expúlselo…

Luis Pérez Armiño