jueves, 31 de enero de 2013

Nada nuevo bajo el sol. El arte sumerio

 




Gudea de Lagash - c.2120 a.C. Museo del Louvre
Fotografía: Marie - Lan Nguyen - Fuente
           La historia puede ser sumamente monótona. Simplemente se dan ligeras variaciones formales que suelen pivotar en torno a unas mismas estructuras cuyos orígenes se pueden rastrear en las profundidades del tiempo. CaixaForum, primero en Barcelona y el año que viene en su sede de Madrid, presenta la exposición Antes del diluvio. Mesopotamia 3500 – 2100 a.C. Una interesante propuesta que representa el fruto de cinco intensos años de trabajo para tratar de describir la esencia de la cultura mesopotámica en los albores de la civilización, sus avances y su huella, indeleble, en nuestra actual configuración social y cultural. Desde los grandes logros de la cultura sumeria, si podemos emplear ese término con propiedad, hasta la actual visión que mantenemos de esa antigua civilización que abrió las puertas de la historia en una región tremendamente rica, especialmente hostil.
           El sur del actual Irak tuvo el dudoso privilegio de albergar el nacimiento de la civilización tal y como hoy la conocemos. La historia tuvo el capricho de nacer en las fértiles tierras bañadas por dos ríos cuyo nombre rememora mitos y leyendas sobre los inicios de los tiempos: el Tigris y el Éufrates. En ese espacio privilegiado surgieron las primeras ciudades, la agricultura, y el consiguiente comercio y el sistema de clases, los primeros sistemas de monopolio de poder, y la escritura como un instrumento básico en la ordenación de las diferentes estructuras de dominación humana. De hecho, de forma tal vez pretenciosa, algunos consideran que en aquella región de Oriente próximo el hombre, y la mujer, decidieron separarse de la naturaleza e iniciar esa vertiginosa carrera civilizatoria de la que hoy somos nosotros un eslabón más de una larga cadena de la que sabemos el origen, con muchas dudas, y del que desconocemos por completo el final. 
Relieve votivo de Ur - Nanshe, 2550 - 2500 a.C. - Museo del Louvre
Fotografía: Jastrow - Fuente
           En ese contexto, un pueblo hace acto de presencia, los sumerios. Sin embargo, las dudas ante la entidad de tal “pueblo” son hoy una constante en el debate historiográfico: hasta qué punto podemos considerar la existencia de una cultura con toda la entidad del término que podríamos denominar “sumeria”; o simplemente nos encontramos ante el invento de la arqueología europea decimonónica y de principios del siglo XX deseosa de “crear” y encumbrar un pueblo no semítico al que atribuir los grandes logros de la civilización que alcanzarían su culmen en la Europa burguesa, industrial y capitalis
           Pese a todas las dudas, sí existe constancia de un desarrollo cultural, en el sentido de la existencia de un patrimonio material que podríamos juzgar desde el punto de vista estético. Tomando en cuenta las conclusiones de Álvaro Cruz García podemos considerar dos formas artísticas que han perdurado hasta nosotros: un arte oficial, ligado de forma estrecha a los círculos sociales dominantes, el binomio establecido gobernante – sacerdote. Se trata de un arte inmutable, hierático y de profunda solemnidad, destinado a repetir sus formas y fórmulas por los siglos de los siglos. Es el caso del famoso rey Gudea que alberga al Louvre, fechada en torno al 2120 a.C.: una figurilla compacta en la que asoma un afable rostro de grandes ojos almendrados que desafía al paso del tiempo, con sus brazos descansando sobre el faldallín finamente labrado con caracteres cuneiformes, otro de los grandes logros culturales de los sumerios; y un arte más personal, por ejemplo representado a través de los ricos sellos – cilindros de los que han llegado a nuestros museos una cantidad importante que nos hablan de la capacidad artística de los artesanos sumerios.


Soldados de EE.UU. visitan el zigurat de Ur
Fotografía: The US Army - Fuente
           Sin embargo, las peculiaridades geográficas han determinado el conocimiento poco exacto de esta cultura en la actualidad. Ya no se trata únicamente de las dificultades derivadas de la geopolítica del horror que suele campar a sus anchas por estas tierras. La cuestión principal que ha determinado la escasa conservación material de restos de este periodo histórico deriva de los propios materiales empleados por los sumerios y demás, excesivamente frágiles para soportar el paso del tiempo. Apenas queda constancia de una arquitectura que permita crear un corpus exacto: lo más espectacular, los grandes zigurats, esas torres escalonadas que trataban de levantarse hacia el cielo y en cuya cúspide el dios vigilaba los destinos del hombre.
 
Luis Pérez Armiño

martes, 29 de enero de 2013

Donde dije digo…

           Después de más de un año en el poder, el Gobierno comienza a darse cuenta de lo que era evidente. La política rácana de “recortazo”, lejos de solucionar el problema, lo que ha hecho es fomentar la pobreza, la miseria y la desdicha. En el transcurso de este periplo político, el PP deja a sus espaldas casi seis millones de parados, miles de embargados, una masa obrera despojada de su dignidad y a merced del empresario, una sanidad y una educación que avanzan inexorablemente hacia la privatización y un futuro inmediato para España desolador, entre otras muchas circunstancias más, que por falta de tiempo vamos a omitir.
           La política insolidaria del Gobierno ha dejado patente que por encima de cualquier interés común están los intereses particulares, los intereses de bancos y grandes empresas, hacia los que se han volcado todos los esfuerzos; ni siquiera han hecho esto bien. Al igual que antaño le pasó al PSOE, el PP ha demostrado una inutilidad e ineficacia, a la hora de enfrentarse con los problemas, dignas de ser gravadas a fuego en los anales de la historia. Pero la diferencia entre unos y otros reside en que mientras el PSOE simplemente eran unos inútiles, en el PP, además de ello, se ha disfrutado, de otra forma no se explica ese comportamiento, demarcando bien cuáles son los límites entre hombre-pobre y hombre-rico. Pretenden acabar con la clase media, dejando únicamente dos clases sociales. Por un lado, los que disfrutan de las regalías y mercedes del Gobierno. Por el otro, los que tenemos que soltar hasta el último euro para financiarlo.
           Parece ser que el PP, parafraseando a Nietzsche, ha estado mirando durante mucho tiempo al abismo y ahora este le devuelve la mirada. El Gobierno "recula" y sibilinamente comienza a virar su política. Rajoy se ha dado cuenta que no va a salir del “agujero” únicamente a base recortes, y por ello ha suplicado a Merkel que Alemania favorezca medidas económicas que fomenten la economía y el desarrollo. Tarde, mal y nunca, como es norma entre los dirigentes que ha tenido nuestro país. En fin, para que extenderse más en un tema archiconocido por todos. Es un despropósito que se siga votando a estos sujetos, macabras marionetas del sistema neoliberal, y pensar que se vive en Democracia. La Democracia es una absurda utopía en el mundo del euro, pues son los mercados quienes tienen la soberanía y no el pueblo.   

sábado, 26 de enero de 2013

Marx apostilla a Hegel, o el neandertal clónico

           La elaboración y difusión de las tesis marxistas es asunto de hondo calado historiográfico. En primer lugar, porque existe todo un batallón de historiadores que han echado mano, de forma casual o no, dependiendo de contextos y ocasiones, de sus premisas, preceptos y postulados más básicos para la elaboración supuestamente racional de la ciencia, entre comillas, histórica. Otros muchos han defendido posiciones radicalizadas y extremistas, anclando teorías e hipótesis en barricadas integristas que pretenden arrojar a la salvación eterna el discurso histórico a fuerza de hierro y sangre, si es necesario llegado el momento. Y en todo ese corpus teórico, un sentencia de Marx ha pasado con cierto disimulo público sin pena ni gloria. Pues bien, Marx citaba a un Hegel que insistía en que determinados hechos, incluso personajes, pueden darse a lo largo de la historia hasta en dos ocasiones. Para Marx la sentencia es cierta, si bien era necesario precisar que la primera vez lo hacía como tragedia y la segunda como farsa.
          Algo así debe considerar el pobre neandertal, sumido en el sueño de los justos desde hace aproximadamente treinta mil años y, siempre en cuando, demos por cierta aquella teoría que precisaba su extinción radical. Es decir, sin considerar todas aquellos supuestos, más libertinos y libidinosos, que pretendieron entender el fin neandertal como una gran cuestión orgiástica en la que aquellos nuestros antepasados se abandonarían a los placeres carnales en un tête à tête afrodisíaco y  brutal con esos primos lejanos y algo extraños recién llegados de tierras africanas y de los que hoy nos consideramos descendientes directos.
            La prensa, atenta al sensacionalismo más sensacionalista, se ha hecho eco estos últimos días de la escandalosa propuesta de un científico estadounidense. Y, en principio, si tomamos en consideración los principios de autoridad que suelen regir en círculos academicistas, no es un científico cualquiera: se trata de un genetista de la universidad de Harvard, George Church, quien haciendo honor a su eclesiástico apellido, ha decidido investirse de la autoridad ya no sólo académica, sino también divina, para jugar a la creación, más bien recreación, de antiguas especies ya extintas (o no). Evidentemente, el titular mediático estaba servido y listo para su ávido consumo por parte de una opinión pública, hastiada y abotargada con tanta crisis y recesión, deseosa de nuevos horizontes.
         No deja de ser asunto irónico. Hace en torno a unos treinta mal años, tomando en consideración de nuevo la tesis que defiende el aspecto más destructivo y salvaje del hombre moderno, la aparición del Homo sapiens facilitó y provocó la desaparición y extinción de un pariente lejano pero que, sin embargo, debió levantar recelos entre los recién llegados a los fríos territorios europeos. Seguramente, frente a ese aspecto extraño y ajeno, esos rostros de formas caprichosas y tan distintas, esos cuerpos robustos y amenazantes, nuestros lejanos abuelos debieron sentir el temor y el miedo, asustados por aquella visión “deformada” de su propia realidad. Conociendo las habilidades sociales de las que hace gala el ser humano ante todo aquello que pueda revestir cierto hálito de alteridad, resolverían la cuestión mediante el simple recurso, efectivo y rápido, de la aniquilación de aquel ser que pretendía mostrarse parecido, que evocaba recuerdos de algo común y pasado. Los últimos reductos supervivientes del acosado y cazado neandertal, ironías de nuevo del destino, supervivieron en un alejado peñón del sur de la península Ibérica, esperando el fin cierto de una era y de un mundo.
           Y volviendo a Marx, este segundo acto de recreación genética propuesto por Church no puede ser más que considerado simple farsa. Si a ese primer contacto respondimos con la aniquilación salvaje y cruel del “otro”, ¿por qué insistir en reinventarlo de forma artificial y premeditada? ¿Necesitamos de la existencia, otra vez, de un “otro” al que poder aniquilar de nuevo y así saciar nuestra sed de venganza? ¿Qué beneficio obtenemos del cruel cientificismo que juega a la divinidad a costa de las esperanzas y los designios de una especie que la naturaleza ya juzgó y condenó a la extinción con la necesaria ayuda de nuestros antepasados?  
 
Luis Pérez Armiño
 
 
 

viernes, 25 de enero de 2013

El eclipse en el imperio donde nunca se ponía el sol

           Se decía que en el imperio de español, en tiempos de Felipe II, nunca se ponía el sol. Fuese cual fuese la posición del astro siempre iluminaba una porción de tierra perteneciente a la Corona de española; era temida y respetada por el mundo entero. Pero fue, curiosamente, un pequeño y hasta ese momento, intrascendente territorio perteneciente a la propia Corona, el que consiguió que los sólidos pilares sobre los que descansaba el poderío español comenzarán a temblar. Al igual que Stalingrado lo había sido para los ejércitos alemanes, los Países Bajos, en sentido amplio, fue el cementerio del ejército español.
Los países Bajos pertenecían al ducado de Borgoña y formaba parte de la vasta herencia que Carlos I recibía de su padre, Felipe I el Hermoso. Al contrario que su hijo Felipe, Carlos I siempre tuvo un gran apego por Flandes. Había nacido en Gante y pasó en aquellas tierras su infancia y juventud. En el año 1548 todavía se refería a los países bajos como su patria. Llevó, en la medida de lo posible, una política tolerante y respetuosa con las 17 provincias que formaban los Países Bajos y había otorgado importantes puestos de gobierno a personalidades flamencas. A pesar del conflicto religioso surgido entre el protestantismo, que había se había arraigado con fuerza en las provincias del norte, y el cristianismo, del que era profundamente defensor Carlos I, las relaciones entre los Países Bajos y la Corona de España se podían considerar como relativamente armoniosas.
La llegada al trono de Felipe II supuso un cambio radical en la política frente a los Países Bajos. Felipe había nacido y se había criado en España, por lo que nunca sintió ni el vínculo de afecto y ni el respeto que movían a su progenitor. Esta consideración se sumaba a la propia concepción del poder que tenía el monarca español, centrado en el autoritarismo y a su acérrima defensa de la religión católica, cuestiones que se enfrentaban drásticamente con el pensamiento de la población flamenca y que al final resultaron ser insalvables.
Felipe II tenía una idea muy concebida de cuál debía ser la base de su gobierno y estaba muy presente en su mente no hacer excepciones con nadie. Esta gestión política era vista desde los Países Bajos como una amenaza a la libertad. Los flamencos no llegaban a entender cómo un monarca, que gobernaba desde un lugar remoto, pudiera atentar tan flagrantemente contra su autonomía y libertad de culto. Los actos de protesta frente a la política de Felipe II eran frecuentes, hasta que en el año 1566 los protestantes deciden alzarse contra el poder español, en una acción que buscaba más el ser escuchados que la propia secesión de la Corona de España. Reivindicaban una mayor autonomía y la supresión de la Inquisición. El descomunal abismo que separaba la perspectiva flamenca, de tendencia burguesa, tolerante y moderna, con el enfoque hierático, tradicional, estamental y, por qué no decirlo, profundamente medieval, que caracterizaba a España, se hacía patente en la dificultad que encontraban las dos partes a la hora dialogar y llegar al entendimiento. Dos concepciones muy distintas de entender el mundo, abocadas al enfrentamiento. Ante la situación que se planteaba en 1566, Felipe II optó por desoír al duque de Éboli, partidario del diálogo con los Países Bajos, para dar luz verde a la rigorosa política de represalia propuesta por el duque de Alba. Comenzaba así uno de los capítulos más trágicos de la historia de España. El enfrentamiento con los Países Bajos no solo significó un esfuerzo económico y humano para el que la Corona española, aun siendo la potencia hegemónica del momento, no estaba preparada para afrontar. Más allá de eso, fue uno de los factores determinantes que, junto con la escasa evolución industrial y la excesiva dependencia de un oro que cada vez llegaba con más dificultad de las tierras americanas, amén de otras cuestiones, propiciaron el trágico hundimiento de España en el siglo XVII.
Nombrado gobernador de los Países Bajos, el duque de Alba movilizó las tropas acantonadas en Italia y 7.800 hombres fueron trasladados a Bruselas en 1567 para asegurar el orden. El régimen impuesto por el nuevo gobernador seguía una línea dura, cuyos mecanismos de actuación eran la represión y el sometimiento. Se instituyó el Consejo de los Disturbios, rebautizado popularmente como el Tribunal de la Sangre, en honor a sus hazañas. Más de 8.000 hombres fueron represaliados, entre ellos notables flamencos que incluso eran católicos y leales a Felipe II, como el conde de Horn o el conde de Egmont, este último fue además amigo del propio duque de Alba. El único delito que habían cometido ambos magnates fue el de transmitir al monarca su malestar por la intolerancia religiosa y la falta de libertades. No existía el perdón para el que se opusiera a voluntad regia. Siguiendo la línea de actuación que el duque de Alba se había marcado, se confiscaron los bienes de aquellos que emigraron para salvar sus vidas, en torno a unos 100.000, y se alojó a las tropas españolas en domicilios particulares, alimentando el malestar popular. Desde Madrid se había dejado clara cuál iba a ser la política a seguir; sometimiento o destrucción. Resulta anecdótico que, unos 500 años después del conflicto, en Holanda y Bélgica, a los niños que no se comportan como es debido todavía se les amenace con el retorno del duque de Alba, en lugar de ser llevados por el hombre del saco. 
Por cinco años se mantuvo el sistema despótico. Hasta que el 1 de abril de 1572, Guillermo de la Marck se apodera del puerto de Brielle. Esta pauta marcó el comienzo de la rebelión calvinista en la provincia de Holanda, a la que inmediatamente se unió la provincia de Zelanda, seguidas por el resto de las provincias del norte. Ante la incapacidad del duque de Alba de sofocar la revuelta, fue sustituido 1573 por Felipe II. Ante la gravedad de la situación optó por una opción más dialogante y nombró como gobernador a Luis de Requesens y Zúñiga, uno de los héroes de Lepanto. Los intentos de pacificar el territorio, por parte del nuevo gobernador, fueron en vano y en 1576 le sobrevino la muerte sin haber cumplido con su misión.
La política de represión y sometimiento mantenida en los Países Bajos había agotado los recursos económicos de la Corona española. A esto se debía sumar el gasto derivado de otros conflictos, la creciente disminución del oro llegado de América, que quedaba en buena parte en manos de los corsarios, y la mentalidad retrógrada de la sociedad española, que limitaba escandalosamente la capacidad de generar industria y riqueza. La suma de estos factores provocó en 1575 la bancarrota de la hacienda. La política hegemónica había sangrado sobremanera a la Corona, pero en ningún momento se planteó la posibilidad de renunciar a alguno de los objetivos territoriales.
El periodo transcurrido entre la muerte de Luis de Requesens y la llegada de su sucesor, Juan de Austria, se van a producir una serie de sucesos que marcarán definitivamente el futuro de los Países Bajos y su relación con España. Aprovechando la inestabilidad reinante, con la ausencia de gobernador y el amotinamiento de las tropas españolas, que llevaban desde la bancarrota sin cobrar la soldada, los rebeldes se propusieron tomar la ciudad de Amberes, la más próspera de los Países Bajos. Pero en contra de lo que esperaban los rebeldes, las tropas españolas acudieron al auxilio de la ciudad, poniendo en fuga, el 3 de octubre de 1576, a los rebeldes. Los soldados decidieron cobrarse por si mismos los honorarios que se les debía y procedieron, durante los 3 días siguientes, al saqueo de la ciudad, que se llevó a cabo con extrema violencia, contándose las víctimas por millares y concediéndole a tal acto el nombre de Furia Española. El ensañamiento con una ciudad leal provocó una gran consternación entre la población flamenca. El 8 de noviembre se reunieron los Estados Generales, asamblea en la que estaban representados los tres estamentos de las 17 provincias, dejando de lado las diferencias entre las provincias del sur, leales a España y católicas, y las del norte, rebeldes y protestantes, con la intención de ponerse de acuerdo sobre el futuro de los Países Bajos. En la asamblea se alcanzaron a una serie de compromisos, que pasarían a la posteridad bajo el nombre de la Pacificación de Gante. Entre los compromisos se exigía a España la retirada de las tropas, concesión de poder legislativo para los Estados Generales, amnistía para los rebeldes, confirmación de los privilegios de Iglesia y nobleza y nombramiento de Guillermo de Orange como jefe del Gobierno y en paridad de condiciones con el representante designado por la Corona. El nuevo gobernador, Juan de Austria, otro héroe de Lepanto, se vio obligado en 1577 a aceptar las condiciones.
  En 1578 la discordia vuelve a hacer acto de presencia. Los Estados Generales redactaron un documento en el que se establecía las bases para la normalización religiosa. Dicho documento establecía la libertad individual de conciencia, el ejercicio privado del culto y donde hubiese más de cien familias, también se concedía públicamente esa potestad. Como reacción al documento se produce la ruptura de los Estados Generales con el gobernador, Juan de Austria, que moriría ese mismo año. Esta ruptura también se materializó entre los estados del norte, que formarían la Unión de Utrech y los del sur, que se constituirían en la Unión de Arras. Estas demarcaciones serán la base territorial de los actuales estados de Holanda y Bélgica. En el año 1581 la Unión de Utrech declara formalmente depuesto a Felipe II. El nuevo gobernador, Alejandro de Farnesio, consigue retener bajo la Corona los territorios del sur. Las provincias del norte jamás volverían a formar parte de los territorios españoles, aun a pesar de que la Corona nunca renunciaría a recuperarlos.
La nueva nación independiente, Holanda, se convertirá en una pesada losa, que poco a poco irá aplastando al reino de español. Participaron, siempre que fue posible, en las hostilidades que se llevaron a cabo contra España; por citar un ejemplo: fueron determinantes en el desastre de la Armada Invencible, bloqueando los puertos y evitando el refugio y abastecimiento de las naves españolas.
La guerra sobrevivió a Felipe II que murió en 1598 y la tregua no llegaría hasta el año 1609. Décadas después volverían a reiniciarse las hostilidades en la llamada Guerra de los Treinta Años, donde España perderá definitivamente su condición de potencia hegemónica. Para aquellos que estén interesados pueden leer el final de la historia en este enlace:
Paradójicamente lo que asfixiaba económicamente a España, su enfrentamiento con los Países Bajos, a estos últimos les estaba suponiendo cuantiosos réditos. La guerra incentivó espectacularmente el comercio, sobre todo de ultramar, y la construcción de naves, llegando a poseer una flota compuesta por 11.000 barcos y 160.000 marinos. Décadas después el resto de potencias, sobre todo el Reino Unido, se encargarían de anular este poderío. Pero esa es otra historia…

miércoles, 23 de enero de 2013

Una abominación llamada Unión Europea

               Creo, sin duda alguna, que si algo podría considerarse como fantástico, sería un mundo sin aduanas, sin fronteras, un único espacio común que reúna a todos los seres humanos. Esta situación sería la consecuencia de la evolución y madurez humana; una tremenda utopía. El ser humano tiende a defender los aspectos diferenciadores y a potenciarlos, porque no le gusta ser igual que los demás. Lengua, historia, cultura, raza, economía o religión, son factores determinantes en estos aspectos diferenciadores, que definen cada pueblo y ponen barreras infranqueables en relación a pueblos vecinos.
                El mejor caso para demostrar esta teoría lo encontramos en la “vieja” Europa. Prácticamente todo intento de unión de los distintos territorios del viejo continente han tenido un nexo en común, las armas, y prácticamente nunca ha dado resultado. Ni el antiguo Sacro Imperio Romano Germánico, ni los esfuerzos de Carlos I, ni la genialidad de Napoleón, ni el potencial de Hitler, pudieron doblegar el orgullo de las distintas naciones. No existe una idea de Europa unida, por mucho que algunos se obstinen en hacernos ver las bondades de tal Unión. Ni tan siquiera entre estados que llevan, o llevaban, “consolidados” desde hace varios siglos, existe esta sintonía de unidad. Por citar algún ejemplo: la antigua Rusia ha quedado cercenada en un puzle de estados independientes; los conflictos entre la Italia del norte y del sur, sobre todo por temas económicos, están a la orden del día; el Reino Unido con las algaradas de escoceses, galeses e irlandeses, se puede considerar de todo menos unido; qué vamos a decir de España que no sepamos ya; o por qué no citar países como Bélgica, o las antiguas Yugoeslavia y Checoslovaquia, etc., etc., etc. Queda claro que somos muy nuestros. Para que una unión funcione correctamente deben coincidir las ideas de nación y estado, sino el fantasma del nacionalismo estará siempre presente.
                Dicho lo dicho, ¿por qué esa obstinación en seguir adelante con la Unión Europea? Yo francamente no lo entiendo. Esta Unión, por muy romántica que nos la vendan, no es más que pacto económico, un pacto cruel que rechazaron en las urnas irlandeses, franceses y holandeses y aun así lo llevaron a cabo, porque por encima del ser humano está el dinero. La Unión Europea nace de una decisión dictatorial, simplemente por la defensa de los mercados. Las personas solo tienen cabida como masa productiva y consumista, necesaria para el funcionamiento del sistema. Lo peor de todo es que han lapidado la soberanía de los estados y del pueblo. Estamos gobernados por políticos que ni conocemos, ni hemos elegido y qué, por supuesto, distan mucho de conocer la realidad de los territorios que componen tan grotesca Unión. Tienen tanto poder como para obligar a los gobernantes de los estados soberanos a salvar sus respectivas bancas a costa de la miseria y el sufrimiento de la población. Lo extraño es que en una Europa tan nacionalista no hayan surgido movimientos secesionistas, no sé muy bien si es porque ha calado el discurso rancio y amenazador de que las cosas se hacen así o la situación empeorará o simplemente no nos damos cuenta de lo que significa realmente esta Unión. Lo que tengo claro es que quizás no sea en esta década, ni en la siguiente, pero todo este falso tinglado que han montado en torno al dinero les va a estallar en la cara. El primer ministro británico, David Cameron, ha sido el primero en lanzar un órdago a la Unión Europea, prometiendo qué, si es reelegido en el 2015, va a llevar a cabo un referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en Europa. Seguramente, por la naturaleza de esta nación y su más que declarado sentimiento nacionalista, sean los primeros en renunciar a este disparate. Lo que tengo claro es que la Unión Europea tiene fecha de caducidad y solo espero que llegado el momento la disolución sea pacífica.
                La Unión Europea es una incongruencia en sí misma. Una unión económica entre países con realidades tan dispares es un absurdo atroz que solo beneficia al capital. La eliminación de las fronteras no se ha realizado para unir a las personas, sino para garantizar la libertad de las mercancías, por mucho que quieran hacernos ver lo contrario, y lo mismo ocurre con la moneda única. En qué cabeza cabe unir las potentes economías del norte de Europa, con las economías mediterráneas o las de los países del este. Era evidente que este esperpéntico experimento no iba a resultar y poco a poco van cayendo países: Irlanda, Portugal, Grecia, España, Chipre, ¿Italia?...

                  

martes, 22 de enero de 2013

El Alfar Museo

El Alfar Museo se inauguró el 4 de noviembre de 1994. Impulsado por la incansable Concha Casado, la dirección del mismo recae en el Maestro alfarero Martín Cordero, al cual le sorprendió la muerte en septiembre del 2007. Es entonces cuando toma las riendas del Museo, el que hasta ahora había sido su pupilo, Jaime Argüello. La tradición alfarera se sigue manteniendo en su más pura esencia con Jaime, que amablemente cuenta con todo lujo de detalle todos los aspectos y utensilios que se utilizaron en la elaboración de las piezas de barro, desde el torno a pedal hasta el horno árabe de leña, -único de este tipo que sigue en funcionamiento en el mundo-, apunta Jaime.

Jaime Argüello, con paciencia, relata todos los pasos que se siguen en la elaboración de las piezas. El barro traído de los barreros se extiende para ser secado y, posteriormente, se traslada a la toña, para evitar que se moje o humedezca. A continuación se lleva a la barrera y se humedece durante unas horas. Antaño la mujer era la encargada de sobar este barro con el fin de conseguir una pasta más homogénea que luego se amontonaba en las pellas y de ahí se extrae el bolo, la base de la futura pieza. Entre explicación y explicación, Jaime comenta que siempre tuvo el “hormiguillo” de la alfarería metido en el cuerpo. Fue pupilo del Maestro Martín Cordero tres años y medio, hasta su muerte.

El bolo se centra en el torno a pedal y se abre, se levanta y se le da tijera. Este paso es común en todas las piezas. Con un trozo de cuero se afina la pieza y se la da forma. Una vez terminada se lleva al chispero, donde ayudado por una estufa, se procede al primer proceso de secado que dura dos o tres días. Pasado este tiempo se culmina el proceso de secado al sol.

Una vez concluido el proceso de secado, las piezas se almacenan “casafuera”, hasta conseguir número apropiado para la hornada, esto depende del tamaño del horno, lo normal son unas 1.000 piezas. Antes de entrar en el horno se les daba un baño de alcohol de hoja o sulfuro de plomo, ahora prohibido por el alto contenido en este mineral. El sulfuro de plomo se mezclaba con el agua y las ralillas o arcilla sobrante del torneado. Antiguamente estos terrones de sulfuro de plomo se traían de Jaén. Las piezas suelen ser decoradas con motivos muy sobrios, realizados con cal y agua, y pintados con una pluma de gallina.

Una vez realizados todos estos pasos la pieza está preparada para el horneado. El horno árabe tiene una plataforma o criba que contiene diez agujeros alrededor, tapados con tejas para evitar el calor directo, y otros tres agujeros en el centro donde van colocados los caños. Éstos, son tubos de barro superpuestos formando una chimenea y cuya misión es la de distribuir el calor a lo largo del horno. En el horno se echaba madera de urz o brezo y se atizaba durante diez u once horas hasta conseguir una temperatura de mil grados. El objeto resultante debe de tener una tara o defecto que recibe el nombre de pegadura, debido al efecto de apilar unas piezas encima de otras, también es tradicional el color verdoso de las mismas.

Cuentan que el arquitecto Antonio Gaudí vino con diecisiete moldes a Jiménez de Jamuz, para que le hicieran los ladrillos de las bóvedas del Palacio de Botines.

El Museo Alfar es un centro de difusión cultural, ubicado en la población leonesa de Jimenez de Jamuz, sin actividad comercial, que recoge todos los aspectos de la elaboración de las piezas de barro, o "cacharros", tal y como se hacía hace siglos.

sábado, 19 de enero de 2013

La perversidad del paternalismo

Es fácil tratar de simplificar la visión ante determinada disyuntiva mediante una mera cuestión dialéctica que supone la elección del vaso medio lleno o medio vacío: tratar de dilucidar lo bueno y ventajoso de una determinada decisión frente a sus potenciales prejuicios. Por eso, dependiendo del punto de vista adoptado, la evolución, como un proceso biológico y cultural holístico, puede considerarse desde una vertiente positiva y esperanzadora, o bien puede considerarse como el cúmulo de una serie de inconvenientes resueltos con mayor o menor fortuna. Una tercera opción plantea una vía intermedia entre ambas corrientes, pusilánime y cobarde, que trata de apropiarse de los beneficios de ambas posturas sin llegar nunca a decantarse por una u otra. Por lo tanto, descartaremos por el momento esta opción.

 
A vueltas con una idea muy recurrente que centra muchas de mis cavilaciones, la evolución de la especie humana puede verse como un logro superior de la naturaleza o como la simple consecuencia de la cruel incapacidad, del hombre y la mujer, por cuestiones de igualdad, para afrontar por sus propios medios la adversidad del medio en el que tiene que desarrollar su triste y lastrada existencia. En el momento del parto, la cría humana (ridículamente conocida como bebé) está totalmente indefensa. Si el ejemplar hembra pariese a su retoño en medio de la sabana sin ningún tipo de protección, es más que evidente que sería pasto de las hienas. Es tal la indefensión de las crías humanas que ha sido necesario crear instituciones tales como la familia o la sociedad para promover la protección y el futuro de la especie por los siglos de los siglos.

 
 El paso de los años degeneró es un exceso de paternalismo. En cualquier definición que consultemos sobre este paternalismo podremos considerar un punto en común: su carácter en exceso peyorativo. El paternalismo es un término que ha superado el contexto de parentesco para copar y tomar otros ámbitos antes extraños, como la política, la cultura o la sociedad.
El paternalismo es fundamental para entender la diplomacia europea desde que los estados del viejo continente comprendieron la imperiosa necesidad de izar sus velas y buscar nuevas tierras. En esos parajes vírgenes los europeos podrían encontrar nuevos recursos que explotar y nuevos pueblos, tribus y gentes a los que adoctrinar mediante el ejercicio de un hipócrita paternalismo de imprevisibles consecuencias. La perversidad de un concepto maligno ha lastrado el desarrollo de millones y millones de seres humanos en todos los rincones del planeta, condenados a figurar en el censo de la población de tercera, cuarta o hasta quinta categoría sin derecho a ejercer su propia autonomía, ni siquiera la más básica. Bajo el yugo del paternalismo servil y mezquino, esas gentes han visto cercenadas las posibilidades de un potencial desarrollo que se ha visto oscurecido por el ánimo de lucro despiadado ejercido por sus supuestos benefactores occidentales. Un simple repaso al desarrollo histórico de todos aquellos pueblos sometidos a los designios de las potencias occidentales es suficiente para demostrar lo pernicioso de ese paternalismo mal entendido.

Ahora, enero de 2013, Occidente ha vuelto a hacer gala de ese paternalismo tan personal e intransferible. Tropas francesas avanzan hacia el norte de Mali, país enclavado en el corazón del Sahara, antigua colonia bajo las directrices de los caprichos parisinos. Europa, cuna de libertades, de constituciones y de democracias, entiende la diplomacia de una manera particular que se caracteriza por ese doble filo de la falsa moral y la hipocresía de sus actos. Las tropas francesas no llevan empotrados en sus unidades periodistas ni fotógrafos que den cuenta del desarrollo de los acontecimientos bélicos en el país africano. Es una costumbre muy europea, actuar a oscuras y por la espalda, aludiendo a una supuesta razón humanitaria para matar y herir, para expoliar y robar, saquear a países enteros en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad (eso sí, la europea). Cada bala disparada se tiñe de cinismo cruel y asesino mientras el mundo aplaude y muestra su respaldo siempre y cuando se cumple el requisito de la falta de sangre y entrañas en nuestros medios de comunicación.

La historia, maldita y pendenciera, siempre se ceba con la víctima indefensa. De nuevo, el paternalismo ha afilado su filo y marcado el objetivo, salvaguardando los principios básicos que han construido ese Occidente libre, fraternal e igualitario.
 
Luis Pérez Armiño

viernes, 18 de enero de 2013

Cazador cazado


Existía un rey, de esto ya hace algunos años, que gustaba de los placeres cinegéticos. Gorbón, que así se llamaba el monarca, presumía de haber dado muerte a las más dispares bestias que en su camino se hubiesen cruzado. La destreza en el manejo de las armas le había granjeado el respeto de todos sus súbditos y nadie en el reino dudaba de su coraje y valentía. Las gestas del monarca sobrepasaban las fronteras de su reino. No había lugar dentro del mundo conocido al que no hubiesen llegado las crónicas de Gorbón, el Cazador.

Suele pasar que la codicia se asoma con frecuencia a la persona, pues es de naturaleza humana anhelar aquello que todavía no se tiene. Sin nuevos argumentos que aportar, Gorbón decidió consagrarse como el más grande entre los cazadores y ello pasaba por dar caza al gran nímice de Asentia. Una cuestión delicada, pues el nímice era considerado como sagrado y el majestuoso animal contaba con el cariño y veneración del pueblo. Esta circunstancia no amedrentaba a Gorbón, cuya obsesión por obtener tan codiciado trofeo estaba por encima de cualquier otro interés, aunque este aludiese a la propia voluntad del pueblo. A esto se unía el convencimiento del monarca de no tener que justificar sus actuaciones, él daba órdenes no las recibía. La decisión estaba tomada y se dispuso a preparar lo necesario para la cacería.

Hacía mucho tiempo que no se veía ningún nímice por los alrededores, lo que acrecentaba la valía del trofeo. Muchos pensaban que el nímice se había extinguido. Otros por el contrario consideraban que la hermosa bestia se había puesto a salvo de la acción humana y había buscado refugio en las inmediaciones del Monte, al amparo de los dioses. Pero todo ello no dejaba de ser elucubraciones y lo único cierto es que no se veía un nímice desde hacía décadas. Pero nada de todo esto importaba a Gorbón, estaba decidido a dar muerte a un nímice y lo haría al coste que fuese.

Preparó la comitiva que habría de acompañarle en la ardua tarea y sin más demora de la estrictamente necesaria salió en busca del nímice. Batieron durante catorce jornadas todos los montes cercanos sin éxito alguno. Buscaron en los lugares más recónditos. Parajes donde hombre alguno hubiese puesto el pie hasta entonces, pero del nímice ni rastro. La moral de los acólitos de Gorbón comenzaba a flaquear. Sin embargo, cada vez más obstinado en conseguir su ansiado trofeo, Gorbón no dio pie a comentario alguno relacionado con abandonar la batida o que referenciara la sacralidad del nímice y el posible castigo divino. Sabía que cuanto más costosa fuese la empresa, mayores honores habrían de rendírsele.

Otro día más se presentaba por el horizonte. Los hombres de Gorbón se preparaban con los primeros rayos de sol para otra dura jornada. Cuando levantaban el campamento para continuar la batida, quiso la providencia que uno de los rastreadores de Gorbón divisara de forma casual el ansiado nímice. El monarca poseído por un impulso irrefrenable cogió las armas con una destreza propia de un gran montero, saltó sobre su caballo y salió al encuentro del animal sin dar tiempo a que el resto de la comitiva reaccionara. Gorbón no necesitaba a nadie para abatir a la bestia. No quería permitir bajo ningún concepto que el animal se le escapara por tener que esperar al resto de sus hombres. Además tampoco tenía ningún interés en repartirse la gloria con los demás.

Cuando el nímice se percató de la presencia del fiero jinete se dio a la fuga comenzando una larga persecución. Con un galope elegante pero insuficiente, el nímice fue perdiendo poco a poco terreno. Ni los bruscos quiebros, ni los fuertes cambios de ritmo evitaron que Gorbón fuera acorralando al cansado animal. Producto de este cansancio el nímice precipitó su captura adentrándose en un paso sin salida. Gorbón al observar la imposibilidad de escapatoria de su presa se acercó a ella lentamente hasta colocarse a unos pocos pasos. Durante un instante ambos fijaron las miradas en el oponente, pero eran miradas bien distintas. En la del nímice se leía el terror del aquel que sabe que va a morir. En Gorbón se vislumbraba una mirada orgullosa y despiadada, la mirada del vencedor del que va a obtener la preciada recompensa.

Alzó la lanza sobre su hombro con temple y serenidad. El nímice vigilaba inquieto todo movimiento de su ejecutor esperando que se presentara la posibilidad de salvación. Cuando Gorbón iba a asestarle el golpe mortal el nímice amagó con huir asustando al caballo, que respondió con un movimiento brusco precipitando a Gorbón al suelo. Un segundo amago de la presa provocó la estampida del corcel. La ocasión también fue aprovechada por el nímice para ponerse a salvo, encontrándose en su camino al postrado Gorbón al que pisó fracturándole la cadera. Allí quedó el monarca herido e indefenso, sin nadie que le prestara auxilio y maldiciendo a la sagrada bestia.

Al anochecer los lobos se percataron de la presencia del maltrecho monarca y acechándole durante un breve periodo de tiempo, como si estuvieran estudiando cuál iba a ser la capacidad de resistencia de la víctima, se abalanzaron sobre él dispuestos a no pasar esa noche en ayunas. Paradojas que depara la vida así terminó el temible cazador, en la barriga de los lobos, una de las fieras cuya cabeza decoraba su sala de trofeos.

No se sabe a ciencia cierta si el trágico final de Gorbón fue por la fatalidad de tentar a los dioses queriendo dar caza a uno de sus animales protegidos o simplemente actuó la mala providencia o quizás lo segundo y lo primero tuvieran conexión. Lo único seguro es que terminó siendo el cazador cazado que sin gloria ni moneda se fue a ver a Caronte.

miércoles, 16 de enero de 2013

Miguel Ángel González Febrero. El triunfo del color

 


Abierto, 1997, MIguel Ángel González Febrero
Durante aproximadamente un mes, el Centro Cultural de Caja España – Caja Duero ha ofrecido una retrospectiva del pintor leonés González Febrero. Parece una labor titánica tratar de resumir en un proyecto expositivo toda la trayectoria artística de Febrero. No sólo por una vasta producción que se remonta a los años setenta del siglo pasado; sino por la complejidad de toda una carrera pictórica en la que se han tocado todos los estilos posibles en una vertiginosa evolución que ha revelado a uno de los pintores más prolíficos y capaces del actual panorama artístico leonés. Frente a la recurrida composición cronológica del guion expositivo, es fácil entrever con una rápida y ligera mirada, dos componentes esenciales en la pintura de Febrero: el primero, el color, desde sus cuadros de documentación realista bañada de esa luz tan propia de las tierras del norte, hasta sus últimas vibrantes y triunfales composiciones; el segundo, el constante aprendizaje, hasta el día de hoy, en una constante experimentación que convierte a Febrero en pintor y artista por excelencia.
 
Autorretrato, 2011
Miguel Ángel González Febrero
Febrero se inscribe en la lógica de una pintura evolutiva. Sus primeros ensayos surgen en torno al realismo, necesarios trabajos en los que el pintor debe demostrar su valía y capacidad pictórica. No en vano, la plasmación exacta de la realidad se inscribe dentro de lo que se supone del gusto de un público deseoso de comprender a primera vista lo que se le presenta en el lienzo. Y desde ese inicio triunfal, en el que Febrero demuestra con creces su capacidad, la lógica incluye la progresiva desfiguración de su personal mundo hasta llegar a la abstracción total. En todo caso, no se trata de un camino tortuoso entre tinieblas, sino de un sendero luminoso en el que el color se esgrime como el componente protagonista de todo el proceso pictórico, tanto desde una perspectiva material como técnica o formal.

Febrero otorga un importante valor al retrato. Desde el autorretrato a los perfiles sinuosos y descompuestos de cabezas, rostros de mujeres y hombres anónimos. Sobresalen, a modo de brillantes ejemplos, el autorretrato de 1993 que recibe al espectador al comenzar la visita, en el que las ondulantes líneas encierran un rostro en el que destacan dos profundos y simples ojos. Y como culmen, de nuevo un autorretrato, esta vez muy reciente. Un Miguel Ángel triunfante levanta su rostro y mira desafiante al frente, al espectador, en medio de un remolino sinuoso e hipnótico de color. Es el reflejo más fidedigno de lo que significa el triunfo vital y exultante, la victoria del pintor sobre la muerte y la oscuridad.

El azar, en el Centro Cultural de Caja España
En todo ese devenir, la compleja trayectoria de Febrero se desenvuelve con creatividad y originalidad, haciendo suya cada una de las fuentes de las que bebe. Desde esos primeros paisajes urbanos de tremendo realismo, en los que muchos somos capaces de identificar calles e inmuebles; sus primeras incursiones en el paisajismo, en los ambientes rurales de un mundo abocado al abandono, en el que las arquitecturas y las estructuradas desamparadas se convierten en indiscutibles protagonistas de los escenarios de Febrero. La evolución invita al pintor a la descomposición formal de esos paisajes, mediante la trasmutación de la pincelada cada vez más deshecha y pequeña hasta llegar a extremos de puntillismo colorista y vivaz. Se inicia entonces un feroz proceso en el que la figura pierde consistencia y el lienzo se llena de color y de nuevos materiales en esa constante experimentación que define la carrera de Febrero, abandonando las formas reconocibles y convirtiendo su obra, cada vez más, en un fuerte ejercicio de intelectualización.

El fumador, 1988, Miguel Ángel González Febrero
Tras los duros reveses, la persona se levanta y el artista alza temblorosa su mano sobre el lienzo. González Febrero venció a la adversidad y decidió reemprender otra vez su proceso pictórico. De nuevo quería demostrar al público su capacidad pictórica en una nueva apuesta vital en la que podría entreverse lo aprendido a lo largo de los años. En 2003 elabora Vieja, una bella acuarela sobre papel. González Febrero volvía e iniciaba su peculiar retorno al camino del arte y la creación. Su arte no necesitaba más reválidas, está más que demostrado y refrendado, y volvía victorioso y colorista. De nuevo, el color se enseñoreaba triunfante en el lienzo y nos devolvía al Febrero vitalista, vencedor y glorioso. El color sobre las tinieblas.

Luis Pérez Armiño
 
 

sábado, 12 de enero de 2013

La carne muy hecha

        Insisto una y otra vez. El asunto culinario me embelesa sobremanera. En cierto modo, esta atracción fatal se debe al desconocimiento y, ante todo, a la perplejidad con la que contemplo cada hallazgo gastronómico. Y tengo que reiterar mi idea de entender lo gastronómico como aspecto cultural de lo alimenticio o alimentario en el sentido del aprovisionamiento de la energía necesaria por parte de los individuos para poder desempeñar sus tareas básicas. La gastronomía es tan sumamente cultural que hemos hecho de la alimentación algo tan humano que consumimos energía de manera desordenada y desorbitada, como si no hubiese un mañana. El resultado ha sido una sociedad obesa y mórbida, donde se prima el consumo de suculentas grasas y las cenas opíparas donde priman salsas, carnes muy hechas y pringosas fritangas, por encima de sanas grasas vegetales y productos saludables que no incrementen nuestra ya de por sí desmesurada talla.
        No voy a insistir, de nuevo, en las inquietantes dudas que me surgen cuando me planteo quién fue el primer infeliz que tuvo que comer marisco y demás faunas marinas. Ahora me parece más acuciante un nuevo interrogante que me ha surgido en las últimas semanas. No se trata de saber quién fue el primero que se comió un filete bien hecho; más bien la cuestión fundamental reside en saber cómo se hizo ese primer filete. De nuevo, la ciencia prehistórica y antropológica debe arrojar algo de luz sobre una de sus más temibles zonas de oscuridad y desconocimiento.
         Si nos preguntásemos qué es el fuego pocos podríamos ofrecer una respuesta de cierto rigor científico. Según mis escasos conocimientos, podría decir que es uno de los manidos elementos que componen la naturaleza. Pero me parece una respuesta tan vacía, tan superflua y ridícula, que me he visto obligado a consultar Wikipedia, por eso de ofrecer un texto objetivo y documentado, para tratar de aportar algo más de conocimiento sobre qué es el fuego. La primera línea nos indica “Se llama fuego a la reacción química de oxidación violenta de una materia combustible…”. Creo que fue a partir de reacción química que en un complejo birlibirloque todo lo que leía se traducía simultáneamente en mi cerebro en un “blablablablablabla…” debido a mi dificultad para comprender cuestiones de cierto calado y enjundia. Por lo tanto, decidí desistir en mi empeño de comprender los vericuetos del fuego para centrarme en el asunto central de la cuestión: ¿En qué momento, por qué y cómo a alguien se le ocurrió pasar un filete, un trozo de carne, por la brasa? Es decir, cuándo surgió esa cuestión que todavía impera hoy por la que podemos elegir entre la carne poco hecho (cruda), hecha (normal) o muy hecha (cremada).
          La razón última parece ser más que evidente. Sin embargo, cómo todos podríamos suponer, no se trata de evitar el dulce sabor de la sangre resbalando por la comisura de nuestros labios. Al parecer, hay personas que prefieren la primitividad de la carne poco hecha, incluso algo cruda por dentro, sangrante y rojiza. Los científicos, he aquí la razón biológica primaria, insisten en que la carne cocinada resulta de una digestión mucho más sencilla para el aparato digestivo humano. Es decir, el fuego nos facilitaría la digestión de la carne, fundamental en nuestra dieta. Incluso, el fuego facilitaría la conservación durante más tiempo de los alimentos, ya sea cocidos o ahumados.
           Ahora bien, sigo sin encontrar en la literatura especializada a mi principal duda: ¿cómo pudo el hombre y/o la mujer descubrir el uso gastronómico del fuego? Por el momento, y atendiendo a mi fe infinita en la casualidad como principal motor del desarrollo evolutivo social y cultural de la especie humana, considero como principal teoría la caída fortuita de carne entre los ardientes abrazos de las llamas de un fuego en un campamento de un Homo heidelbergensis en Europa hace unos cuatrocientos mil años. Al rescatar el trozo en cuestión entre los rescoldos aún calientes de la hoguera, aquel intrépido individuo decidiría no desaprovechar aquella carne chamuscada, descubriendo, al fin, que el filete muy hecho tenía un sabor más suculento y le permitía disfrutar de unas digestiones menos pesadas. La evolución, de nuevo, habría obrado caprichosamente. 


Luis Pérez Armiño

 

 

viernes, 11 de enero de 2013

El profeta de Satropa


Cuando llegó a la ciudad aquel viejo extraño se dirigió directamente al ágora. Había recorrido un gran trayecto con el único objetivo de transmitir el comunicado. Esa era la misión que se la había encomendado y tenía el deber moral de propagar a los cuatro vientos el mensaje.  Con relativa calma reclamó la atención de los asistentes y así les habló:

-A vosotros os digo bienhechores que no existe tal tarea, que vuestra locuacidad, vuestro pensamiento, no hace sino que enmarañar la realidad ¿Vosotros os intituláis reyes de la verdad? Pues decid a éste pobre necio qué es verdad, si ningún ser humano comparte destino ¿Por qué esputáis vanas palabras y nos enloquecéis con vuestra farsa de mal actor? Sabed que yo también presumo de bienhechor y jamás arrojé hálito venenoso-.

La extraña presencia de aquel hombrecillo, unido a la inusual forma de expresarse, captó la atención de los presentes. Curiosos se agolpaban en torno a él esperando oír la sarta de sandeces que el viejo predicaba con una tremenda convicción.

-¿Decidme por qué citáis a falsos ídolos y arrastráis a inocentes a vuestro propio cadalso?- continuó el viejo ante un atónito auditorio- ¿Por qué me habláis de patíbulos?, si veo como vuestras cabezas reposan en ellos ¿Quién os habló del bien? Os diré que presumís de perfección en la oscuridad y predicáis ignorancia en la sabiduría. Pues tan pequeño es ese saber que cabe en mi mano y vuestra bondad insulta la justicia y la verdad. No sois dignos de la palabra, pues allí donde predicáis vuestros sucios sueños queda envenenado el lenguaje.

            Un socarrón murmullo asistía a los presentes. Atónitos no daban crédito a aquellas palabras, que muchos no llegaban a comprender, pero intuían en ellas una enfermiza locura que se había apoderado de aquel pobre diablo. Pero el viejo, impasible, les volvió a reclamar la atención.

-¡Escuchad!, no hay quien eche una mano a quien no se la quiere dejar echar y sabedores de esta circunstancia os amparáis detrás de la debilidad ¡Decidme!, ¿qué razón hay para perturbar incesantemente mi morada? ¡No alarméis mi tranquilidad!, pues fuerte soy por no creer en lo que con maldad predicáis. Mas el odio que os procesáis a vosotros mismos no justifica el macabro fin y no podéis reclamar ser aceptados sin aceptar. Aprended de vosotros mismos, escuchad a vuestros compañeros y os daréis cuenta de lo que os digo. Vuestra arrogancia solo da orejas para una boca. Bien hacéis en no escuchar sino os agrada, pues por la misma razón no os escucho yo. Así pues, no me obliguéis a prestar oídos, pues por amor se puede matar-.

Dicho esto abandonó la stoa entre un estallido de carcajadas y gritos de – ¡majadero, majadero! -, y, – ¡otra, otra! - Pero el hilarante público con esto se hubo de conformar. El viejo se fue y no regresó jamás.

            En ocasiones resulta difícil comprender lo que no tenemos como propio y es algo normal que el miedo se apodere de uno ante lo desconocido. Actuamos con mecanismos de defensa ante aquello que nos es extraño, en lugar de intentar comprenderlo. Aliviamos nuestra ignorancia encontrando la locura en el ajeno. No siempre aquello que consideramos locura atiende a la naturaleza del vocablo. Al contrario, la sensatez y la coherencia llevan en ocasiones grabadas una insana demencia que impide el camino al conocimiento, a un mundo diferente, pero no por ello maligno.

 

Alcidio Folidobo, profeta de la razón

 

 

miércoles, 9 de enero de 2013

Las reflexiones de Sir Arthur Collins Phillips



Independientemente de si creemos o no en dioses, de si creemos en la propia historia, no podemos olvidar un hecho de relevante importancia que radica en el conocimiento heredado. El mundo occidental cimenta sus bases en el saber de la cultura greco-romana y aunque queramos omitirlo, después de tantos siglos esa influencia sigue latente en la sociedad, en su comportamiento y en definitiva en la propia idiosincrasia del hombre occidental. No tenemos potestad para juzgar a nuestros ancestros puesto que no hay ninguna evidencia de cambio ni evolución sustancial respecto a ellos. Y por cambio o evolución no me refiero al avance tecnológico, sino más bien al avance espiritual, al que nos define como humanos y controla sentimientos como el amor, la compasión, el cariño o la caridad, pero también la envidia, el odio, la codicia o la ira.
La revelación de Letravio puede entenderse como una enajenación mental producto de la situación difícil que vivía, pero no se debe cuestionar la realidad que esconde su legado. Resulta descabellado pensar que pudiera Apolo aparecerse en sus sueños, sin embargo el verdadero mensaje que quería transmitir es válido y lo sigue siendo a pesar de los siglos que separan a Letravio de la actualidad. No estamos haciendo las cosas bien, somos perversos en nuestra búsqueda del éxito y eso nos condena. 
He de creer que mi hallazgo es inédito pues no tengo constancia alguna, a pesar de mis indagaciones, de que alguno de los libros, manuscritos o documentos de Letravio salieran a la luz. Lo que me lleva a pensar que no pudo cumplir el cometido de alertar a la humanidad del trágico final que le esperaba. Quizás fuese mejor así, pues hubiese sido recordado como un majadero o un loco, un final del que no era merecedor a tenor de su gran labor como hombre de Estado. Puede parecer que al publicar “El ostracismo de Caronte” sea yo mismo quien esté presentando a un Letravio desequilibrado, pero quien hiciera esa valoración estaría cometiendo un error. Nuestro protagonista fue hombre justo, sabio e innovador, como queda reflejado en su biografía y que algún día, a no mucho tardar, editaré. Un hombre que luchó contra la injusticia del momento y se opuso a la tiranía de las clases dominantes, costándole en el intento su cargo y reputación.
Letravio de Zingolo murió solo y olvidado. Ni siquiera fue recordado por aquellos a los que había entregado todo su sacrificio, el pueblo. A pesar del aislamiento y la defenestración a las que fue sometido, debía de ser un hombre en cierta manera respetado, pues cuando perdió su cruzada particular contra la Iglesia y la nobleza, increíblemente conservó la vida. Se ocuparon muy bien de evitar que volviera a recaer en su persona responsabilidad alguna, pero no se atrevieron a acabar con él. Algo que resulta extraño en una etapa de la historia en la que aquellos que ostentaban el poder ejercían su potestad con despotismo y brutalidad.
No puedo por menos que alegrarme que Letravio escapara de garras de Caronte, el temido barquero, de no haber sido así hubiésemos quedado privados de un prolífico y magistral autor. Su biografía, a la que tituló “Solsticio de invierno”; “Las flechas del salvador”, consecuencia imaginativa de “El ostracismo de Caronte”; o el ensayo teológico “Las garras de un dios foráneo”, son un ejemplo de la extraordinaria vida interior del autor. Una vida interior que en mi opinión se vio favorecida por la ausencia de vida real. El marginamiento que sufrió tras su caída como ministro y consejero le permitió dar rienda suelta a su imaginación. Un hecho que fue terminante para la creación de las obras citadas y de muchas más que se hallaban en la cripta donde descansaba Letravio y de las que me veo en el deber moral de compartirlas con todos aquellos que quieran conocerlas.