martes, 30 de abril de 2013

Llegó la noche

Por fin llegó el viajero, después de tanta espera. Este último viaje había sido especialmente largo así que se le esperaba con una mayor intensidad. Siempre era bien recibido y como mensajero de su tierra le esperaban curiosos y muy excitados por las nuevas que podría traer.
-¿Dime, viejo, qué nuevas contáis?, ¿Qué acontece por los mundos y qué debemos conocer?-. Se interesaron sus paisanos.
-Hermanos,- dijo el viejo, –hoy le he visto la cara al diablo y me ha enseñado el futuro. ¡Disfrutad mientras podáis!, pues el final ronda cerca. Quizás no imaginemos su malévola intención, pues como humanos que somos y por mucha maldad que cometamos no somos dignos del Maestro- Tomó resuello y continuó, con el horror pintado en su rostro- En breve vamos a conocer lo que es maldición, pues si el hombre se guía por intencionalidad, la palabra la inventó quien nos la va a aplicar.
Sorprendidos ante el jarro de agua fría que les había arrojado el viejo en su discurso preguntaron inquietos  y con esa naturaleza tan humana que niega la tragedia.
-¿Tan grave es la situación?, viejo  ¿Por qué debemos de hacerte caso? Nos incomodas con esas palabras que quizás sean erróneas.
-Haced lo que creáis justo y debáis -contestó el  viejo exaltado-, pero recordad que cuando las noticias han sido propicias siempre os habéis parado a escucharlas. En cuanto son adversas os amparáis en la ignorancia para justificar el miedo. Poniendo una venda en los ojos no se mitiga el problema, simplemente no lo veréis llegar y ese sería un error, os privaría de estar preparados para lo que ha de acontecer. Tened en cuenta que nunca he errado y se cumplirá lo que vaticino. Lo mismo da lo que opinéis, así pues pensad con justicia o insensatamente, que de esta no escapáis. Lo único que me duele es vuestro insulto hacia mí. Solo las buenas noticias son dignas de vuestra atención. Ese miedo ignorante es dañino-.
El desasosiego era evidente, mas ninguno de los presentes quería creer en lo peor. Buscaban una palabra del viejo que aliviara la tensión, por si entre todo este ceremonial de muerte se escondiese una solución. Negaban que el fin estuviese tan cerca, pues no había lógica para pensar que eso hubiese de suceder.
-Viejo, alguna vez habrás de equivocarte. Alguna vez habrás de errar en tus pronósticos. Quieran los dioses que sea esta vez cuando no aciertes, pues nuestra vida, por lo que argumentas, va en ello-
Cansado ya el viejo de repetir el mismo sermón, se limitó a decir:
-Hemos sido malvados y ahora lo tenemos que pagar. Esas armas que hemos utilizados contra los seres inferiores se volverán contra nosotros, pero utilizadas de forma magistral. Vamos a ser aleccionados en nuestra propia  vanidad y ahí nos daremos cuenta de lo frágiles que resultamos los humanos. Preparaos para lo que ha de llegar y afrontarlo con dignidad, pues hagáis lo que hagáis no se puede cambiar lo que ya está escrito. Esa es la voluntad de los dioses y se ha de cumplir.
               No hubo fallo en la predicción y poco después sobrevino la oscuridad. Fueron días movidos para el barquero del Aqueronte, aquel que le dicen Caronte. La intención humana no es suficiente para superar al que dio el nombre a la palabra maldad. No hubo piedad ni para los niños, pues por eso se define el mal. Tan solo, a modo de muestra, un pequeño brote verde quedó sin arrasar. Señalando el lugar donde una vez hubo vida, ahora solo esterilidad.
                 El humano sigue creyendo lo que quiere y le cuesta afrontar su realidad. Siempre intentando luchar contra el destino, jugando a ser divinidad. Es posible que sea porque el bien más preciado que tiene un hombre es su vida y desprenderse de ella nunca es fácil. Pero hay cosas con las que no se puede luchar.

Atribuido a Licurgo de Platea  (personaje ficticio de El ostracismo de Caronte)

sábado, 27 de abril de 2013

Baudelaire e instagram



La historia, como supuesta ciencia, se reserva el derecho de categorizar cualquier tiempo pasado para tratar de extraer unas determinadas estructuras que organicen su objeto de conocimiento. Sin embargo, el ritmo de la contemporaneidad exige un cambio en los métodos historiográficos de tal manera que, el historiador de lo actual se ha visto obligado a trabajar con los hechos recientes: analizarlos, categorizarlos y explicarlos, muchas veces, sin la debida perspectiva que otorga el tiempo. La conclusión incide muchas veces, por lo tanto, en la confusión entre la tarea del investigador del pasado y del cronista de los hechos que le ha tocado vivir, convirtiendo a los historiadores en periodistas y a los periodistas en aspirantes a historiadores, obviando la tan deseada objetividad.

Si hemos de referirnos a nuestra historia contemporánea, sin duda estaremos obligados a hacer alusión a la revolución científica y su consecuente aplicación práctica – tecnológica. Desde el encumbramiento del método científico en el entorno occidental y su progresiva ocupación de todos los ámbitos de la vida social, la tecnología se ha convertido en uno de los fósiles – guías de nuestra modernidad. Nuestra era vendrá representada por los restos mortecinos de cualquier smartphone, que a su vez podrá subdividirse de acuerdo al sistema operativo y luego clasificarse según las distintas apps… Los arqueólogos del futuro se enfrentarán a culturas Android frente a las Apple y una muy residual, según los datos observados, de Windows…

En esta vorágine orgiástica de lo tecnológico que nos ha tocado vivir, puede afirmarse dos consecuencia nefandas e impredecibles del uso y abuso de lo técnico: la primera, todos nos creemos fotógrafos y, encima, casi con cualidades profesionales; la segunda, igual de inquietante, es que se ha propagado entre toda la población un impúdico exhibicionismo.

Cualquier acto o experiencia cotidiana es digna de ser retratada e inmortalizada. Cuando las plazas de las ciudades españolas fueron ocupadas por los indignados el poder político de nuestro país tembló y espero el discurrir de los acontecimientos alegando al hastío y al aburrimiento como única manera de disolver aquellas concentraciones. Sin embargo, en los primeros días de euforia y esperanza, los actos, los discursos rimbombantes y los imaginativos lemas volvieron a ocupar el espacio público. Si Portugal tuvo su revolución de los claveles, el movimiento del 15 – M bien podría haber cristalizado en una posible revolución de los móviles o de las cámaras réflex digitales. Para cualquier observador atento, era fácil comprobar la sencilla ecuación que relacionaba manifestantes con móviles en una igualdad casi completa tomando una tras otra miles y miles de instantáneas inmediatamente puestas a disposición del público. Los grandes milagros del poder comunicativo de las redes sociales que, por fin, han desbancado el monopolio informativo al que estábamos sometidos hasta el alumbramiento de Internet.

Pero mucho más pernicioso que el mero hecho de obtener imágenes digitales que, sin duda, facilitarán el posterior y futuro trabajo de los historiadores que dispondrán de abundante material gráfico para ilustrar sus textos, es el exhibicionismo descarado que ha provocado la abundancia de teléfonos con cámaras fotográficas. Es el momento en que me planteo cuál es la extraña y obsesiva enfermedad que nos obliga a fotografiar una y otra vez los aspectos más nimios y ridículos de nuestro día a día. Tampoco considero necesario todo ese repertorio de posturas absurdas frente al espejo para dar a conocer al orbe entero los progresos musculares. Y, sobre todo, considero el aspecto demoniaco del progreso que nos ha regalado mil y un filtros para retocar las imágenes de formas variadas llegando al paroxismo de la incongruencia al tratar de ofrecer un aspecto desaliñado y anticuado (moderno, diríamos desde el vintage) de nuestras instantáneas.

Baudelaire consideraba la fotografía como el recurso de los artistas mediocres. El poeta francés, alarmado frente a los excesos del cientificismo decimonónico, consideraba la fotografía como un invento pernicioso cuya única consecuencia derivaría en el fin del arte como la expresión máxima del genio creador. Posiblemente, si Baudelaire el maldito se hubiese visto sujeto a la sobre – exposición de musculados ante el espejo, tetonas en ropa interior haciendo morritos a la cámara y miles y miles de paisajes sometidos a los más variopintos filtros, su shock hubiese sido tal que nunca hubiese podido concebir Las flores del mal.

Luis Pérez Armiño


miércoles, 24 de abril de 2013

Sabia soledad

Allí se encontraba, a la orilla del lago, como acostumbraba a hacer desde hacía ya cinco años. Había ido a buscar la sabiduría y lo que encontró fue la paz. Así, día tras día, la monotonía le permitía contemplar los enrevesados entresijos que mueven al ser humano, algo que nunca se había planteado cuando convivía con otros hombres. Se había librado del lastre ineludible que conlleva la vida en sociedad y su alma brotaba libre y sin tapujos, dotándole de clarividencia y un fresco y gratificante modo de contemplar el mundo.
Observaba con gran sorpresa como la energía agresiva que trajo de su otro mundo había desaparecido por completo, reinando en él una placentera calma. Una inconmensurable espiritual que siempre había envidiado, incluso cuando solo percibía la paz, desconociendo por completo la sensación. Aquellos años insanos, años buscadores de oro, años de desprecio a los semejantes, habían terminado. Empezaba a vivir de nuevo cerrando un ciclo y con una perspectiva enteramente distinta a aquella que le había hecho entender una realidad engañosa del mundo. Era un hombre nuevo, ahora amaba la vida y lo que es mejor, había comenzado a quererse a si mismo.
Alejado del hombre encontraba en la Madre Naturaleza justicia y en el lago la espiritualidad. Meditaba en ocasiones sobre el hecho de tenerse que haber quedado ciego para poder volver a ver. No podía por menos que recordar con nostalgia aquellos primeros días de miedo y frio, de incertidumbre y supervivencia. Ahora quedaban convertidos en una simple anécdota, en algo positivo que le ayudó a crecer. Se había adaptado perfectamente al medio logrando el ansiado equilibrio, pero no olvidaba los tiempos de penumbra. Tampoco olvidaba los años que pasó rodeado de otros hombres. En ocasiones, y con cierta pereza, volvía a evocar ese siniestro pasado que consideraba superado.
Los logros adquiridos le enorgullecían, no podía ocultar su satisfacción. Había logrado actuar por cuenta propia, no como antes que creía pensar pero eran otros los que pensaban por él. Se sentía liberado de esa venda, de esa esclavitud impuesta por los dogmas sociales, convirtiendo al ser humano en una herramienta de sus más bajos deseos, los materiales. La falta de generosidad entre el hombre le exasperaba. No podía concebir como había sido partícipe durante tanto tiempo de un sistema cruel y malvado, insolidario y egoísta. Llegó a odiar tanto a la humanidad que le preocupaba, pero al fin le vino la paz y con ella el perdón.
En todo este metamorfismo que había sufrido si que encontró una particularidad que no había cambiado en absoluto, él hablaba y nadie le escuchaba. Pero se consolaba pensando que la naturaleza estaba exenta de engaño y no le importaba tener esa sensación de hablar y no ser escuchado. Nunca había estado más solo que cuando se creía acompañado.
Mirando al lago, aquel que había sido su amigo durante estos años, se sintió saciado. Tenía lo que quería y si no tenía más era porque no lo necesitaba. Había entendido que poseer más de lo indispensable no satisface, empacha, y provoca los malos sentimientos de aquel que no tiene ni para su subsistencia. Conocía la enfermedad del hombre, pero no sabía como distribuir el antídoto, tampoco es que se sintiese en el deber o la obligación de hacerlo. No debía nada a la humanidad, como la humanidad no le debía nada a él.
Estaba en paz consigo mismo y eso le permitía afrontar sus recuerdos malditos. Había logrado perdonarse y eso asesina el remordimiento. Sabía de sobra, porque lo había sufrido en sus propias carnes y lo había aplicado a los demás, que el hombre es un ser necio, avariento, envidioso y macabro si piensa y actúa en sociedad. En cambio, cuando no hay que dar más justificación que a la propia alma surge una bondad innata, otorgada por ese condescendiente sentimiento de tenerse a uno, de amarse y de vivir en avenencia consigo mismo. Solo cuando se consigue esto se está preparado para vivir con los demás. Esa reflexión le reconfortaba.
Sentado, mirando a su amigo, un pensamiento se deslizó por su mente. La sabiduría no consiste en saber mucho sino en conocer lo necesario, pero conocerlo bien. Se pueden aprender mil mentiras y eso no le hace sabio a nadie. La avaricia, incluso de sabiduría, lleva a la falsa realidad. Hay que dominar bien aquello que te ha de servir en la vida para hallar el verdadero conocimiento. El resto queda a los acaparadores de oro.
Nuestro amigo tuvo una vida longeva y plena. Había adquirido la sabiduría que fue a buscar, pero era una sabiduría extraña y diferente a la que se hubiese imaginado. No contenía los viejos valores humanos, no era en verdad un conocimiento aplicado al materialismo. Su existencia se orientó a una nueva forma de concebir el mundo, desde vida y los placeres básicos de ella.
A pesar de estar preparado para vivir de nuevo con otros seres humanos, nuestro amigo nunca regresó a la sociedad. Su sabiduría le había convertido en un hombre muy vago.

sábado, 20 de abril de 2013

La letra con sangre entra



A finales del siglo XVIII Europa entra a sangre y fuego en la modernidad. Pero como cualquier hecho histórico que se precie, éste tiene sus antecedentes más o menos inmediatos. Es durante el siglo XVII cuando en el viejo continente, entregado a las más variadas formas de guerra y violencia, se desarrollan las bases sobre las que se sustenta toda la ciencia contemporánea. Después de un proceso de recuperación de todo el conocimiento desarrollado en la Antigüedad, con el conveniente tamizado otorgado por los poderes religiosos, la modernidad elucubró sobre las distintas vías en torno al pensamiento y sus modos de actuación. De hecho, se comprendió la vital importancia de la naturaleza y la necesidad de obtener una justa medida de la misma para adecuar al ser humano en su conveniente escenario. Fue esa la vía que abrió las puertas al posterior triunfo aplastante de la razón como única metodología aplicable en todos los aspectos que rigen la vida.

Vamos a recrear la escena para lograr una mayor compresión de la cuestión. En medio de un salón alumbrado por multitud de velas, decorado hasta la saciedad en un recargado y escalofriante estilo excesivamente hortera, blancas y polvoreadas cabecitas se devanarían los sesos tratando de sacar de sus molleras elaboradas leyes, pragmáticos decretos y demás bulas destinadas a ordenar en sus más nimios aspectos la vida del pueblo llano. No en vano, a ellos se les había encargado la misión divina de dirigir los destinos de sus súbditos, seres por lo general desgreñados y malolientes, sujetos a sus más viles pasiones, dominados por una ignominiosa incultura que se delataba a través de sus rasgos físicos malformados y horrendos. Esto es lo que básicamente se denomina despotismo ilustrado.

La Ilustración, nacido al amparo de la pomposa corte francesa, pretendió arrojar algo de luz en las tinieblas supersticiosas y malignas que se cernían sobre suelo europeo. Sin embargo, siempre procuró este loable objetivo desde las alturas insondables de sus privilegios. Los ilustrados, al fin y al cabo, solían ser hombres de elevada cultura y formación que habían sido agraciados con la enorme fortuna de poder dedicar su tiempo al noble y loable arte del pensamiento, sin tener que preocuparse lo más mínimo por manchar sus delicadas y cuidadas manos en cualquier otro trabajo servil y / o remunerado. En definitiva, una típica actitud paternalista de quien detenta el poder y mantiene esa altanería clasista y segregadora edulcorada a base de igualdades hipócritas y unidireccionales.

El devenir lógico de todas estas corrientes de pensamiento colocó la cabeza la monarquía en el patíbulo y el supuesto fin de los privilegios. Había nacido con ello la Europa contemporánea. Sin embargo, no existe una ruptura como tal; más bien, en todo caso, un traspaso de poderes en el que la vieja nobleza y demás estamentos detentadores del poder se vieron obligados a ocupar un mero papel protocolario en los nuevos ámbitos de control social dejando paso a una pujante y adinerada clase burguesa. El nuevo estado nacido al amparo de constituciones populares y la destrucción de viejo orden estamental comprendió la necesidad de hacer partícipes de sus beneficios al resto de los pueblos de Europa. Es entonces cuando se inicia la intensa labor evangelizadora de los misioneros franceses que decidieron sustituir la cruz por la bayoneta, la sotana por el intenso azul de las casacas de los soldados del emperador, y la Biblia por nuevos códigos civiles y demás ordenamientos que santificaban el nuevo contrato social. Es una práctica común a lo largo de la historia adoctrinar acerca de las bondades de nuestras creencias a los demás congéneres con los que nos cruzamos en nuestro camino. Y si no asienten ante nuestro predicamento, consideramos que la mejor opción posible consiste en aliviar el sufrimiento ajeno mediante el hábil recurso a la espada y el pistoletazo certero entre ceja y ceja.

A partir de este momento, estoy seguro que a todos los que en estos momentos estemos leyendo estas líneas (miles y miles) se nos viene a la cabeza mil y un ejemplos de este tipo de actitud tan humana. Unos deseando enseñar en nombre del bien de los enseñandos y otros tanto negándose a aprender pretendiendo quedarse como están…

Luis Pérez Armiño


jueves, 18 de abril de 2013

Paul Klee bajo la luz

Paul Klee como soldado en 1916
Fuente
Klee es uno de los grandes artistas del siglo XX que mayores complejidades puede esconder. El propio Calvo Serraller, en una crítica a la exposición antológica que celebró el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) en el año 1998, señalaba dos de las principales características que definían la producción del pintor suizo: primero, la gran intensidad de su obra; pero ante todo, su capacidad crítica y autorreflexiva que le llevó a plantearse hasta el más mínimo detalle no sólo su propia carrera sino todo el devenir del mundo artístico que tuvo en suerte vivir. Precisamente, sin embargo, a pesar de todo ese enorme corpus teórico que el propio artista dejó plasmado en miles y miles de páginas y anotaciones, la mayoría de críticos e historiadores son incapaces de definir a un Klee demasiado esquivo como para ser encuadrado en alguna de las corrientes que multiplicaron y complicaron el panorama creativo de la primera mitad del siglo XX.

 
Vista de Saint Germain, 1914, Paul Klee
Columbus Museum of Art (Ohio) - Fuente
Es opinión generalizada considerar a Paul Klee (1879 - 1940) como uno de los grandes del arte contemporáneo. Su vida y su obra reflejan la preocupación constante, la reflexión profunda y meditada de un teórico que plasmó en sus lienzos, en sus pequeños dibujos, en sus grabados, todo un proceso empírico fuertemente intelectualizado. Desde sus primeras obras de sus años de aprendizaje a la explosión exultante del color como materia pictórica fundamental, la carrera de Klee se encierra en sus pensamientos y aprendizajes, en cada una de sus enseñanzas y en todas sus reflexiones.

Si Suiza le vio nacer, el país helvético le vería morir. Sin embargo, durante la Gran Guerra (1914 – 1918) sirvió como soldado en los ejércitos alemanes que serían derrotados y humillados en el Tratado de Versalles (1919). Posteriormente, se sumergiría activamente en la vida cultural germánica, participando de los diversos experimentos y movimientos artísticos que iban surgiendo en el país vencido. Desde el expresionismo del Jinete Azul al surrealismo, desde la abstracción hasta la figuración… Por mucho que se empeñe la crítica, Klee tuvo su protagonismo en todos los movimientos de postguerra, pero nunca perteneció decididamente a ninguno. Prefirió ofrecer su pequeño grano de arena pero sin comprometerse. Quizás su proyecto más apasionante habría que relacionarlo con su papel docente en la Bauhaus (1921 – 1931), posición intelectual que le permitiría ahondar y filosofar en torno a cuestiones fundamentales de la estética y del arte: la línea, el color, la luz, el dibujo y, sobre todo, la forma, comprendiendo que en esta última lo esencial era el proceso para llegar a ella.
Polifonía 2, 1932, Paul Klee
Kunstmuseum Basel - Fuente

Durante sus años de aprendizaje, Klee descubre la perfecta técnica del dibujo. Más tarde, en 1914, durante un viaje a Túnez, cae rendido ante el color. A partir de entonces se inicia un proceso explosivo en el que el color va adquiriendo cada vez más protagonismo hasta convertirse en la esencia misma de su obra. Es entonces cuando, siguiendo de nuevo a Calvo Serraller, se desarrolla el Klee más genuino, que camina hacia la abstracción pero sin menospreciar los elementos figurativos.
Javier Maderuelo insiste en las dificultades que entraña la obra de Klee. En parte, debido al profundo individualismo de un artista que nunca se adscribió de forma decidida a ningún movimiento ni corriente estética. En el periodo de entreguerras, en la Alemania de la derrota que se encaminaba inexorable hacia la barbarie del fascismo, los ismos hicieron acto de presencia copando el panorama cultural más contemporáneo. En medio de esa marejada de movimientos, tendencias y escuelas, en medio de la experimentación estética imparable e infrenable, Klee capeaba temporales y tormentas mediante el profundo pensamiento auto – crítico en torno a sus propias obras. Sin embargo, el giro de los acontecimientos, el propio devenir de una Alemania deseosa de venganza y sujeta a la sinrazón de la barbarie nazi, no supo ni quiso comprender el proceso creativo de gran parte de los artistas del país. El propio Klee sufrió el acoso nazi y su arte fue considerado como degenerado por lo que en 1933 tuvo que refugiarse en Suiza, país donde moriría en 1940.

Paul Klee es uno de esos creadores tocado con la varita del favor de la crítica. Pero más inusual aún es que esa predilección por el suizo se haya extendido también a España. La Fundación Juan March presentará en marzo la exposición temporal Paul Klee. Maestro de la Bauhaus (del 22 de marzo al 30 de junio de 2013). La muestra se enmarca dentro del ambicioso proyecto que incluye la edición crítica de su “legado pedagógico”: cerca de casi cuatro mil páginas manuscritas con notas para las clases que impartió en la Bauhaus desde 1921 hasta 1931.


Luis Pérez Armiño

sábado, 13 de abril de 2013

Cuestiones en torno al desamor



Nadie duda de las dificultades que conlleva cualquier relación de pareja. La necesaria convivencia supone la aceptación tanto de cualidades como de posibles defectos así como amplias dosis de paciencia por parte de los contendientes implicados. Son muchos los expertos en la materia amorosa que afirman que se podría establecer una similitud entre cualquier relación amorosa y la secuencia vital biológica. Es decir, el amor nace, se desarrolla y muere en muchos casos. Por lo tanto, se puede dibujar un esquema diacrónico en cualquier relación amorosa que implica el nacimiento de una pareja, su desarrollo y su más que presumible desaparición o ruptura. Cada una de estas fases conlleva unas características o hitos que permiten su identificación a simple vista. Por ejemplo, ese primer momento de surgimiento o alumbramiento del amor puede ser claramente definido a partir de las miradas bobaliconas y estúpidas de los implicados.

El surgimiento de la relación amorosa puede caracterizarse por lo ardoroso de los encuentros. Por lo general, esta intensa actividad ha tenido comienzo con determinados ritos de apareamiento en el que uno de los miembros de la futura pareja hace alarde, con todo tipo de recursos, de las potencialidades que puede ofrecer al futurible candidato a disfrutar de sus supuestas bondades. La naturaleza nos permite la observación de multitud de estos ritos entre las más diversas especies animales, muchos de ellos extremadamente ridículos pero sin llegar al grotesco paroxismo de los cortejos asociados a la especie humana. Después de esos apasionados comienzos, la pareja se estabiliza iniciándose entonces un periodo de tranquilidad que suele dominar cualquier aspecto de la vida en común. El sexo se convierte en una actividad cíclica cuya frecuencia disminuye de acuerdo al número de aniversarios que celebra la feliz pareja. Por último, esa calma degenera en tensa calma y la desidia socava cualquier resquicio de sentimiento amoroso que podía sobrevivir de aquellos momentos iniciales ahora en extremo idealizados. El amor ha muerto…

Uno de los momentos más duros en cuanto a una pareja tiene que ver, precisamente, con el punto y final de esa relación. Alguien decía hace tiempo aquella frase manoseada de la dificultad del último beso, no del primero. Sentencia verdadera y profundamente acertada. Se trato de situaciones apuradas tanto para quien decide dar por concluido el contrato como para la persona rescindida. Sin embargo, es un paso muchas veces trágicamente necesario por el bien común.

Por suerte, nuestra sociedad, la española, ha crecido y ha madurado de una forma vertiginosa. En apenas treinta años, hemos pasado de unas costumbres anacrónicas y anquilosadas en las estrecheces del pasado a la modernidad más vanguardista. Pasamos de las misas en latín y las Semanas Santas de música sacra y marchas militares, de alzacuellos y sotanas, guardianes de la moral grises y leyes contra vagos y maleantes, a ser uno de los primeros países en legalizar con todas las consecuencias los matrimonios homosexuales, por ejemplo. Nuestra sociedad ha madurado y los divorcios son regulados legalmente. No existen complicaciones añadidas ni se ha extendido de forma perniciosa las prácticas antaño temidas. Simplemente, las hemos aceptado con naturalidad, normalidad e, incluso, gracia y salero. ¿Por qué no seguir avanzando?

Las cosas acaban, finalizan. Es una ley básica y universal que rige los destinos del mundo desde el principio de los tiempos. Es más que evidente que la relación sociedad – clase política en nuestro país está más que rota. Lleva agonizando largos años. Sin embargo, desde hace poco tiempo es más que palpable que esa relación ha recibido el tiro de gracia. La sociedad ha demandado la más que justa separación para poder iniciar un nuevo proyecto en solitario en el que, quizás, quién sabe, puedan surgir nuevos pretendientes, más galanes y más benefactores, que puedan aportar más en la relación. Sin embargo, la clase política no hace más que recurrir a viejos fantasmas del pasado para denegar ese divorcio tan ansiado, negándose a aceptar un fin más que consumado.

La pregunta podría formularse en torno a la gran cantidad de amor que profesan nuestros políticos a la sociedad que les ha cegado y no nos dejan ir, como un amante celoso. Sin embargo, creo que por ahí no van los tiros… ¿Qué razones hay para que no quieran abandonarnos a nuestra suerte? Ahí dejo esa cuestión a modo de debate abierto. Espero sus colaboraciones.

Luis Pérez Armiño



El legado de Vitruvio

Edición del tratado de Vitruvio impresa en Venecia en 1747
Fuente
Podrán pasar los años y escribirse miles de páginas, releerse las enseñanzas de Vitruvio tomadas antaño como casi doctrinales y anotar una y otra vez sus distintas ediciones críticas. Vitruvio, incluso en la modernidad actual, es referente básico a la hora de considerar la arquitectura clásica grecorromana. De hecho, el romano fue tomado durante largo tiempo como manual indiscutible en el mundo constructivo europeo y sus escritos fueron lecciones llenas de autoridad. Sin embargo, al poco de su redescubrimiento, comenzaron las dudas sobre la fiabilidad exacta de las consideraciones vitruvinianas. Por otra parte, su análisis ha levantado suspicacias y ha dado pie a multitud de interpretaciones, muchas de ellas lindando con el peligroso mundo de lo conspiranoico. Tomando en consideración todos esos factores, lo que es indudable es la valiosa aportación que supuso la conservación del De Architectura para la configuración de una forma de ver y entender la Antigüedad clásica.

 
El tratado de Vitruvio se había conservado en diferentes copias manuscritas durante la Edad Media. Habría que esperar hasta finales del siglo XV, en concreto en una fecha posterior a 1486, para encontrar la primera edición impresa del tratado en la ciudad de Roma. Antes ya era una obra conocida entre los arquitectos del Quattrocento italiano. Al fin y al cabo, muchos de los postulados del arquitecto romano defendían el carácter noble del arte constructivo frente a aquellas visiones que sólo enjuiciaban su aspecto mecánico.
Vitruvio fue un arquitecto romano que vivió durante el siglo I a.C. y que trabajó al servicio de Julio César y de Augusto. Sin embargo, de su carrera profesional sólo se conserva un vestigio, la basílica de Fanum. Por lo tanto, su mayor aportación al mundo de la arquitectura sería su tratado, De Architectura, escrito al parecer entre los años 28 y 27 a.C.
 
Hombre de Vitruvio, 1485 - 1490, Leonardo da Vinci
Galería de la Academia, Venecia - Fuente
El texto se estructura en diez libros que tratan de abordar de una forma general la arquitectura de su tiempo. Parece que toma como inspiración y fuente otros tratados y escritos de origen helenístico que habría completado con sus propios conocimientos hasta configurar un ideal arquitectónico de un determinado periodo, la Antigüedad clásica, que sería adoptado con suma familiaridad tanto por los arquitectos medievales como por los renacentistas. Y es que según el tratadista romano, el arquitecto ideal debía resumir en su persona numerosas características: debía ser un buen escritor, dibujante, matemático, conocer la geometría y la historia… e incluso, debía ser filósofo porque “hace magnánimo al arquitecto y que no sea arrogante”, como cita el profesor García Melero al referirse a la obra teórica de Vitruvio. Sin embargo, como hemos comentado esta no es más que una de las tantas materias abordadas por Vitruvio en sus diferentes libros. Trata sobre los conceptos básicos y la definición de la ciencia arquitectónica, de los componentes necesarios del arte edificatorio, de las diferentes tipologías edilicias haciendo especial hincapié en determinados edificios, nociones de urbanismo, materiales y técnicas decorativas llegando a describir en el último de los libros determinada maquinaria relacionada con la tarea arquitectónica.

Así, en la época del resurgir del pensamiento humanista y la entronización de todo lo que sonase a clasicismo grecorromano, se consideró el nacimiento del tratado de Vitruvio a través de las copias conservadas durante la Edad Media. La consecuencia final fue la elaboración renacentista de una De Architectura muy peculiar en la que primaba un importante componente de idealismo frente a la verdad del vestigio arqueológico legado por el pasado. Así lo demostraron pronto las muchas ediciones críticas que surgieron a partir del siglo XVI de la obra del romano, que dieron cuenta de los posibles errores de interpretación que podían haber surgido de las muchas manipulaciones y revisiones de De Architectura. 

 Luis Pérez Armiño