domingo, 29 de septiembre de 2013

James rinde homenaje a William Burroughs



James se atusó el pelo. Cuidadosamente metió los faldones de la camisa por dentro del pantalón. Hacía unos instantes que había despedido a su secretaria. “Nunca más volvería a ocurrir”, se repetía mentalmente. James sabía que esa promesa, como todas las que hacía, era mentira. Volvería a poseer una y otra vez a Jane. Sólo tenía que ordenarlo. Jane era víctima de un extraño y delirante hechizo que le impedía ver la realidad, que le obligaba a observar al Sr. Redneck como un ser apuesto y de un atractivo fatal (algo totalmente alejado de la realidad).

James recuperó su posición en su mesa de despacho. Acomodó su enorme y grasiento trasero en la gastada silla de cuero y recuperó el libro que con tanto interés le tenía absorbido antes de la fastidiosa visita de la secretaria. Se mordía las uñas mientras trataba de mantener la atención en las líneas apretadas de aquel texto insípido y aburrido, excesivamente académico y rebuscado. El vello de su brazo se erizó y los escalofríos recorrían su columna vertebral. Un molesto cosquilleo avanzaba solemne por sus pantorrillas. Un estado de ansiedad invadía su pecho, el corazón amenazaba con colapsar y sucumbir en una poderosa y gelatinosa explosión de vísceras y fluidos.

Había comenzado el mono. Eran sus primeros síntomas. Lo peor estaba por llegar. Y llegó.

La respiración cada vez es más difícil. Nota que el aire no llega correctamente a sus pulmones. Es una sensación artificiosa e imaginaria pero angustiosamente real. Los primeros síntomas del mono comienzan siempre en lo más profundo de su nariz. James se ahoga poco a poco. Respira cada vez con más dificultad. El oxígeno encuentra serios inconvenientes y graves obstáculos que le impiden llegar a los pulmones. Entonces, James es presa del nerviosismo. Exagera al máximo sus movimientos respiratorios intentando atrapar más aire. Pero la nariz se cierra herméticamente. La sensación de inquietud se apodera de la débil mente de James.

Su mirada recorre de forma apresurada la desordenada mesa de despacho. Revuelve en todos sus cajones rebuscando algo. Por fin lo encuentra. Es un pequeño frasco de plástico con algo escrito en color naranja. James se introduce el delgado y largo aplicador por una de sus fosas nasales, lo hunde casi en su cerebro y acciona el dosificador hasta tres veces. Repite la operación en el otro orificio. Respira con fuerza y exhala un gutural y placentero gemido que llena toda la habitación. Ya ha tomado su dosis. Ahora sólo debe esperar a que haga efecto. Entre cinco y quince minutos.

James suele chutarse entre cinco o seis veces diarias. Su olfato ha perdido toda su capacidad, lo que supone, a su vez, una considerable disminución de su capacidad gustativa. La droga recorre todo su aparato respiratorio con la potencia de un ácido. Los médicos le han advertido multitud de veces de la situación de peligro de su nariz. Si sigue inyectándose esa porquería podría perder en breve el tabique nasal. Eso sin considerar los efectos pulmonares. Sus pulmones, teniendo en cuenta su prolongada adicción, deben estar encharcados con semejante mierda.

James hace varios años que esnifa oximetazolina. Cada vez le exige más y más. Ha pasado de apenas tres microgramos diarios a superar los diez con creces. Ha aumentado la frecuencia de visita a sus proveedores, que le alaban sin disimulo su cuelgue y lo beneficioso que resulta para su negocio. James se arrastra hasta sus camellos y les lanza billetes para conseguir su dosis.

Los chutes han perdido en intensidad y cada vez necesita más oximetazolina. Tres pulverizaciones en cada orificio nasal. La droga sale a propulsión del aplicador y se clava fieramente en la nuca. Riega sus cornetes y el amargo sabor le inunda el paladar con un picor amargo. Ahoga sus senos y fluye a través de los poros óseos hasta anegar el cerebro. Es una lluvia volátil que recorre toda la nariz y se interna por los oídos y los pulmones. Al principio no sucede nada. Es necesario recostar la cabeza para conseguir que el líquido llegué a todo el organismo con rapidez. A partir de esos cinco interminables minutos, los primeros síntomas se hacen evidentes provocando una profunda sensación de alivio. Los cornetes se retraen y el aire empieza a circular con facilidad. Todo es paz y relajación…

Es el tiempo – espacio de la droga.

Comienza un letargo afrodisíaco que puede llegar a extenderse durante largas horas que para el adicto parecen escasos minutos. Recuerdos congelados indescriptibles que nadan a la deriva y se pierden en el horizonte rosado. Ectoplasmas viscosos que se extienden por el gelatinoso cuerpo de James y se introducen por todos y cada uno de sus orificios. James se estremece de placer imaginando oscuras y simiescas sodomías de fétidos resultados viscosos.

Los libros no exponen más que las mentiras y las abyecciones inútiles y perniciosas de arqueólogos, historiadores y demás meretrices del recuerdo y del pasado. Estúpidas construcciones circulares que no cruzaban ninguna calle y en las que sus habitantes se hacían cruces observando el atardecer rojizo descender sobre los campos. Las religiones se habían transformado en meros ejercicios sin sentido y movimientos absurdos de carencia pendular que sólo rememoraban viejos tiempos de grasienta sumisión sexual. James es adicto a la oximetazolina.

Luis Pérez Armiño

jueves, 26 de septiembre de 2013

Hermano contra hermano

La amenaza Persa había sido neutralizada, las polis respiraban tranquilas. La libertad y autonomía, identidad del mundo griego, estaban “por ahora” a salvo. De los vencedores dos potencias exhibían sin reparo su poderío. Los ejércitos espartanos lo hacían por tierra. La amenaza ateniense llegaba por los mares. Quedaban con ello equilibrados, pero el poder tiene un macabro magnetismo que logra que hasta los hermanos se maten entre ellos. El peor de los males quedaba aún por llegar...
Vencidos los persas el sentimiento de unión griego frente al invasor se fue debilitando con la misma fuerza con que crecía el odio, que ya venía de lejos, entre atenienses y espartanos. La guerra del Peloponeso hay que entenderla desde un punto de vista hegemónico, de confrontación de dos posturas irreconciliables que sentían la necesidad de hacerse con el poder absoluto para garantizarse la libertad y la seguridad. Se enfrentaban dos concepciones distintas de entender la realidad en un espacio geográfico que se había quedado pequeño. Un solo gallinero para “dos gallos”, el enfrentamiento era inevitable, solo restaba saber cúando.
Pero también hay que concebir la guerra del Peloponeso como un enfrentamiento fratricida en el que no hubo vencedores. Al margen de quien fuese el primero en decir ¡basta!, solo quedó una Grecia devastada que acabaría provocando la propia quiebra del sistema de las polis. Una absurda guerra de desgate y más teniendo en cuenta que volvía a sentirse cerca la amenaza persa.
Atenas representaba la democracia y la libertad y sus ciudadanos gozaban de un status privilegiado y podían elegir a sus líderes. La ciudad contaba con una impresionante escuadra, dueña indiscutible de los mares. Atenas, con la derrota de los persas, había experimentado la embriagadora sensación que otorga el poder, se había vuelto ambiciosa. Había convertido a la Liga Ático Délica, creada por varias polis para la defensa común contra el enemigo persa, en un instrumento al servicio de su interés, disponiendo del tesoro de la Liga a su antojo. En esta carrera imperialista Atenas se había encontrado con un obstáculo, Esparta.
Esparta tenía una situación distinta. Su poder descansaba sobre los pilares de una oligarquía cimentada en una estructura social y política férrea, y sostenida por el temido ejército espartano, sin rival, tras la derrota de los persas, en la lucha por tierra. Los espartanos también tenían su propia política de expansión y controlaban la otra gran alianza griega, La Liga del Peloponeso. La oligarquía espartana estaba temerosa del espíritu democrático ateniense y su propagación por Laconia, base territorial de Esparta, pudiendo poner en peligro su sistema de poder. Además, la política imperialista ateniense era tomada como una amenaza que no podían permitir y debían de actuar antes de que Atenas aumentara demasiado su poder y les relegara de su papel hegemónico.
 Se pueden buscar mil causas que expliquen el origen del conflicto, tanto políticas, como militares, económicas, etc., pero todas tienen un nexo en común, la rivalidad entre ambas potencias. El detonante hay que buscarlo en las disputas entre Corcira y su antigua metrópoli, Megara, esta última aliada de Esparta. Los corciros pidieron ayuda a Atenas, precipitando el conflicto. Si bien, Esparta no deseaba la guerra en ese momento debido al grave problema interno que mantenía con los esclavos, los ilotas, que se había agravado con el descenso demográfico que les dejaba en una situación de franca inferioridad frente a estos esclavos. Además, la situación financiera de Esparta distaba mucho de parecerse a la de Atenas, que por el contrario estaba pletórica y confiada.
La estrategia ateniense era clara, evitar enfrentamientos a campo abierto con los espartanos, indudablemente superiores, retirarse tras las murallas y confiar en la efectividad de su flota. Atenas pretendía bloquear la escuadra enemiga y realizar rápidas incursiones terrestres, agravando la, ya de por si, deteriorada situación de los espartanos con los ilotas. Ni unos ni otros sospechaban en ese momento la sangría de la que iban a ser testigos.
En el 431 a. c. comienzan las hostilidades. La táctica de Atenas parecía dar sus frutos, sin embargo en el 430 a. c., una epidemia desoló la ciudad. Entre los fallecidos se encontraba Pericles, su notable líder. A pesar del revés, los atenienses lograron establecer una cabeza de puente en Pilos, territorio espartano, dando un duro golpe y en su punto más débil, su delicada situación social, a Esparta. Esta acción ateniense ensombreció las importantes victorias espartanas en Tracia. En el año 421 a. c., se firma la paz de Nicias, que debía durar 50 años.
En el año 416 a. c. se reinician las hostilidades. Atenas reconsidera la táctica a seguir, en busca de asestar un golpe definitivo. La nueva estrategia consistía en enviar la armada a Sicilia para apoderarse de la parte occidental de la Hélade, tierra de los griegos, estando la oriental bajo su dominio. Con esta acción,  se buscaba estrangular la región central, es decir Esparta y el Peloponeso. La empresa fue un descalabro sin precedentes y una tragedia sin igual. En Sicilia dejaron su vida la flor y nata de la juventud ateniense.
La última fase fue conocida como la guerra de Decelia y estuvo marcada por el corte del suministro de alimentos por tierra a Atenas, obligando a abastecer a la ciudad por mar y repercutiendo en las arcas. Esparta, también se ocupó de alentar contra Atenas a sus aliados. A pesar de todo, los atenienses lograron una serie de victorias que permitió recuperar parte del territorio que habían cedido. La escuadra espartana, comandada por Lisandro, hábil estratega, cortó el suministro de grano procedente del Helesponto, dejando sin alimento a Atenas. Esta situación obligaba a salir, a la desesperada, a la armada ateniense en busca de Lisandro, con el fin de evitar la hambruna. La armada ateniense es destruida por completo en el año 405 a. c. en la batalla de Egospótamos.
Un año después, una Atenas asediada, víctima de las epidemias y el hambre, se ve obligada a rendirse incondicionalmente. Los muros fueron desmantelados, se disolvió la Liga Atico Délica y se instauró la oligarquía en la ciudad que había sido la cuna de la democracia. A pesar de la insistencia de Corinto y Tebas de destruir la ciudad y esclavizar a su población, Esparta, reconociendo el papel primordial de Atenas y el servicio dado a la causa griega, rechazó tal proposición. Así concluía la primera guerra civil conocida en occidente.
Al final de la contienda, una Grecia exhausta y debilitada quedaba a expensas de sus enemigos. Las polis, como estructura política y económica, entran en crisis. Grecia necesitaba un líder fuerte y ambicioso que aglutinara a todos los griegos y así recuperar la gloria desvanecida, y, la historia, iba a conceder ese deseo. En el año 336 a. c., un joven macedonio, de apenas 20 años, heredaba el título de “strategós autokrátor”, que los griegos habían otorgado a su padre para que liderara la Liga Panhelénica. Este joven estaba llamado a escribir uno de los capítulos más significativos de la historia, su nombre era Alejandro Magno.

sábado, 21 de septiembre de 2013

James Redneck y el sexo opuesto (y IIIc). Encuentro dramático con Jane Wright. Segundo acto (Acción e inconclusión)



James, todo está dicho. Ahora es el momento de tomar la iniciativa. Ya no valen las excusas. Ahora no puedes esconder la cabeza como un avestruz. Tu vida pasa debajo de la tierra. Eres como una lombriz, sombría y húmeda, siempre ciega. Reptando y cavando más y más profundo. Huyes y no sabes a dónde. Pero ahora se te exige acción. Sal de la tierra y saluda al sol.

Tu cerebro reptil controla todos tus impulsos. Todo tu sistema nervioso se ha puesto alerta con una única misión: el apareamiento más salvaje y primario que pueda existir. Tú, James, como macho de la especie; ella, Jane, como la hembra receptora. Todo primario y animal. Excesivamente primigenio. Un coito insustancial e intrascendente, como toda tu vida, James. Empieza la acción.

El sudor resbala por la frente de James. Sus mejillas se han ruborizado. Todo su rostro tiene un aspecto porcino. Su respiración es fuerte y profunda, cada vez más rápida y contundente. Con un gesto lento se levanta de su silla. Abandona su cómoda posición dominante. En estos instantes, la visión de la vena palpitante de Jane Wright ha convertido a James en un simple pene erecto y de tamaño ridículo a punto de explotar.

Jane se siente observada. Su mirada irritada ha desaparecido y ha puesto los ojos en blanco. Con un gesto impersonal se desabrocha la chaqueta y se deshace de su camisa. Surge un tímido sujetador de encaje blanco impoluto. Aquella prenda tan íntima nunca había visto la luz. Deja resbalar su falda por sus piernas hasta que sus medias reposan a la altura de los tobillos.

James sale de su escondrijo detrás de la mesa de despacho repleta de papelajos, facturas y libros. Se quita su chaqueta de lana y la coloca cuidadosamente sobre el respaldo de su silla. Se saca la camisa de los pantalones y se desabrocha los primeros botones del cuello. Se la quita como si fuese una camiseta. Con mucha torpeza. Es un gesto poco natural en James. Cuando James se sitúa a la altura de Jane se baja los pantalones y la ropa interior en un mismo gesto dejando al descubierto su pene erecto. Con un gesto impulsivo se pone a cuatro patas en el suelo del despacho. Empieza a rondar a una Jane demasiado excitada como para oponerse. Se acerca a las esquinas y a las cajas tiradas por la estancia. Levanta una pierna y marca con un reguero de orina un pequeño espacio circular en torno a su secretaria.

Jane imita a su amo y señor y  también se pone a cuatro patas en el suelo, pero quieta, inmóvil. Sus ojos permanecen en blanco mientras empieza a emitir pequeños gemidos apenas imperceptibles de placer. El sudor recorre su columna vertebral hasta perderse en sus enormes bragas beige. Siente cada vez más cercano el aliento de James rondando a su alrededor. Su cabeza se retuerce de placer. Sólo espera el momento adecuado. Sólo quiere que su macho se abalance sobre ella con fuerza y le penetré de una vez, profundamente, decidido y seguro, hasta el fondo. Jane se recuesta boca abajo sobre el suelo y levanta su culo anoréxico ofreciéndoselo a James. Con sus manos se retuerce sus pequeños pechos pellizcándose los pezones.

James se acerca gateando al escuálido trasero de Jane. Empieza a olisquear como un perro en torno al consumido culo mientras salen horripilantes chasquidos de placer de su boca. Un hilillo de saliva empieza a manchar la moqueta del despacho. James está descontrolado, no puede absolutamente más.

Haciendo un último esfuerzo, James sujetó su enorme y blanda barriga y se alzó sobre sus rodillas. Colocó su prominente abdomen sobre las caderas ofertadas por Jane. Incrustó su pequeño pene entre las dos nalgas de la secretaria y, con un grito apagado y ronco, lo deslizó arriba y abajo un par de veces. Un estertor de placer se escapó de un jadeante James mientras eyaculaba unas gotas translúcidas sobre la húmeda piel de la espalda de Jane. Todo había acabado en un respiro.

James se apartó de Jane y se dejó caer sobre la moqueta del despacho. La mujer, aturdida, dibujó en su cara una muesca de sorpresa. “¿Eso era todo?”. Ni siquiera la había penetrado. Sólo había restregado su informe miembro por su culo y todo había acabado de repente. No había saludado y ya se despedía. Jane se arrojó con desilusión al lado del cuerpo sudoroso y sonrojado de James. Parecía una morsa descansando al sol. Jane pasó una mano por el orondo pecho de James. Él apartó la mano alegando su sofoco. Jane preguntó:

JANES WRIGHT: ¿Te ha gustado, cariño?

JAMES REDNECK: No ha estado mal (desvía su mirada hacia otro lado, avergonzado pero satisfecho. En su mente bailaba en una oscura bacanal el recuerdo borroso de la secretaria de Frank Meadows… y de su mujer Ruth Coiffeur… y del propio señor alcalde)

Luis Pérez Armiño

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Gracias pero adiós

Una antigua iglesia, una ermita, una muralla, etc…, no son simplemente piedras sobre piedras, piedras viejas con olor a moho, cuya única utilidad es la de ser explotadas todo lo posible a costa del curioso que viene a verlas. Una iglesia es un vestigio de nuestro pasado que nos cuenta como fuimos y como hemos llegado a ser lo que somos, forma parte de nuestra cultura y forma parte de nuestra identidad. Es pasado, presente y futuro, porque es atemporal, nosotros nos vamos, pero las piedras, siempre y cuando tengamos algo de sensatez, se quedarán. Hasta que no haya respeto por esto, no lo habrá por nosotros mismos. Caemos en la misma cantinela de siempre. No sabemos lo que tenemos hasta que lo hemos perdido. Solo hay darse cuenta que países como EE. UU., Argentina, Colombia, México, etc..., anhelan tener un pasado y no un ayer.
Es de justicia, por mucho que me pese, agradecer a la Iglesia el haber preservado el patrimonio. Si es cierto que este “mérito” hay que valorarlo desde el exterior, ya que para el clero significaba simplemente cuidar su hogar y lugar de trabajo, aparte de haber sido recompensados de sobra por ello. Pero la realidad, por triste que parezca, es que sin esta actuación de la Iglesia, la mayoría del patrimonio, sobre todo religioso, se habría perdido. 
Paradójicamente, el villano ha mutado su personaje convirtiéndose en héroe, procurando que iglesias, basílicas, conventos, etc…, que ahora son un reclamo turístico y por lo tanto un recurso económico del que se enriquece mucha gente, sigan existiendo. Hay que hacer “auto de fe” y aprender de los errores pasados para mejorar en el futuro. Hay que ser respetuoso con algo que tiene mil años más que nosotros. Como ejemplo mentar a ese “tasquero infame” que arremete contra la Ley del Patrimonio Histórico Español, porque tiene que aparcar su coche a treinta metros de su local, y lo hace sin preguntarse acerca de la razón que permite la prosperidad de su negocio.
El pueblo ha sido a lo largo de la historia muy cafre en su atención al patrimonio y seguimos sin haber adquirido conciencia alguna en este aspecto. Solo hay que observar las atrocidades que se comenten, sobre todo cuando existen motivos económicos de por medio, contra el legado histórico, y lo poco, “nada”, que hacemos para evitarlo. En cometer insensateces y majaderías a cambio de los famosos maletines tenemos como auténticos protagonistas a los consistorios. La conclusión que se saca de todo este asunto del patrimonio es que España lleva cierto atraso, en realidad bastante, con respecto al resto de Europa. Es significativo que en nuestro país se dieran las primeras leyes un poco serias sobre patrimonio en la década de los 80, del siglo pasado.
Lo que más me duele admitir es que fuese la ideología liberal la que castigara al patrimonio con mayor dureza y la Iglesia la que lo preservara. Las expropiaciones que se hicieron en el siglo XIX, sobre todo la de Mendizábal, dejó muchos conventos y templos abandonados a su suerte y el tiempo hizo lo demás, se ocupó de transformar dicho patrimonio en ruina y olvido.
Siendo ecuánime, reconozco la importancia de la Iglesia en la preservación del patrimonio. Pero vuelvo a reiterar que es un mérito vinculado a la necesidad de mantener limpia y cuidada la morada. También he hecho hincapié en que todo el dinero que tienen, y que por justicia Divina, o por propia concordancia con su Dios, no deberían de tener, lo han obtenido del pueblo, dense pues por bien pagados. Por lo cual queden en paz con el populacho, muy agradecidos y ¡adiós muy buenas!

viernes, 13 de septiembre de 2013

James Redneck y el sexo opuesto (y IIIb). Encuentro dramático con Jane Wright. Segundo acto (Diálogo)



Ya habíamos descrito la escena más arriba. Ahora… ¡comienza el diálogo!

Jane Wright da vueltas desordenadas a través del despacho de James Redneck mientras echa rápidos vistazos a las hojas que guarda en su carpeta. Su gesto es cada vez más desesperado y no deja de pronunciar irritantes gemidos y grititos ensordecedores y profundamente desagradables. Cada vez que abre su boca se pincha un afiladísimo alfiler en el centro mismo del tímpano produciendo un dolor insoportable. James ha dejado de leer su libro, lo deja encima de la mesa abierto y se recuesta en la silla. Extiende su brazo por detrás del respaldo. Cruza las piernas con dificultad asomando parte de su pantorrilla blanca y un calcetín de lana de color oscuro. Su rostro deja ver una sonrisa maliciosa: “Él es el jefe y esa postura, sobrada y muy calculada, lo confirma”.

Jane sigue vociferando peroratas sin sentido. Está totalmente atacada. Es un manojo de nervios. Su mandíbula cobra vida propia y amenaza con salir disparada como un proyectil. Sus muecas deforman su rostro a una velocidad supersónica. A intervalos regulares, se puede comprender partes del discurso que Jane dirige a un James satisfecho.

JANE WRIGHT: Han solicitado desde la compañía Lead Lines un pedido de nuestro nuevo modelo de caja autoplegable AP 2.0 (con tono indignado)

Jane continúa deambulando como una poseída por el despacho, soltando todo tipo de improperios y palabras sin sentido. Pone los ojos en blanco y empieza a echar espumarajos por la boca.

JAMES REDNECK: ¿Quiénes son esos de la compañía Lead Lines? (hace la pregunta con un tono de elevada suficiencia, con cierta ironía satisfecha. Sabe a la perfección quienes son los responsables de Lead Lines. De hecho, es amigo personal de su gerente)

Jane, de repente, se detiene enfrente de James. Se inclina sobre su mesa y le mira fijamente. Los ojos de la mujer se inyectan en sangre y la mandíbula acelera su particular ritmo enloquecido.

JANE WRIGHT: Sabes perfectamente quienes son (recalca estas últimas palabras llenas de odio). Es la compañía que está en Groundnut (un pequeño pueblo que hace las veces de ciudad dormitorio de Pooltron City). Esos (grita despectivamente) que no son nadie, sólo venden en mercadillos y en tienduchas de mala muerte… ¡Esos! (se exaspera por momentos). ¡Se atreven a pedirnos a nosotros (enfatiza con furia esta palabra) nuestras cajas! ¡Están locos! No, no, no… (repite mientras se tira de los pelos y deshace su moño). ¿Cómo se atreven…? ¿A nosotros? (Una hinchada vena sobresale en su cuello amarillento)

JAMES REDNECK: Bien, no pasa nada (con suficiencia), ¿cuántas han pedido? ¿Diez, veinte, cien… cuántas son? Qué importa, consulta con Contabilidad y les preparáis un envío con las peores que tengamos. No te preocupes. Así salimos del paso

JANE WRIGHT: No me parece adecuado (trata de serenarse. Misión imposible. Se exaspera aún más). No te das cuenta que nuestro logo aparecerá por todas las ferias de puebluchos como si fuésemos unos cualquiera (dice estas palabras incrementando por momentos su rabia descontrolada y subiendo el tono desesperante de su voz).

A Jane se le van a salir los ojos de las órbitas. La vena palpita con más fuerza y ya es de un color púrpura preocupante. Una gota de sudor recorre su sien. Su boca se retuerce de dolor contenido mientras se muerde con excesiva fuerza sus propios labios. Se apoya en la mesa de James con claro gesto reprobatorio. “Maldito James”, piensa. Le agarraría por su fofo cuello y le ahogaría con todas sus fuerzas. No puede apartar su mirada del gaznate de James. Le mataría allí mismo.

James dirige su mirada hacia la vena púrpura y palpitante del cuello de Jane. Observa su inquieta barbilla cubierta de jirones de baba. James se ajusta las gafas y se ruboriza. Algo crece y exige su propia existencia en su entrepierna. La excitación le domina. Jane es consciente de la mirada libidinosa de James y empieza a sentir un tímido cosquilleo mientras se erizan los pelos de su nuca. Jane se relame sus labios delgados como lombrices. Por su cabeza sólo ronda un deseo… “James, vamos a hacerlo encima de tus malditas cajas de cartón. Es lo que quieres”.

El problema es evidente. James y Jane, bajo los efectos del deseo sexual, son animales primarios.

 Luis Pérez Armiño

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Si me buscas me hallarás...

Embriagado por unas notas musicales de origen incierto que armoniosamente fluían con hechizo y maestría al ser entonadas, comenzó a andar un indiscreto montaraz. Poseído por el afán fisgón, acometió aquel camino pedregoso, sin embargo, esclavo de aquel sonido, a él más le parecía una cómoda senda que invitaba a ser recorrida con celeridad. Se imaginaba paso a paso que le depararía al final del recorrido, cual sería origen de aquellas cálidas notas que le susurraban amor y belleza, calma y paz.
Cuanto más dificultoso se hacía el trayecto más avivaba el paso, impaciente por alcanzar una meta que no se hacía visible y que atormentaba su curiosidad. En su mente se aparecía la imagen de una majestuosa dama de curvas perfectas, cabellos dorados y ojos azules como el horizonte celestial. Una dama que suplicaba con su canto un poco de amor, amor que él estaba dispuesto a dar. Así, engañándose, iba poniendo busto y cara a la melodía, olvidando la dificultad del trayecto que comenzaba a incidir en su bienestar.
La abrupta orografía había desgarrado sus vestidos y arañado su piel, pero lejos de sentir intención alguna de abandonar, daba rienda suelta a su majadería con temeraria valentía y un pundonor que tocaba lo cruel ¿Qué hay en este mundo más importante que la belleza? -Yo soy un poeta -se repetía sin haber trazado una rima en su vida- yo me alimento de sentimientos y pasión- Y así, con esta firmeza seguía torturando su magullado cuerpo. Pensaba como fundir su “propio arte” con el de la hermosa mujer que ya existía en su mente.
Quiso la diosa Ocasión ser justa con el pobre curioso, quizás conmovida por el titánico esfuerzo realizado y la escasa recompensa que iba a obtener. Le permitió observar el origen de aquellos sonidos que le habían enloquecido, antes de resbalar y desandar todo el costoso camino, ahora convertido en un mortal y veloz despeñadero. Así halló su martirio, pues es sabido, que nunca es bueno abusar de la curiosidad.
          Al que quede con duda que con un muerto sirva, le evitaré hacer el camino con atajos y antes de tiempo. Tan dulces sonidos procedían de tres siniestras mujeres, pálidas y demacradas. La perfecta conjunción de la rueca y el huso que dos de ellas manejaban creaban un sonido celestial, seductor y mágico. El único sonido discordante es el que corresponde a la nota final de la melodía. Esta nota está provocada por el sonido de unas tijeras que utilizó la tercera mujer para cortar un hilo.
La melodía de la vida hay que escucharla disfrutándola con calma y paciencia. El intentar adelantarse al final lo que único que provoca es que perdamos el magnífico estribillo de existir.

sábado, 7 de septiembre de 2013

James Redneck y el sexo opuesto (y IIIa). Encuentro dramático con Jane Wright. Primer acto (Escenario)



James Redneck aparece sentado en un escritorio iluminado únicamente por un flexo de oficina de pantalla redonda y luz amarillenta. La mesa está cubierta de columnas imposibles de folios amarillentos. En otro extremo, los libros se apilan en complicados equilibrios. Un reloj que no marca las horas, parado, y una fotografía, de la que no vemos la imagen. A la derecha de James, en una mesa supletoria una vieja máquina de escribir metálica y pesada, de un tono verde hospitalario. De ella todavía cuelga un folio a medio escribir. Hojea interesado un voluminoso y polvoriento libro. Pasa las páginas con decisión y lee con exagerados movimientos de cabeza. Su dedo discurre siguiendo las líneas del texto. De vez en cuando, asiente con un gesto satisfecho. Otras veces, niega con su cabeza mientras su cara se retuerce en un gesto reprobatorio. Viste chaqueta de lana, de colores apagados y gastados.

La estancia huele intensamente a humedad. (Al fondo del escenario se colocarán, invisibles para el público, unos ventiladores que con una fuerza moderada deberán dirigirse hacia la sala para que el público pueda percibir la atmósfera asfixiante)

Se oye un ruido. Tres furiosos golpes rápidos y seguidos, contundentes, que parecen querer derribar la puerta de madera (TOC, TOC, TOC).

JAMES REDNECK: Adelante (con voz sumamente desganada y sin levantar la vista)

Entra en escena Jane Wright. Abre con demasiado ímpetu la puerta de par en par. Atraviesa el escenario con decisión y el paso acelerado. Con grandes zancadas abarca todo el espacio y pisa con fuerza sobre las tablas, exagerando el ruido de sus tacones. Se sitúa en medio de la escena, frente a un James que sigue sin levantar la cabeza de su libro.

Al abrirse la puerta la luz ilumina la estancia. En la puerta se ve un cartel que reza en grandes letras mayúsculas y doradas: “SR. JAMES REDNECK. DIRECTOR GERENTE DE LA DELEGACIÓN REGIONAL DE PUBLIC FELT PAPER CO. EN POOLTRON COUNTY”. En el centro, James sentado en su mesa de despacho. A su espalda, estanterías que guardan asimétricamente cantidades ingentes de voluminosos ejemplares y enciclopedias demasiado antiguas y ya inútiles. Sobre las estanterías, pruebas de cartón y alguna que otra caja montada. A la izquierda de James, una gran lámina ilustra el la cadena genealógica evolutiva de las cajas de cartón, desde las más simples a los modelos más elaboradores. Encima, en marco dorado y barroco una instantánea retrata a Frank Meadows como amo y señor de Pooltron City. Al lado, otra imagen contiene las letras “P”, “F” y “P” formando el anagrama de la empresa Public Felt Paper Co. En el suelo, desperdigados sin orden ni sentido, cajas y cartones que ocupan toda la estancia formando un universo caótico y marrón.

Jane Wright tiene esa edad indeterminable que ronda entre los más de cuarenta y los menos de sesenta. Viste traje de chaqueta negro. Una estrecha falda de tubo a la altura de las rodillas deja ver unas piernas esqueléticas que se unen directamente con el resto del anodino cuerpo. La falda está salpicada de motas de polvo y manchas blancas de tiza. Lleva medias de color carne y unos zapatos negros de hebilla con unos altos tacones cuadrados. La chaqueta se ciñe con insistencia al cuerpo famélico de Jane. Las formas femeninas de la chaqueta, sin función alguna, cuelgan desganadas. El pelo negro recogido en un moño y unas gafas de pasta que resbalan por su afilada nariz. El rostro es amarillento, apergaminado. Lleva en sus manos una abultada carpeta clasificadora marrón de la que sobresalen folios de forma desordenada.

Jane, poco acostumbrada a los lujos de la luz solar, masca chicle de forma compulsiva. De esta manera puede disimular el temblor que agita con movimientos espasmódicos su mandíbula. A simple vista podría parecer una consumidora habitual de cocaína recién abastecida. Nerviosa, inquieta, no puede permanecer inmóvil. Su mandíbula tiene vida propia y sus labios se arrugan y se contraen en horribles gestos involuntarios. La mirada se pierde en reflejos de locuras no asumidas.

JANE WRIGHT: Buenos días, James (con voz nerviosa, las palabras se atropellan). Llevamos toda la mañana buscándote. ¿Dónde estabas? (esta última pregunta, casi un grito, con un tono irritante, chirriante, desagradable)

James mira por encima de sus gafas, con gesto aburrido, a Jane.

Luis Pérez Armiño