lunes, 5 de agosto de 2013

La gran mentira



Hay algo que no ha cambiado a pesar de los siglos y siglos; es el concepto del poder y sus protagonistas. Camaleónicamente se adaptan al medio, confundiendo al pueblo y orientándolo hacia sus fines. No por más revoluciones, que ha habido y habrá, le quitará al poderoso de su sitio. El poderoso entiende con mayor facilidad los entresijos sociales que el pueblo. Unos entresijos que ellos mismos han construido. El último engaño de estos seres recibe el nombre de Democracia.

Han hecho creer al pueblo que tiene la soberanía, que es el que manda. Sin embargo cuando llegan las dificultades está claro quién es el sector prioritario, la banca, las grandes empresas, el poder en definitiva. Lo preocupante de todo esto, es que se legitiman en el propio pueblo. Pues es el voto el que les otorga esa potestad. Intentan evitar el absentismo electoral con frases “hechas” del tipo de quién no vota no cuenta, para que el cuidadano acuda cual “borrego” a su propio cadalso. Ahí consiguen su fuerza, pues cometen las mayores atrocidades sabiendo que la gente volverá a acudir a las urnas.

Parece ser que no se puede criticar a los políticos y aun a pesar de que sus decisiones nos hayan arruinado la vida, hay que dejarlos vivir en paz. Un ejemplo claro es el tema de los escraches, supuestamente acosadores qué rompen la armonía de los dirigentes. Yo estoy de acuerdo con que un niño no debe saber lo malo que es su padre. Pero también pienso que si es posible que puedas ejercer la maldad, o equivocarte en decisiones que afectan a todos, no te conviertas en personaje público. Lo cierto es que esto solo se sabe cuándo ya estás en el poder, al principio todo son buenas intenciones. Pero llego más allá, un hijo de un político debería desconocer o, por lo menos, no sufrir los desmanes de su padre. Pero..., por la misma razón, es necesario que un hijo de un desahuciado ¿sufra los excesos de la agresiva economía mundial?, o lo que es peor, ¿debe un niño dormir en un parque o bajo un puente?, sin entender el porqué. Todo ello por culpa de un sistema injusto que premia al rico y al poderoso, pero que lo endulzan con los néctares de la Democracia.

Solo hay que tener en cuenta una cosa. Antes existía la lucha social y ahora todo aquello que se opone al poder establecido recibe un nombre; ¡TERRORISMO! Poco importa que sean unos padres de familia reclamando alimento para sus hijos o un cualquiera que protesta porque el banco le quita la casa; en todos los casos solventa al resto y eso incomoda al poder...

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