sábado, 28 de diciembre de 2013

Si me buscas, me hallarás

Embriagado por las notas musicales, que armoniosamente fluían, con hechizo y maestría al ser entonadas, comenzó a andar, un indiscreto montaraz. Era un camino pedregoso, pero esclavo de aquel sonido, a él más le parecía una cómoda senda que invitaba a ser recorrida con celeridad, pues al final hallaría el origen de aquellas cálidas notas que le susurraban amor y belleza, calma y paz.

Cuanto más dificultoso se hacía el trayecto, más avivaba el paso, impaciente por alcanzar una meta que no se hacía visible y que atormentaba su curiosidad. En su mente se aparecía la imagen de una majestuosa dama, de curvas perfectas, cabellos dorados y ojos azules como el horizonte celestial. Una dama que suplicaba con su canto un poco de amor, amor que él estaba dispuesto a dar. Así, engañándose, iba poniendo busto y cara a la melodía, olvidando la dificultad del trayecto.

La abrupta orografía había desgarrado sus vestidos y arañado su piel, pero lejos de sentir intención alguna de abandonar, daba rienda suelta a su majadería. ¿Qué hay en este mundo más importante que la belleza? -Yo soy un poeta -se repetía, sin haber hecho una rima en su vida- yo me alimento de sentimientos y pasión- Y así, con esta firmeza, seguía torturando su magullado cuerpo. Pensaba como fundir su “propio arte” con el de la hermosa mujer que ya existía en su mente.

La casualidad quiso ser justa con el pobre curioso, que le dejó observar el origen de aquellos sonidos que le habían enloquecido, antes de resbalar y desandar todo el costoso camino, ahora convertido en un mortal y veloz despeñadero. Así halló su martirio, pues es sabido, que nunca es bueno abusar de la curiosidad.

Al que quede con duda, que con un muerto sirva, le evitaré hacer el camino, con atajos y antes de tiempo. Tan dulces sonidos procedían de tres siniestras mujeres, pálidas y demacradas. La perfecta conjunción de la rueca y el huso que dos de ellas manejaban, creaban un sonido celestial, seductor y mágico. Solo se oyó un sonido discordante, provocado por unas tijeras, que utilizó la tercera mujer para cortar un hilo.

La melodía de la vida hay que escucharla disfrutándola con calma y paciencia, pues el intentar adelantarse al final, lo que único que provoca es que perdamos el magnífico estribillo de existir.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Discurso de Navidad de su majestad Frank Meadows



Estimados ciudadanos y ciudadanas de Pooltron City:

Son estas unas fechas especiales en las que en mi condición de alcalde de la ciudad debo dirigir unas palabras a todos y todas los y las habitantes de nuestra querida ciudad.
Sin duda, son muchos y muchas de ustedes, queridos lectores y queridas lectoras, los y las que me conocerán de otros relatos e historias. Otros y otras habrán oído hablar de mi persona y me mencionarán con mal disimulado fastidio ante la habitual y abusiva cita con las arcas municipales, las eventuales y arbitrarias notificaciones judiciales y los muchos desencuentros con la incompetente y sorda administración municipal que yo dirijo.

Sin embargo, en estas fechas, mi pequeño corazón se retuerce y gime agonizante asediado por muchos y buenos sentimientos que hacen que me sienta más cerca de vosotrosy vosotras, estimados y estimadas lectores y lectoras.

Sé que en estos momentos muchos de vosotros y vosotras, plebe e inmundicia general que habita las malolientes calles de Pooltron City, os estáis agarrando con fuerza a la silla. Estáis esperando grises noticias que os exigirán vaciar vuestros bolsillos y vuestras carteras para satisfacer las demandas municipales. Bien... esto es cierto. Vamos a exigir nuevos y mayores sacrificios. Sin embargo, pido toda vuestra comprensión ante un nuevo año de austeridad. Nos duele con todo corazón el cierre de determinados servicios esenciales y el aumento de impuestos municipales. Pero creo expresar la opinión generalizada de toda la ciudadanía cuando justifico estas nuevas medidas de contención. El equipo de gobierno municipal se ha visto obligado a tomar, una vez más, nuevas decisiones impopulares, pero totalmente necesarias y obligadas por una coyuntura desfavorable de crecimiento ralentizado.

Las necesidades municipales se han incrementado de forma exponencial. Durante las anteriores legislaturas, las partidas destinadas al mantenimiento de la representación municipal se habían mantenido en una dinámica estable de contención. Mi querida esposa, la señora Ruth Coiffeur, ha establecido unos niveles de exigencia mínimamente aceptables y, lo más importante, estables. Sin embargo, la reciente contratación de una nueva y exuberante secretaria ha supuesto un aumento considerable en la partida presupuestaria destinada al capítulo de "Matrimonios, amantes y demás devaneos de la oficina de la Alcaldía". Por último, y derivado de un ciclo regresivo que ha supuesto un notable descenso de mi popularidad, el capítulo correspondiente a "Escoltas, protección y matones varios al servicio personal del señor alcalde y su protección" exige un esfuerzo creciente y proporcional de inversión financiera.

Espero, por tanto, estimados y estimadas lectores y lectoras, que alaben la sinceridad y la transparencia de mi gestión. Comprendo lo impopular de las medidas adoptadas por mi equipo de gobierno. Pero pido la complacencia de vosotros y vosotras, lectores y lectoras, ciudadanos y ciudadanas, y votantes en última instancia. Al fin y al cabo, todos y cada uno de vosotros y vosotras, tomaríais la misma decisión en mi situación. Yo robo diez porque puedo robar diez; vosotros sólo robáis uno porque es lo único que podéis robar. Mientras tanto, mientras lleno mis bolsillos con vuestro sufrido dinero, os dejo entregados a los placeres mundanos que silencian vuestras bocas y ciegan vuestros ojos, que os apoltronan en el sillón mientras difrutáis de estas hermosas fiestas regadas con sidra barata y amenizadas por marisco congelado de baja calidad (en el mejor de los casos los más afortunados y afortunadas).

Feliz Navidad a todos y cada uno de vosotros.

Con todo mi afecto y cariño, el alcalde de todos y todas vosotros y vosotras, Frank Meadows.

Luis Pérez Armiño

sábado, 14 de diciembre de 2013

Avalancha



La historia, ni siquiera la arqueología con la arrogancia que le otorga la capacidad de otorgar a su antojo cronologías y fechas, ha sido capaz de descifrar el año exacto en que un tsunami asoló la pequeña isla de Rarotonga. Una pequeña extensión de tierra enclavada en algún lugar perdido en medio del océano Pacífico.

A pesar de los muchos años de investigaciones y la ingente suma económica invertida, nadie se ha aventurado a establecer una cronología precisa. Alguna publicación ha tratado de ofrecer datos relativos que estiman que los luctuosos acontecimientos a los que nos referimos y que marcaron para siempre el devenir histórico de la isla de Rarotonga tuvieron lugar entre un determinado momento del pasado y otro momento algo posterior. E inmediatamente, otros sesudos pensadores dedican todo su esfuerzo para ingeniar cualquier argumento, más o menos verídico o comprobable, para desmontar aquellas cronologías relativas y tan arriesgadas; en la mayoría de los casos, locuras de juventud.

El registro arqueológico de la isla de Rarotonga es extremadamente simple. En un momento indeterminado se produce el poblamiento de la isla. Hecho que puede encuadrarse dentro de los movimientos poblaciones que permiten la ocupación de los diversos archipiélagos que abundan por el Pacífico. En estratos escasamente fértiles los historiadores, arqueólogos y antropólogos han sido capaces de describir una cultura de nimio interés. Apenas restos de una industria lítica tosca y sin enorme variedad, dedicada a la rapiña de cualquier producto marino que llegase a las playas; una sociedad que no había sido capaz de desarrollar ningún tipo de explotación agraria. Numerosos restos, algunos de difícil identificación y, por lo tanto, controvertidos, parecen indicar una sobreexplotación de los cocoteros isleños. En cuanto a una posible estructura social, comparaciones etnográficas han permitido dibujar una sociedad en exceso primitiva consistente en alguien que manda y unos cuantos mandados. El dato más relevante y de mayor interés revela determinadas prácticas religiosas asociadas a un culto a los muertos: han sido muchos los huesos humanos localizados que presentan determinadas marcas que pueden hacer suponer prácticas de canibalismo (ritual o gastronómico, según se mire).

Punto y final de la floreciente y prometedora cultura de la isla de Rarotonga. Cualquier luz sobre lo que Rarotonga podría haber aportado a la especie humana es mera cuestión de especulación y ciencia ficción histórica.

Sin embargo, por encima de esos estratos que nos regalan datos tan someros sobre la cultura de Rarotonga, los expertos han identificado un nivel especialmente preocupante. Es un nivel estéril que, a parecer de climatólogos, edafólogos, químicos y otros expertos en las más variadas materias, revela la existencia de una destrucción masiva que azota toda la isla en apenas unos instantes borrando cualquier rastro de vida humana. Después de múltiples pruebas y análisis, las primeras pesquisas pretenden suponer que, en un momento cronológico indeterminado, la isla de Rarotonga fue sacudida por un violento tsunami que acabó con cualquier forma de vida y aniquiló la cultura de Rarotonga.

Algunos demógrafos estiman que la población de Rarotonga bien pudo llegar a contar con varios centenares de individuos.

Una fresca mañana de la temporada de lluvias, los rarotonganos se desperezaron después de una plácida noche de descanso. Todo transcurría con la habitual normalidad que solía impregnar el quehacer diario de la cultura de Rarotonga. Con los primeros rayos de sol, se encienden las primeras hogueras y se caliente el desayuno. Para algunos, un poco de coco era más que suficiente. Sin embargo, los ancianos insistían a los más jóvenes: era necesario alimentarse bien en esa primera comida. Para ello, nada mejor que un buen muslito de algún familiar recientemente fallecido o la pechuga del vecino que el otro día murió en un extraño e inesperado accidente. Pobre, era un joven tan prometedor.

Una extraña neblina invadió la isla de Rarotonga. Las escasas aves que poblaban aquel pedrusco dejado de la mano de Dios salieron volando. El mar se retiró de la playa. Una mujer se levantó y dirigió una mirada extrañada al mar. Un ligero temblor empezó a sacudir la isla, cada vez más violentamente, mientras un ruido, un pequeño rumor al principio, se convirtió en un ensordecedor estruendo que puso en alerta a toda la población de la isla. En apenas unos segundos, el mar reapareció en forma de una gigantesca pared de agua que borró cualquier forma de vida sobre la faz de la isla. Sólo fueron unos breves minutos. Todo desapareció bajo el agua, la isla sucumbió cubierta bajo el mar. Poco después, cuando la gran ola inicio la retirada, la isla salió a flote. Era un paraje yermo y  desolado. La vida había desaparecido por completo.

Las paredes de la delegación regional de Public Felt Paper Co. empezaron a vibrar. Henry, uno de los operarios del almacén, vio las extrañas ondas que recorrían la superficie de su café negro y frío. James apartó la vista de uno de sus pesados libros y dirigió la mirada hacia el retrato de Frank Meadows que colgaba en la pared de su despacho. Se movía con un ritmo imperceptible pero que crecía por momentos. El temblor crecía y crecía. Un ligero rumor lejano se convirtió en un estruendo interminable y angustioso.

Las puertas de la delegación regional de Public Felt Paper Co. se abrieron de par en par. Como tres sombras de mal agüero, en la puerta se perfilaron las figuras de tres personajes odiados en toda la compañía.

Luis Pérez Armiño

sábado, 7 de diciembre de 2013

Acerca de la Justicia



James entiende dos modos de justicia: una oficial y codificada, administrada por oficiales y profesionales; otra popular, en exceso visceral, sometida a las reglas de las buenas costumbres y de lo consuetudinario. La primera le desagrada profundamente; la segunda le ofrece una satisfacción sobrehumana e irrefrenable.

James entiende la justicia sólo en términos de la debida compensación a unos daños previos; determinadas normas y penas impuestas en consideración de cartas inútiles referidas a cuestiones tan absurdas y abstractas como los derechos humanos no son más que refrendos del irremediable ocaso de la civilización. La justicia oficial obedece a las sesudas divagaciones de expertos en las diferentes materias susceptibles de ser reguladas legalmente. Seres insensibles demasiado alejados de la realidad, criados a espaldas de un pueblo sediento de sangre y de justicia verdadera; la popular no se somete a ningún criterio razonable ni a ninguna codificación posible. Surge de forma espontánea y cuando se mueve es impredecible y difícil de satisfacer.

Para James, esa justicia oficial, negro sobre blanco en pesados tomos, legislaciones absurdas e incomprensibles, es algo abstracto e inalcanzable. Se trata de meras ideas de escasa aplicación práctica. Considera que la justicia debe ser administrada por la masa, sudorosa y viscosa, debe ser carnal y repentina. Dolorosa y ejemplificadora.

Las jornadas festivas, incluso determinadas horas del día en que se ve obligado a recluirse en su casa, transcurren de forme tediosa y anodina. Son horas lentas y pesadas. Sentado en su incómodo sillón James es hombre de gustos sencillos. La posición de James ofrece una línea discontinua con la imagen emanada por el televisor. Suele mirar a los ojos de sus interlocutores virtuales que se debaten en aquellos mundos tan lejanos pero tan reales. Incluso, dependiendo de la cantidad de alcohol ingerido o de la tensión acumulada en las diatribas de los ponentes, James lanza sus propias proclamas y eructa manifiestos a favor de razas humanas y de verdades universales teñidas de falsos argumentos.

La estancia oscura se ilumina insuficientemente con el resplandor vomitado por la pantalla.

Una cerveza para regar sus constantes visionados de noticiarios y programas informativos de contenido variado. Existe un tipo de crónica de especial relevancia que ocupa gran parte del interés de James. Las noticias de grandes juicios mediáticos en los que el tribunal debe decidir sobre la suerte de asesinos o violadores infames; en general, de cualquier quebrantador de la ley cuyos delictivos actos hayan sido capaces de atraer todos los intereses mediáticos y carroñeros de las grandes corporaciones que copan el escaso mercado informativo de Poltroon City.

Visto para sentencia, cuando el reo abandona las dependencias judiciales, una placentera ansiedad invade el ánimo de James. El condenado es conducido a prisión entre los insultos y los intentos de agresión de una masa anónima y vociferante. Se escucha una retahíla, a veces incomprensible, que incluye el más variado abanico de insultos e improperios. Todo tipo de objetos sobrevuelan los cielos buscando un mismo objetivo. James admira a ese gentío ensordecedor, escondido en la impunidad de la muchedumbre, deseoso del linchamiento público del reo juzgado.

Un excesivo pudor impide a James acercarse a la puerta de los tribunales. Si lograse reunir el ánimo suficiente, se hundiría en esa masa hinchada en odio y arrojaría sin dudarlo la primera piedra sin firmar contra aquel hombre que debe rendir cuentas ante una justicia laxa y corrompida.


Luis Pérez Armiño



domingo, 1 de diciembre de 2013

La derrota



Desolación.
El ruido ensordecedor, la jauría humana aullando, la masa de rostros crispados y ojos desorbitados, injuriando miles de improperios y barbaridades crueles e inhumanas, el jadeo sediento de la lucha sin fin… Todo son recuerdos. Un rumor que languidece en el tiempo. La atestada sala de combate descansa en soledad. Sólo una ligera neblina invade los rincones. El vaho de los cuerpos sudorosos y apelotonados disfrutando de la masacre. El ritual había tenido lugar con minuciosa exactitud. La masa se había regocijado y disfrutado de las entrañas ajenas, se había saciado de la nutritiva sangre de las víctimas perdedoras. Algunos rayos de luz creaban espectrales destellos en los charcos, aún húmedos, de la sangre oscura y espera que se derramó durante la ceremonia. Algún resto informe e indescriptible huía por el desagüe con lenta y viscosa cadencia.
En el centro de la habitación James podía distinguir un cuerpo inerte. Algunos ligeros movimientos, espasmos involuntarios, denotaban los restos de una respiración dificultosa y agobiante. Era una mole imponente, en posición fetal, derribada sobre el frío y sucio suelo de hormigón. Con un ritmo regular y apagado, aquel ser, humillado y derrotado, exhalaba escasos gemidos y suspiros sin sentido. Sobre el cuerpo, sangre coagulada, restos de un sudor amarillento y seco, las lágrimas amargas de una derrota. Los ojos cerrados y el rostro, ahora informa tras la brutal paliza, clavado contra el suelo.
Había sido una lucha fantástica a los ojos de los más entendidos y de los críticos más experimentados y audaces. El combate se había prolongado durante interminables horas que hicieron las delicias del público. Mary Hem resistió con habilidad y entereza los brutales envites de una fanática Jane Wright. En determinadas cuestiones, Jane no atendía a razones. Se convertía en una enorme máquina apisonadora incapaz de distinguir entre el bien y el mal. Sin duda, el reciente e insatisfactorio apareamiento sexual con James, su amo y señor, revolvió el subconsciente de la secretaria. Dicen los ocupantes de las primeras filas de la SDC que en sus ojos inyectados en sangre sólo se distinguía odio y violencia. Incluso, se comentaba en los mentideros, algunos aseguraban a ciencia cierta que Jane sospechaba de una posible relación entre James y la contable; una relación que va más allá de lo puramente laboral y se extiende cálidamente sobre el lecho hasta convertirse en carnal.
El Sr. Redneck había sonreído durante toda la lucha. Era la viva imagen de la satisfacción. Sus pequeños y miopes ojillos dejaban entrever una excitación más disimulada. La imagen de las dos mujeres sudorosas, revolcadas una encima de la otra, destrozándose y acribillándose mutuamente, proporcionaba a James un placer primario y animal. Fue incapaz de apartar la vista en ningún momento. Ni siquiera cuando un certero golpe de Jane con una piedra convirtió el cráneo de Mary es un escandaloso surtidor de sangre. Fue tal la potencia del impacto que la sangre salpicó el rostro del Sr. Redneck para júbilo desbordado del público. James se relamió los restos de sangre de la comisura de los labios.

Finalizada la lucha, en la soledad de la derrota, James se abalanzó sobre el cuerpo inerte en el suelo. Mary lucía toda su rotunda desnudez sobre el húmedo pavimento apenas cubierta por unos cuantos harapos y jirones. Su cuerpo resplandecía bajo los tímidos rayos de luz que lograban filtrarse a través de las ventanas cegadas. La sangre se secaba sobre su piel formando una costra parda y sucia. Descansaba sobre un gran y maloliente charco de orín. Nada importaba al insaciable James. Nada le frenaba. Su excitación iba más allá de las repugnancias propias y ajenas. Ese era el escenario adecuado para dar rienda suelta a su instinto depredador y carroñero. 
James intentó cubrir con sus formas mórbidas el excesivo cuerpo de Mary. Se recostó cuidadosamente sobre la contable apoyando su cabeza en la espalda magullada de la mujer. Con la mano temblorosa y excitada empezó a acariciar su brazo buscando su mano, muerta y flácida. Sintiendo el contacto con la sangre coagulada y el sudor opaco, James empezó a besuquear el cuello de Mary mientras absorbía su olor rancio y su sabor amargo, el de la agonía de la derrota. El cuerpo de Mary era incapaz de responder a cualquier estímulo. Sus miembros bailaban al son de James, no existía hueso que no estuviese roto o seriamente dañado. Su carne colgaba malherida y se mostraba cada vez más insensible a las caricias del Sr. Redneck.
El Sr. Redneck sacudió su cuerpo contra el de la moribunda. Apenas unos espasmos incontrolados que llevaron a James a un estado de paroxismo total, de éxtasis orgiástico y de satisfacción impúdica y aberrante. Con los ojos en blanco y la baba fluyendo por su barbilla, se levantó del húmedo suelo y se alejó de aquel cuerpo informe y moribundo. Mary apenas pudo esbozar una ligera sonrisa. Sus ojos perdieron cualquier atisbo de brillo y se llenaron de oscuridad. Su piel se tiñó de gris y el color de sus labios desapareció entre los regueros secos de sangre. 
Luis Pérez Armiño