martes, 26 de febrero de 2013

El Camino

No se sabe a ciencia cierta en que año fue, posiblemente entre el 810 y 814, cuando Pelayo, un ermitaño, vio extrañas luminarias y escuchó cánticos celestiales. Aquel Santo, martirizado en el año 44, y cuyo cuerpo fue depositado por sus discípulos en Finisterre, había decidido tomar el protagonismo que le correspondía. Acababa de nacer una de las peregrinaciones con mayor tradición, el Camino de Santiago.

Cuando Pelayo el ermitaño descubre el sepulcro, el recién inaugurado Reino Astur se encuentraba en una complicada situación. A finales del siglo VIII y comienzos del siglo IX, débil pero firme, el Reino Astur luchaba por consolidarse y subsistir ante las acometidas del Emirato de Córdoba. Alfonso II buscó el compromiso y apoyo del Emperador, Carlo Magno, para asegurar su territorio frente al infiel. Convertir su lucha particular en una defensa de la cristiandad era el mejor garante de supervivencia.

La aparición de la tumba de Santiago coincide con una serie de acontecimientos históricos que van a favorecer la peregrinación. El siglo IX es un siglo difícil para el peregrino cristiano. Jerusalén había caído en manos del Islam complicando un viaje, ya de por sí, muy duro, costoso y peligroso. El otro gran centro de peregrinación, Roma, se encontraba inmersa en las guerras del hijo de Carlomagno, Luis el Piadoso, con sus hijos. Ni los palmeros, nombre que toman los peregrinos al entrar en Jerusalén, debido a la palma del Monte de los Olivos que portan, ni los romeros que visitaban la tumba de S. Pedro en Roma, podían satisfacer su espiritualidad con seguridad. Esta situación dejaba un vacío espiritual que iba a favorecer la peregrinación a Santiago.

Conocido el descubrimiento por parte del obispo de Iria Flavia, Teodomiro, se procedió a acometer las excavaciones, hallándose un sepulcro de mármol en cuyo interior se encontraban los restos de Santiago. Se dio al lugar el nombre de Campus Stelae. Alfonso II comunicó el descubrimiento al Papa y al emperador de Aquisgrán, el gran Carlomagno. Emergía uno de los centros de peregrinaje más importantes del cristianismo.

La consolidación del Camino de Santiago fue un proceso lento y no ajeno a dificultades. En un principio eran devotos los que visitaban la tumba del Santo, cuyo flujo crecía favorecido por la promoción realizada por parte de los reyes cristianos en los siglos X-XI como Fernando I y Alfonso VI de León y Castilla ó Sancho II y Alfonso Ramírez de Navarra.

En sus inicios el Camino recorría el agreste litoral cantábrico. Según se consolidaba la reconquista contra los árabes, consumada con la caída del Califato en el año 1031, se buscó un itinerario menos sinuoso, dando lugar al popular Camino Francés que recorre la zona septentrional de la Meseta Norte. Junto al Camino Francés seguía estando el camino de la costa y el que llegaba desde las tierras portuguesas. Estos caminos quedan estructurados en el siglo XI. Posteriormente se añadirían nuevas rutas procedentes de las tierras conquistadas a los árabes en el sur.

El revulsivo económico del Camino se dejó sentir pronto. El constante paso de peregrinos activó la economía de la zona, atrayendo comerciantes y favoreciendo la acuñación y circulación de moneda, hasta entonces prácticamente inexistente. Aparecieron nuevos núcleos de población y los antiguos espacios rurales se desarrollaron hasta adquirir la condición de ciudades. Se construyeron puentes, caminos, hospitales, albergues, hospederías. Reyes, nobles y clérigos donaron importantes cantidades de dinero para adecuar el Camino y dotarlo de instalaciones que favorecieran el peregrinaje. Surgieron nuevos cultos y advocaciones. Influencias arquitectónicas y artísticas venidas de Francia y el resto de Europa se fusionaron con la tradición autóctona enriqueciendo la cultura. Surgían las ferias y mercados en las poblaciones importantes. El Camino de Santiago se había convertido en un fenómeno vivo y dinámico capaz de establecer sus propias condiciones.

El crecimiento económico y social animó a los monarcas a favorecer el trasiego de peregrinos y mercaderes mediante exenciones fiscales. Papas como Urbano II o Calixto II favorecieron y fomentaron  la peregrinación a Santiago. Aparecerían escritos, como el Liber Peregrinatoris, del clérigo Aymeric Picaud, considerado como la primera guía de viajes de la historia, con información detallada de como son los caminos, las jornadas de viaje, los ríos, las costumbres de los hombres, los hospitales, etc.

Según avanza el tiempo el perfil del peregrino va cambiando. En el siglo XIII a los devotos de siempre se les unen la nobleza europea y gente venida desde lugares recónditos. En el siglo XV queda constatada la llegada de dos armenios y un etíope. Se calcula que más de 200.000 personas llegaban anualmente a Santiago. El Camino no entiende de clases sociales. Por él transitaban desde el peregrino de pernas, de clase baja o media, que hacía el recorrido a pie, a jinetes, caballeros y nobles, seguidos de todo su séquito.

El peregrino, por lo general, se dirigía a Santiago en busca de la expiación de culpas, o cumpliendo el “peregrinatio pro voto”, promesa realizada en un momento de dificultad. Pero también hay peregrinos profesionales, personas que, por dinero, realizan el peregrinaje en nombre de otras. Asimismo encontramos embajadores de territorios y ciudades asoladas por pestes, pandemias y enfermedades que buscaban la indulgencia del Santo. Incluso llegaron a Santiago viajeros y “turistas”, gente que quería conocer ciudades distintas, otras costumbres, culturas, curiosos que hacen el Camino por el placer de viajar. Todo ello sin olvidar al que peregrinaba por motivos económicos y comerciales.

Santiago de Compostela se había convertido en el centro religioso del cristianismo. La iglesia concedía indulgencias y perdones para la remisión de pecados mediante el peregrinaje. Desde el norte de Europa se condena a peregrinar a Santiago para cumplir sanciones tanto canónicas, como civiles. Delincuentes y vagabundos fueron sustituyendo a los fieles y devotos, circunstancia bastante evidente a partir de los siglos XIV-XV.

Hay que analizar la importancia que tuvo el Camino de Santiago en una sociedad feudal y agraria y la repercusión en la economía. El comercio de la Península cristiana se basaba en el intercambio de productos de primera necesidad que provenían de los excedentes de los campos colindantes. Apenas se veía alguna moneda, y las pocas eran de origen árabe o franco. La llegada de comerciantes y artesanos de más allá de los Pirineos cambió toda la estructura existente. Supuso un revulsivo en la acuñación de moneda, fomentó el comercio, aparecieron nuevos oficios, se multiplicaron los artesanos en una sociedad de agricultores, y se dio un proceso de urbanización en núcleos rurales y villas. En definitiva, modernizó la estructura feudal. Algo parecido, y salvando las diferencias, se ha producido hoy en día en las zonas que son cruzadas por el Camino, cuya economía se ha revitalizado a tal punto  que no se concibe sin la existencia del Camino.

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