martes, 28 de mayo de 2013

Sobre los hijos de la oscuridad



Cuidaos de los seres que están en las sombras; de aquellos que no veis, pues os observan. No obviéis a los entes que pueden producir congoja en el alma y lo harán si así lo desean. No se puede huir de lo inevitable, ni ignorarlo, pues cuando haya de llegar el momento vendrá con más fuerza, golpeando con la ruda arma de la realidad.

Los dueños de la oscuridad, Erebos, señor de las tinieblas, y Nyx, diosa de la noche, fueron incitados por Eros, yaciendo juntos y estableciendo progenie. Concedieron la luminaria a través de Éter y dieron al hombre el día cuando parieron a Hemera. Sin elemento alguno masculino, Nyx engendró a Hipnos, el dios del sueño, que le recuerda al hombre cada noche que un día llegará su hermano Tánatos, el dios de la muerte. Tánatos era sutil y procedía en su cometido, al igual que su hermano Hipnos, suavemente. No siembre habría de ser así, pues Nyx había concebido a las Keres, amantes de la sangre y señoras de la muerte violenta. Insaciables, daban los más horribles e inimaginables finales a aquellos mortales maldecidos por el destino.

Prolíficamente fecunda, Nyx engendra a Moros en cuya mano deja el destino y la condenación; a Eris, que sembrará la discordia, y a Geras, la vejez, que con su acción recordaba al hombre que se acercaba el final. También alumbró a Némesis y la concedió con la vida el don de la justicia retributiva; la venganza, como gustaba a muchos darle nombre. Rápida de acción, castigaba sin piedad a perjuros, infieles, ingratos, orgullosos e inhumanos y a los malvados que escapaban de las garras de Temis.

Pero de todos los seres de la oscuridad eran las Moiras, a ciencia cierta, las más temidas de las hijas de Nyx entre los mortales, pues ellas controlaban el destino. Si bien Moros, su hermano, tenía la potestad, las Moiras eran quienes ejercían el poder. Cloto hilaba el hilo de la vida; Laquesis tejía el destino y Átropos, la más siniestra de todas, elegía el último destino, el que marcaba el fenecer, cortando el hilo de la vida con sus siniestras tijeras. Tal poder tenían que respetadas eran por hombres y deidades.

No estaba la obra de Nyx concluida y faltaba quién alejara la muerte de la vida. Aquel que hubiese de conducir al hombre a su destino final; el último viaje, el más difícil pero necesario. Viejo descarnado y enfurecido, brotó de las entrañas de la noche y se alzó con el remo y el pontón, convertidos en objeto de la miseria humana, para dar paz a los muertos en los reinos de Hades. No era ser piadoso Caronte y a todo aquel, ya sea por no recibir sepultura o por razón dispar que fuese, que intentará embarcar sin moneda, no recibía más que golpe de remo hasta ser apeado, para consumar su desdicha con cien años de destierro en la orilla extraviada. Pasada la centuria accedía el viejo macabro a dar paz a la desdichada alma con el viaje demorado por la falta de plata.

Los vástagos de Nyx parecían surgir para atormentar cruentamente al hombre. No veía el necio humano, adorador de la obcecación, que tales fuerzas eran necesarias para establecer un orden, un equilibrio que permitiera dar paso a nuevas generaciones. Los más longevos debían de irse para dejar paso a los que han de llegar. Este es el ciclo vital de Gea, el ciclo de la vida que alcanza la gloria con la muerte.

Son los olímpicos los que rigen en la faz de la tierra, pero rara es la ocasión en la osan perturbar a las fuerzas de la oscuridad. La noche tiene su misión y ha de ser respetada. Aceptaron el liderazgo de Hades, si bien el prójimo de Zeus debía gobernar el inframundo, jamás incumbiera a su naturaleza transmutar ley alguna. Ni el mismísimo padre, señor del rayo, prócer entre los dioses, podría variar lo establecido. Con tal dispensa Nyx y su progenie ejercían absoluta potestad en aquellos que fuesen sus cometidos y nada habría de variar tal disposición por magno carácter que tuviese el nuevo privilegio.

sábado, 25 de mayo de 2013

Historia ficticia sobre las corruptelas que surgen en torno al vil metal


Primer aviso de seria consideración. Esta es una historia completamente ficticia que ha tomado como referencia algunos hechos reales y apenas algún nombre de algún personaje históricamente documentado. Sin embargo, su desarrollo y acontecer es asunto completamente ficticio aunque tenga una moraleja absolutamente real como la vida misma. Comencemos.

Corría el año del Señor de 1415. En la biblioteca del monasterio de Saint – Gall, un monje, más conocido por sus habilidades caligráficas que por sus ímpetus devotos, escudriñaba antiguos legajos, polvorientos pergaminos y frágiles encuadernaciones atacadas por el paso inexorable del tiempo. Trataba de unir diversos fragmentos de unos latinajos que le habían llamado la atención. Después de largas horas de dedicación, sus ojos cansados apenas podían acostumbrarse a la débil luz de la ínfima llama de candil que bailaba al son de corrientes y frías ventiscas que llegaban desde las montañas y recorrían con un escalofrío en enjuto cuerpo del hombre de fe. Por fin, cuando su mente luchaba por mantener el intelecto vivo frente al desmayo del desaliento, en uno de aquellos sucios escritos creyó distinguir un nombre. Lo miró y remiró una y otra vez. El nombre, destacando su tamaño sobre el resto de las líneas, no dejaba lugar a dudas: Vitruvio tal y tal, sucesión de palabras en un latín incomprensible en los siguientes párrafos y una palabra que decía algo así como Archi…, Archit…; sí, por fin se leía con claridad: Architectura.

Aquel sacrificado hombre había dado con los restos, más o menos completos, del que sería uno de los tratados fundamentales en toda la literatura artística. Era el De Architectura de Vitrubio, arquitecto que compuso este tratado en torno al 28 a.C. Sin embargo, lo llegado a nosotros sufrió el paso del tiempo y, sobre todo, el paso por diversas manos que decidieron hacer suya semejante obra y transformarla de acuerdo a sus intereses. Existía en Italia en ese floreciente siglo XV un vivo afán por crear una fructífera industria cultural en torno al genio de unos cuantos creadores que empezaron a triunfar como hombres de corte en los estados principescos italianos. Pero todavía existía un problema fundamental en el quehacer artístico que nublaba el entendimiento de estos prohombres: su actividad era servil y considerada mecánica. Su labor apenas podía distanciarse de lo que hacían otros artesanos y demás menestrales… y, sobre todo, pagaban impuestos y rentas como el resto de los mortales pese a ofrecer lo mejor de su entendimiento e intelecto ingenioso a los hombres del poder tanto terrenal como espiritual.

Desde aquella fría biblioteca del monasterio suizo se inició una de las campañas de marketing y manipulación cultural más importante de toda la historia conocida. Humanistas italianos, filólogos y, sobre todo, artistas, encontraron en aquellos restos ilegibles del arquitecto romano la oportunidad de crear todo un corpus dogmático que santificase la labor creativa equiparándola, si era necesario, a la propia acción creadora divina. La cita de autoridad de un artista clásico, de origen en la mismísima Roma imperial, sería suficiente para convencer al orbe entero de las magnificencias del trabajo artístico. De hecho, el latín empleado por Vitruvio era burdo y en exceso técnico, apenas comprensible para todos aquellos estudiosos que decidieron afrontar su estudio crítico. Fue entonces cuando los artistas decidieron obviar los principios que debían dirigir cualquier trabajo crítico y ultrajaron los escritos vitruvianos, añadiendo e inventando lo conveniente y provechoso para sus propios intereses y eliminando aquellas partes que eran superfluas e innecesarias.     

El cardenal Riario patrocinó, en tiempos de Inocencio VIII, la primera edición de aquel batiburrillo refundido con añadidos y numerosos parches que se conoció como el más grande tratado sobre la arquitectura de época clásica, nueva Biblia incuestionable que debía regir los principios arquitectónicos, incluso artísticos, de todos aquellos que se preciasen de vivir de su genio y de su capacidad creativa. No importaba haber creado un texto artificioso y fantasioso que describía una Roma más ideal que real, plagada de arquitecturas imposibles e increíbles cuya mera proyección sobre el plano era imposible. Sin embargo, entre líneas era posible leer la alabanza de las glorias y loores de la profesión artística, actividad ante todo y primeramente intelectual. Una labor de fuerte carga teórica que exige al practicante toda suerte de conocimientos y sabidurías.

En la mentalidad de la época, desempeñar actividad intelectual, siempre considerada noble, significaba evadir la obligación de contribuir con dinero a las arcas públicas. Por eso, detrás de todas aquellas elucubraciones, del ensalzamiento místico del genio creativo del artista, existía un interés más mundano y en exceso humano. Si el libro reinventado y re – redactado del arquitecto romano surtía los efectos deseados, los artistas de aquella magnífica y pensativa Italia del siglo XV habrían conseguido el sueño de todo mortal sometido a los caprichos de los gobiernos, justos o injustos: evitar pagar por sus impuestos. Ni los artistas, rodeados por sus bohemias y encendidas pasiones, eran capaces de sustraerse de esa pasión tan humana que rige nuestros desvelos desde que el estado es estado: defraudar a la hacienda pública.

Luis Pérez Armiño

miércoles, 22 de mayo de 2013

La lágrima eterna


Con razón su vida se había convertido en un infierno. Su marido, un tremendo déspota, se las pasaba la mayoría del tiempo en el bar o persiguiendo mujeres y poco le importaba que ella se percatase de su lascivia; a él le daba absolutamente igual. Ni siquiera recordaba cuando fue la primera vez que empezó a faltarla al respeto. Se había acostumbrado y un enraizado menosprecio hacía si misma actuaba de analgésico ante la infamia.

Todos los días se repetía que no existía justificación alguna para continuar con aquel hombre, que ya era hora de dar un golpe sobre la mesa y dejar las cosas claras. No sabía muy bien por qué no había tomado la decisión, quizás por miedo a la incertidumbre. El caso es que siempre acababa encontrando una razón para posponerlo. Mientras, día a día su vida se apagaba un poco más. No tenía ilusiones y tan solo un café, de cuando en vez, le recordaba que existían placeres en la vida.

Cuando su marido llegaba borracho y reclamaba sus favores sexuales, a pesar de la repugnancia que la generaba ella consentía, pues creía que era su deber como esposa. No había olvidado aquel día que la dijo que cuando hacían el amor se imaginaba que eran otras las que le acompañaban, pero era tan solo una humillación más.

Recordaba con nostalgia los años de juventud, años locos, llenos de vitalidad y energía. Aquellos días en la universidad, su primer trabajo y aquellas amigas que el tiempo había separado. Pensamientos tan lejanos que, sin embargo, constituían su único tesoro. Si no hubiese dejado su trabajo cuando se casó con él su situación hubiese sido diferente; pensaba con rabia contenida. Se sentía como su esclava, despojada de la dignidad y la libertad. No tenía vida propia, simplemente, sin ilusión alguna, observaba como pasaban los días.

Llegó un día a armarse del valor suficiente como para decirle que le dejaba. Él contestó, tras una fingida risotada, que dónde iba a ir ella sino valía para nada. Con qué se iba a vestir y cómo iba a ser alimentada. Pero cuando se dio cuenta del convencimiento de su mujer cambió de tal manera su discurso que llegó a decirla que si le dejaba la mataba, pues ella le pertenecía desde el día en que se casaron.

Así consiguió disuadirla de su empeño, pues él si que sin ella no era nada. Para aquellos que se pregunten cómo termina la historia, simplemente tienen que volver a comenzarla. Por desgracia no tiene final feliz y por desgracia no es una historia inventada. Pasa a muchas mujeres en países donde existe la democracia. En estos países de "libertades" se encuentran esclavizadas.

domingo, 19 de mayo de 2013

La cualidad de mezquino



Las etimologías de las palabras nos muestran los vericuetos de nuestro actual lenguaje, tan apasionado y fructífero, tan versátil para describir y relatar cada segundo de nuestra vida. Y en esa pléyade de definiciones, de sinónimos y antónimos, de caracterizaciones y adjetivaciones, las instituciones regias decidieron fijar y dar esplendor a la lengua, ente inquieto y en extremo nervioso, para así limpiar nuestros vocablos y evitar deformaciones, intencionadas o casuales, que pudiesen llevar a equivoco tan digno idioma como el español…, o el castellano, dependiendo del momento y de la interpretación constitucional de turno. Fuera de cualquier consideración sobre el fin último de academias, reales o no, algo incuestionable es la utilidad de algo como el diccionario. Un simple vistazo y cualquier duda se disipa con un gesto de asentimiento auto convencido de conocimientos que creíamos olvidados pero que resucitan ante la más mínima pista.

Mezquindad es la cualidad de mezquino. También la acción o cosa mezquina.

Este es el tipo de definición que nos puede dejar sin respuesta evidente y ante la cual consideramos lo inapropiado de nuestra búsqueda. Siguiente paso, localizar el término mezquino/a en el diccionario. El resultado ya es otro. Amplio pero sumamente conciso. Nos aporta multitud de definiciones. Hasta seis acepciones posibles de un solo término. La riqueza del castellano se mide en este tipo de palabras, tremendamente sonoras y mágicamente visuales. Cuando se emplea mezquino o mezquina parece que nuestra boca se llena y se libera al soltar improperio tan usual pero revestido de un cierto halo de cultismo que envuelve de dignidad nuestro insulto dirigido a una persona equis, un conjunto de las mismas, o una cosa o cosas.

La Real Academia tiene a bien hacernos mención al posible origen del vocablo solicitado. Así, volviendo a la incuestionable rotundez del mezquino o la mezquina, nos cuenta sentando autoridad que la palabra en cuestión tiene su origen en el árabe hispano que a su vez lo tomó del árabe clásico; éste, de la misma manera, consideró útil copiar y adaptar el término del arameo, para finalizar, de una vez por todas, en un lenguaje de tintes arcaicos e indescifrables como es el acadio. Todos estos pasos, sin embargo, son innecesarios para maravillarnos con el significado originario de un mezquino o una mezquina. Se trataba, simplemente, de un súbdito de palacio. Este dato se revela fundamental para lograr comprender en toda su intensidad la actual significación de lo mezquino y de la mezquindad. Algo huele a podrido en palacio.

Es una etimología brutalmente visual que nos retrae a seres obtusos, de mirada intrigante y gesto miserable que se refrotan las manos en un ademán ladino. Los mezquinos se consideran afortunados por su presencia en fastuosos palacios construidos sobre pies de barro que encierran la ignominia más absoluta, los desprecios más aberrantes y las torpezas más crueles e imbéciles. Su gratitud es infinita cuando su amo les permite dormir a sus pies sobre suelos de arena. En esos rincones, a la espera de la llamada de su señor, intrigan y maquinan mil y una venganzas contra todo aquel que pretenda acercarse a sus dueños, a los que consideran unos y absolutos. Es tal ignorante y ciega su devoción al amo que olvidaron hace tiempo por donde sale el sol, convirtiendo sus cuerpos en grotescos maniquíes de apergaminadas y amarillentas pieles.

Sabio es el diccionario cuando establece entre sus acepciones dos categorías bien diferenciadas: las primeras, las que todavía encuentran amplio eco en nuestro día a día, hacen hincapié en todos los aspectos peyorativos y perniciosos del término, aludiendo a la falta de nobleza, tanto espiritual como material, del mezquino y de la mezquina; la segunda categoría, aquella en la que se indica el escaso uso del término de acuerdo a esas acepciones, hace referencia, sin embargo, al aspecto fatalista y determinado del que se denomina mezquino o mezquina, tratando de apelar a nuestros más nobles sentimientos buscando en nosotros la compasión hacia el pobre infeliz. Sin embargo, bien podría encontrarse otro complejo personaje también calificado como mezquino y que es capaz de aunar en sí las dos facetas antes referidas: el que es mezquino y a la vez es consciente de ello. Y esa aceptación de sus poco honorables cualidades provoca en el sujeto en cuestión un sentimiento atroz de desdicha e infortunio. 

¡Mezquinos de palacio! ¡Uníos!

Luis Pérez Armiño

viernes, 17 de mayo de 2013

La boda charra; Salamanca

         Tradicionalmente las bodas charras se realizaban en los domingos estivales. Pero antes debía de darse un requisito indispensable, la petición de mano, que habría de hacerse con medio año de antelación, es decir, por navidades. Esta petición seguía una serie de formalismos tradicionales. El novio, acompañado de sus padres, iba a casa de la novia a exponer los motivos del porqué debía realizarse el compromiso. En el caso de no haber ningún impedimento para llevar a cabo el enlace se procedía al intercambio de regalos, más conocido como la “entrega de la cesta”.

            Un aspecto de suma importancia para cerrar el compromiso era la negociación de aquellos asuntos concernientes a la economía de los futuros cónyuges. Se solían redactar unos documentos conocidos como las “hijuelas”, que no era ni más ni menos que un inventario de bienes que cada uno de los novios iba a aportar a esa unión. Las hijuelas eran uno inventarios precisos y metódicos, incluso contemplaban las prendas del ajuar, y debían ser expuestas unos días antes del enlace. Una vez todo en orden se procedía a la firma de los documentos; el hombre firmaba la copia de la mujer y viceversa. Si el hombre no era oriundo del pueblo, la tradición exigía el pago de un tributo, que variaba en base a las posibilidades de la familia del novio. Este tributo recibía el nombre de “pijardo”.

            Había una serie de acontecimientos en los días previos a la boda. Tres domingos antes del enlace se realizaban las amonestaciones o notificación pública del enlace en la iglesia; para que se pudiera denunciar en caso de que hubiese algún impedimento. La semana anterior mozos y mozas recorrían el pueblo anunciando la unión. También era costumbre correr el “choto enamorado” en una especie de encierro; luego se sacrificaba el animal para confeccionar el menú de boda. Las mozas días antes hacían la cama de los novios. El día anterior los mozos preparaban el banquete, las mesas, la vajilla, etc., mientras que las mozas hacían lo propio con la iglesia.

            Llegado el día, el novio, del brazo de la madrina, avanzaba hasta la iglesia seguido de una comitiva de gentes del pueblo. A la novia se la rondaba en su casa y se la invitaba a ir a la iglesia. Al llegar al templo, el novio llamaba a la puerta y salía a recibirle el párroco y el monaguillo. Cuando llegaba la novia, en esa misma puerta se celebraba el ritual canónico del matrimonio y la puesta de anillos. El cura unía sus manos y se giraba tomando el camino del altar para continuar con el oficio.

A los novios se les cubría con “velambres”, especie de velo grande, al tiempo que sostenían una vela encendida en señal de unión. Finalizado el rito del casamiento, cónyuges e invitados se dirigían al lugar del convite. Una vez allí padrino y novio saludaban a todos los invitados. Seguidamente l novio se quitaba el sombrero en señal del comienzo de los festejos.

El menú tradicional era el cocido, que comenzaba por una sopa de pan y huevo, seguida de los garbanzos y demás ingredientes: carne, chorizo, tocino, etc. De postre lo más tradicional era servir un arroz con leche. Cuando todos hubiesen terminado de comer se procedía con la ofrenda del "tálamo”, que consistía en hacer un ofrecimiento público de los objetos que cada cual aportaba al matrimonio y se procedía con baile de las prendas; un baile entre los novios por cada prenda del ajuar.

Durante el baile se servían bebidas, sobre todo una especie de ponche conocido como "ponchela", que consistía en una mezcla de vino, rebajado con agua y al que se le añadía azúcar y limones; similar a la limonada. Cada baile que se hacía con los novios era costumbre realizar un pago. El festejo se alargaba durante todo el día y toda la noche; estando incluida la cena. El día siguiente, o "lunes de boda", se recogía todo y se ofrecía una comida a los novios, “el calderillo”, un guiso de carne con patatas.

En la actualidad estas bodas han caído en el saco del olvido y las pocas que se celebran omiten muchos pasos de los citados.

lunes, 13 de mayo de 2013

Réquiem por un pintor



Existía un muchacho de humilde cuna que gustaba de expresarse a través del pincel. Sus vecinos disfrutaban, cuando la faena lo permitía, viéndole la soltura con la que manejaba el pincel. Cariñoso y entrañable, el muchacho se había ganado el afecto de sus vecinos. Fascinados con la belleza trasmitida por los lienzos y a pesar del esfuerzo que les suponía le iban comprando al talentoso muchacho la obra que producía. Con ello todos felices, los unos disfrutando de la belleza del arte en sus propios hogares, el otro librándose de labrar las ingratas tierras y viviendo de aquello que más le gustaba.
El talento del joven pintor se extendía por los alrededores y teniendo su obra un precio asequible al bolsillo del plebeyo era extraño el día que alguno de sus vecinos no le encargara un lienzo. Ante este requerimiento masivo el joven no daba abasto. Había llegado a acumular una notable lista de espera con tanto encargo y se planteaba la duda de si iba a poder cumplir, en un periodo de tiempo razonable, con todas las demandas. Mas a pesar de aquellos inconvenientes nuestro protagonista exultaba felicidad. Nunca hubiese imaginado que su creatividad causara tal impacto. Había logrado convertirse en el pintor del pueblo y su arte era reconocido y admirado por todos los que le rodeaban.
Estando un día en una de las colinas que circundaban la ciudad, inmortalizando el paraje que le vio nacer, coincidió a pasar por el lugar un noble caballero. Al observar la magistral soltura con la que el joven manejaba el pincel se bajó del caballo y sin mediar palabra se sentó a mirar como el artista daba forma a sus pensamientos. Había oído hablar de aquel muchacho y su talento y no pudo someter su irrefrenable curiosidad. El joven, ya de por sí tímido y visiblemente ruborizado, intentó proseguir con su tarea como si nada pasase, pero lo cierto es que le costaba hallar la concentración ante tan ilustre espectador.
Cuando el sol comenzó a esconderse en el horizonte el muchacho empezó a recoger el material. El noble señor había permanecido en un sacro silencio durante todo ese tiempo. Una vez que el muchacho dio por terminada la jornada fue cuando se dirigió hacia él y le dijo.
-¿Sabes muchacho que tienes buena mano para la pintura? Estoy gratamente sorprendido de tus aptitudes.
El joven, poco acostumbrado a recibir ese tipo de críticas de personas tan influyentes, se mantuvo dubitativo durante un breve periodo de tiempo en busca de una respuesta apropiada.
-Es realidad señor, mi pintura no es nada del otro mundo, supongo que habrá centenares de artistas que sepan plasmar la belleza con mejor criterio que el mío.
-Talentoso y humilde- respondió el noble con una leve sonrisa dibujada en su rostro. - He de reconocer que hacía tiempo que no veía un talento como el tuyo. Y dime, ¿dónde aprendiste a pintar así?
-¿Aprender señor? Nunca he tomado clases. Simplemente me gustaba pintar y lo hacía. Supongo que de forma autodidacta y fruto de la experiencia he logrado adquirir ciertos conocimientos. Pero jamás me hubiera podido permitir tomar lecciones de pintura. Ese es un lujo que está al alcance de muy pocos.
-Pues estoy francamente sorprendido de tus habilidades. Al punto de que me gustaría que me retratases-. Contestó el noble.
-Créame que nada me haría más feliz que retratar a una personalidad como usted, sería un gran honor-. Contestó el muchacho visiblemente emocionado. Pero ese primer impulso se difuminó inmediatamente y un gesto mucho más grave vino a sustituir la primera reacción. -Sin embargo en estos momentos me es imposible recibirle el encargo, pues tengo tarea acumulada para unos cuantos meses. Lo lamento mucho señor.
-Sí he oído comentarios sobre ti y lo popular de tu pintura, cuadros ricos para gente pobre-. Contestó sarcásticamente el ilustre. -¿No tienes ambiciones? ¿Inquietudes por crecer y desarrollarte laboralmente?
-Pues claro que sí señor, pero no sería digno de respeto ni honor si faltase a mis promesas. He de cumplir con mis compromisos si algún día espero que me tengan por alguien serio.
-Hagamos una cosa-. Contestó su interlocutor nada dispuesto a llevarse una negativa de aquella conversación. -Alterna tu trabajo cotidiano con el que te acabo de encargar. Es decir, ven un par de horas todos los días a mi residencia y me vas haciendo el retrato poco a poco. El resto del tiempo ocúpalo en terminar tus encargos y así todos felices. Te aseguro que con lo que te voy a pagar por el encargo no te vas a arrepentir de haber aceptado mi oferta.
-Siendo así señor, podré hacer el esfuerzo. No quiero fallar a nadie, pero tampoco quiero negarme esta posibilidad que usted me brinda. Acepto muy honrado y agradecido su propuesta-. Contestó el muchacho con la impresión de que un nuevo mundo de posibilidades se le abría.
-No tenemos pues nada más que decirnos por hoy-. Le espetó el flamante caballero. –Acude mañana al palacio de Sívaliz en torno al mediodía y hablamos.
-Allá estaré, Señor-. Contestó el emocionado pintor que apenas pudo esperar a que se alejara el jinete para ponerse a dar brincos de alegría.
Aquella fue una noche muy larga. La emoción se había apoderado del joven pintor relegando a un provisional destierro al sueño. No existía cansancio tan intenso que pudiese competir con aquella incontrolable imaginación que le transportaba a un mundo de fama y gloria. Miraba al futuro y veía reconocimiento, fortuna, respeto y admiración. Su mente fluía con agilidad pasmosa por un mundo consagrado y elitista que distaba mucho de la realidad.
Cuando por fin los primeros rayos de luz asomaron por el horizonte saltó de la cama y se dispuso a preparar con suficiente antelación todo el material que iba a requerir para cumplir con tan importante encargo. Revisó y volvió a revisar cada detalle para que todo estuviera perfecto, y posiblemente hubiese sufrido un capítulo nervioso de haber tenido el encuentro unas horas más tarde. Al fin se iba acercando la hora de la gran cita. El tiempo, como suele pasar cuando se le pide presteza, se había hecho el remolón.
Cuando llegó al palacio de Sívaliz quedó maravillado por el lujo y ostentación con el que estaba ornamentado. Un estirado y pomposo sirviente condujo al joven hasta una amplia estancia profusamente decorada; sentado en una amplia butaca esperaba el señor. El joven escuchó atentamente las directrices marcadas por su nuevo cliente y sin más miramiento se puso manos a la obra. Los dos primeros días cumplió con los horarios fijados, pero a partir del tercer día comenzó a dedicar más tiempo al noble. Primero fue un rato más, después uno mayor y así hasta consagrar todo su tiempo al mismo trabajo, descuidando los compromisos adquiridos anteriormente.
No había terminado el retrato y el noble ya le había encargado otro de su mujer. Cuando el primer encargo estuvo concluido el noble lo enseñó orgulloso a los amigos; fascinados con la facilidad y sencillez del joven para captar la esencia y fisionomía humana quisieron tener el suyo propio. La casualidad había deparado al pintor un floreciente futuro, pues comenzó una enfermiza manía entre la clase pudiente de tener un retrato de nuestro joven pintor. Su obra, efecto de la rivalidad entre señores, comenzó a revalorizarse increíblemente. El muchacho se prestó al juego vendiéndose al mejor postor. Meses después de haber conocido al noble había acumulado una sustanciosa fortuna.
La naturaleza humana es sumamente compleja. Habiendo conseguido todo aquello con lo que siempre soñó, fama y riqueza, el joven artista no encontraba la felicidad en este nuevo mundo postinero y superficial. En su interior sentía que le faltaba el cariño y afecto que antes recibía y que ahora se le negaba. Sí, era un pintor influyente, pero rodeado de gente egoísta y poco dada a expresar sus emociones. Quizás sea mejor así, pues los celos y una competitividad enfermiza por demostrar quién era más rico o quién poseía el mayor tesoro eran los dos valores en alza entre las clases pudientes. Se sentía vacío y reflexionaba sobre los cambios que se habían producido en su vida. Antes pintaba a su antojo, ahora solo retrataba rostros embrutecidos de ego y envidia. Había perdido el contacto con la gente que realmente le quería; se había trasladado, en cuanto pudo, a un barrio pudiente. Notaba como su creatividad se difuminaba a pasos agigantados y se iba convirtiendo en un mero copista. Ansiaba, sin duda, recobrar su libertad, pero la riqueza tiene un poder atenazador del que es difícil escapar.
Después de mucho tiempo de sofocante trabajo decidió darse un día libre. Aunque borracho de éxito y condicionado por su nueva condición económica, en el fondo de su ser vivía aquella persona de nobles sentimientos. Decidió dedicar su preciado tiempo a visitar a sus antiguos amigos. Esperaba que, aun a sabiendas de que no les cumplió los encargos, entendieran su situación; es lícito en el ser humano intentar prosperar. Al adentrarse en aquellas calles, que tantos recuerdos le traían, se percató de una realidad bien diferente. Se sentía como un desconocido en un ambiente cargado y hostil. Aquellos que se deshacían en elogios y le colmaban de cariños torcían la cara cuando le veían llegar.
La amargura se apropió de su ánimo fulminando el deseo de volver a ver a aquellos que un día fueron sus vecinos. Apocado por lo que él consideraba como una actitud desproporcionada e injusta decidió visitar a su antiguo vecino, el anciano que vivía en la casa contigua a la que había sido suya. Siempre le había profesado gran cariño considerándole como su propio hijo. Cuando le abrió la puerta el hombre le puso un rostro áspero y frio pero no pudo por mucho tiempo mantener esa actitud y se desmoronó; quería demasiado a aquel muchacho. Le invitó a pasar, enterraron las divergencias y charlaron como antaño de las cosas de la vida, pasando una hermosa velada. Pero el muchacho no había olvidado el asunto principal de su visita; no queriendo estropear el momento decidió dejarlo para el final. Así pues, cuando la conversación comenzó a decaer miró fijamente al anciano.
-Decidme, pues no llego a comprender, cuál es la razón de tal inquina por parte de aquellos que consideraba mis allegados. Aquellos que llamaba amigos y ahora me apartan de su lado con sórdidas miradas y gestos hirientes.
- Muchacho, debes comprender su postura, -contestó el anciano. -Tú representabas la belleza en este mundo cruel y despiadado que les lleva a trabajar de sol a sol para poder mantener a sus familias. Eras el aire fresco que mitigaba los efectos del sol en época de cosecha. Te dieron la oportunidad para que no conocieras su desdicha a cambio de que les enseñaras el rostro de la belleza. Un día desapareciste, privándoles de aquello que les reconfortaba. Luego se enteraron que trabajabas para aquellos que les han condenado a esa vida de sufrimiento. Se han sentido traicionados y ahora eres considerado un mercenario, alguien que se vende por unas monedas.
-Puedo llegar a entender que estén molestos, pero… ¿Realmente es para odiarme así?, ¿tal es el mal que he hecho? No puedo llegar a comprender que sea tan imprescindible en sus vidas hasta el punto de que mi ausencia provoque esa reacción-. Replicó el muchacho.
-No estás entendiendo nada ¿verdad? Aquí nunca te faltó lo imprescindible para vivir, pintabas lo que querías, la gente te estimaba, eras feliz, y lo mejor de todo, hacías felices a muchas personas. Por lo que me has contado ahora tienes mucho dinero, pero no dispones de tiempo para disfrutarlo, pintas lo que te ordenan y no eres más libre que el resto. Dime entonces ¿qué has ganado con el cambio?
-Ahora soy un artista reconocido y cotizado. Esta gente que tanto detestáis compiten entre sí por tener una obra mía.
-Decir que no estabas bien remunerado es un todo un insulto a aquellos que daban el poco dinero que tenían por tener un cuadro tuyo. Esos clientes que tienes ahora te dan migajas, no hacen ningún esfuerzo; les sobra el dinero ¡Cual distorsionada tienes la realidad! ¿Hablas de reconocimiento? Yo te explicaré lo que es eso. No hay mayor reconocimiento que el esfuerzo que esta gente ha hecho para comprarte un cuadro, considerando con ello que debías explotar esas cualidades artísticas en lugar de trabajar el campo. A eso yo le llamo reconocimiento. Pero aquellos que en su día te aceptaron como el gran artista que eres, ahora te ven como un vendido, alguien que les ha dado de lado. Es más, joven pintor, no hables de reconocimiento por parte del rico, para ellos solo eres una moda transitoria.
-¿No es egoísta, cruel e injusto el juicio que haces? Yo siempre os he llevado en mi corazón a pesar de no estar físicamente, nunca os he olvidado. Sé que se me ayudó a forjar mi futuro, pero esa deferencia conmigo no concede el derecho a que me crea en deuda eternamente-. Respondió exaltado.
-Si buscas alivio a tu dolor de alma en mal lugar has ido a arribar. No puedo darte sosiego porque creo que estás equivocado. Tan solo te hablo con el corazón. Tú eres el que debes valorar la situación y tomar decisiones.
Ese día nuestro joven lloró toda la noche, pero eran lágrimas de despedida; nunca más regresó al mundo que le vio nacer y crecer. Fue un pintor de éxito durante mucho tiempo, pero como vaticinó el viejo, un día dejaron de comprarle cuadros. Murió solo y pobre.